Los textos de José Gaos, Ricardo Guerra, Alejandro Rossi, Emilio Uranga y Luis Villoro se reproducen con la autorización del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM.
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INTRODUCCIÓN
Durante el primer semestre académico de 1958, el maestro José Gaos y sus alumnos Ricardo Guerra, Alejandro Rossi, Emilio Uranga y Luis Villoro organizaron un Seminario de Filosofía Moderna. La idea consistía en reunirse, una vez al mes y a lo largo de un año, para discutir obras clásicas y contemporáneas que cada uno expondría en función de su especialidad y mayor conocimiento acerca de los autores. Siguiendo esos lineamientos, acordaron que Gaos explicaría algunos textos de Kant, Heidegger y Husserl; Guerra y Rossi lo harían de otros tantos de Hegel, Uranga se abocaría al pensamiento de Feuerbach y Villoro comentaría, por su parte, a Husserl y a Jaspers.
Son pocos los rastros que se conservan de esas sesiones, consagradas al diálogo e intercambio de ideas, sin que por principio se excluyeran, dadas las fuertes personalidades ahí reunidas, la polémica y el enfrentamiento. Subsiste, en cambio, una serie de escritos que cada miembro del seminario elaboró, dedicados al tema de la vocación filosófica. ¿En qué momento preciso —al parecer rezaba la pregunta— comenzó el interés por la filosofía y a qué se debía haber perseverado, vital y profesionalmente, en esa disciplina?
La primera pregunta que aquélla a su vez despierta es obvia: ¿cómo y por qué se dio el giro, de la crítica de los textos fundadores de la filosofía contemporánea, a la inquisición por las circunstancias específicas que los habían conducido a su análisis? La propuesta, no cabe duda, surgió por iniciativa de José Gaos, para quien los temas de la vocación y de su origen, lejos de representar una digresión en sus reflexiones filosóficas, constituían el fondo mismo de ellas.
Pese a dicho escepticismo, al que a veces imputaba su falta de vitalidad y su incapacidad para producir una obra propia, Gaos nunca se resignó a abandonar la filosofía. Si no era posible encontrar constantes en esa disciplina en tanto objeto de estudio, había que buscarlas en su sujeto, el filósofo. ¿Qué tenían en común esos hombres, dedicados a la búsqueda de un imposible, de una quimera del intelecto? Bajo el signo de esa interrogante comienza a gestarse en su mente el tema de la vocación, de los llamados a mostrar los límites del entendimiento humano. Según se colige de sus escritos, esta reflexión se remontaba a sus ya lejanos años en España, tiempo antes del estallido de la Guerra Civil y cuando se estrenaba como joven profesor en la Universidad Internacional de Verano, en Santander. Fue entonces cuando se propuso dar algunas conferencias sobre “Los caracteres intelectuales. Principios y problemas de la orientación intelectual en la vida y su especialización”, así como un curso titulado “Orientación y vocación en las profesiones liberales”.
Nada queda de las respuestas que resultaron de aquella encuesta más que la sospecha de que debieron albergar algún valor, dado que Gaos, ya en México, se lamentaba de haber perdido tan importantes documentos entre los escombros que dejó la guerra.
Al parecer es ésta su primera referencia a la soberbia, rasgo que consideraba distintivo de su personalidad y que más tarde atribuiría al común de los filósofos —quizás por constituir el ciento por ciento de las respuestas conservadas a su encuesta—. Es de suponer que en los años inmediatos a su curso en la Universidad de Santander continuó meditando alrededor de esa idea, puesto que en octubre de 1938, en el que fue su primer ciclo de conferencias en la Ciudad de México, la presentó a su público transformada ya en concepto. Filósofo, declaró entonces, era aquel que se volcaba a la filosofía por “afán de saber principal”, convencido de que esta última representaba, tal como se le había definido desde la antigua Grecia, “ciencia de los primeros principios”. Mediante una operación similar a la que Nietzsche había empleado para exhibir la “voluntad de poder” en tanto principio de vida, Gaos revelaba lo que se escondía detrás de la paciente y pretendidamente desinteresada búsqueda de la verdad: la soberbia, pulsión vital que se manifestaba como conciencia o mero deseo de superioridad intelectual. Había en efecto, sostenía el expositor, una “armonía preestablecida entre la filosofía y la soberbia”, dado que “en ambas se dan las mismas notas capitales”: intelectualidad, sustancialidad salvadora, abstracción, principalidad superior y dominante, carácter definitivo y absoluto.
La descripción del filósofo que Gaos ofreció en aquellas semanas de octubre no dejó de despertar polémica entre sus contemporáneos. Francisco Larroyo, el primero en hacer públicas sus objeciones, apuntó con agudeza que los rasgos indicados por su homólogo español, en particular la soberbia, establecían a lo sumo una psicología del filósofo, que poco o nada tenía que ver con la esencia misma de la filosofía. En las páginas introductorias que con este fin redactó, explicaba que
como la biografía de un profesional de la filosofía en cuanto tal empieza propiamente con la vocación filosófica, a este tema se dedica la primera parte del libro. La consideración del tema revela pronto hasta qué punto la vocación es algo que se retrotrae hacia el principio mismo de la vida, cómo avanza hacia su fin, abarcándola, en suma, íntegramente.
Dos volúmenes más, señaló a continuación, estarían consagrados a estudiar la profesión filosófica. Tales indicaciones apuntan hacia la monumentalidad de la obra proyectada y no era para menos: se trataba de ellibro único, aquel en el que deseaba plasmar, a la par que su filosofía, su vida entera, incluyendo su pasado y su futuro.
Centenares de páginas conservadas en su archivo dan cuenta de la continuidad del empeño y de la importancia que el tema entrañaba para su autor. Sin embargo, más allá de diversas referencias dispersas en su obra publicada, nunca logró entregar a la imprenta un estudio de la magnitud y características que se proponía. Ello se debió, en parte, a las numerosas actividades laborales que, prácticamente desde su llegada a México, muy pronto lo abrumaron y que abarcaban desde cursos, dirección de tesis, redacción de artículos y reseñas, hasta tareas un tanto ingratas para él como lo eran la traducción y las de tipo administrativo. Si bien todo ello dificultó la realización de esa su