Saccomanno, Guillermo Los que vienen de la noche / Guillermo Saccomanno ; Fernanda García Lao. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Seix Barral, 2018. Archivo Digital: descarga ISBN 978-950-731-963-1 1. Narrativa Argentina. I. García Lao, Fernanda II. Título CDD A863 |
© 2018, Fernanda García Lao y Guillermo Saccomanno
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Diseño de cubierta: Departamento de Arte de Grupo Editorial Planeta S.A.I.C.
Fotografía de tapa: Marcos Zimmermann
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Primera edición en formato digital: agosto de 2018
Digitalización: Proyecto451
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ISBN edición digital (ePub): 978-950-731-963-1
La acción de la noche empieza negando y así se libera del sentido. Las palabras, hormigas que han perdido la cordura.
Exhortación
Vienen cuando la noche se resiste, en el instante en que las cosas quedan bajo esa luz que es y no es. Vienen de la noche. Y así como vienen, seguirán su destino o retornarán. No es que les guste sufrir y lastimar exhibiendo heridas. Es la noche, causa de todos sus males. Acá vienen. Y si vuelven, no discutamos, es porque no toleran el olvido.
Caída
Aquel primer residuo, la serpiente, también era nocturna. Tuvo que ser bajo un cielo oscuro que secreteó en la oreja de la mujer desnuda. El mal es cenital, baja del árbol en la sombra. La lengua ácida se introduce y despierta el apetito. El saber cabe en una manzana. Como regresando de un presentimiento o de una pesadilla, quien vuelve abre los ojos en la mañana con una única aspiración: arruinar el mundo. Acelerar las horas. Cómo. Haciendo una sombra sobre la mañana, inseminando la tarde, para alcanzar con el cuerpo el esplendor de la caída. Giros para volver a la serpiente, esa vieja loca con ideas, que es la espina dorsal de los que sobreviven a la narrativa doméstica de los días.
Avidez
Esta mujer parece un sótano de sí misma. Sus ojeras son noctámbulas, se van tragando el rostro. La noche tiene hambre. Hay que verla regresar, a eso de las tres. Para no mirarse, camina a oscuras hasta el baño. Hace pis. Sentada en el inodoro repasa los bares y las bocas. Dos cervezas en el primero, una lengua con gusto a fernet en el segundo, tres ginebras entre los brazos de un rubio desteñido. La cuenta es imposible. Los vasos y los cuerpos hacen fila en su cabeza. El ronroneo residual se hunde contra el silencio. Se comió a varios. Comer habla de agotamiento. Se besa por deseo, se come por necesidad. Ella, la famélica, no desea a nadie. Se lava la cara y se tira en el futón con los ojos abiertos. Hasta que la luz, como una aguja, atraviesa la persiana. Si el departamento brilla, ella duerme.
Enamorados
Caminan por la costanera. Miran las estrellas. Se juran amor eterno mientras suena una cumbia. No les importa que el otro, la otra, tenga sus defectos: la papada, esa barriga, los tobillos gruesos, soriasis. Lo que cuenta es sentirse querido, proyectar un futuro juntos, terreno en la provincia, chalet, jardín, un auto familiar. Qué importa si después la encuentres, lo encuentres, en cuatro patas debajo de la vecina, el vecino. Pero no esta noche mientras piden un choripán, le pasan chimichurri, se hacen un buche con cerveza y se miran a los ojos.
Licencia
A última hora, cuando se cierran las puertas de la iglesia, los santos se liberan de la rutina de adoración, de su función piadosa. Se arreglan los vestidos, soplan las velas y bajan de los altares. Tienen los huesos secos por las miradas ajenas y les lloran los ojos de no poder cerrarlos. Varios pestañeos simultáneos apagan los cirios más altos. Los templos son fríos y los santos están descalzos. Para entrar en calor hacen rondas frenéticas y palmas. La virgen se chupa el escote, que huele a eternidad. Los años han creado una costra de sudor ahí, donde el vestido hace un pliegue. Toman el vino sacro mientras los angelitos se miran perplejos el ombligo, ese hueco que carece de sentido.
Melancolía
Entre las copas vacías, unas cuantas con los bordes sucios de labial, otras tiradas y las que se hicieron añicos en el linóleo del salón alquilado, entre las botellas bebidas, algunas volcadas y otras en baldes ya tibios, entre los últimos acordes del final, cuando casi no quedan conversaciones y una pareja todavía prueba los pasos de un baile ebrio, están esos dos que vuelven a ir al baño a empolvarse la nariz y están también esos otros que, acodados en el mostrador, piden algo más fuerte, uno de resurrección y remate, mientras los derrotados se abrazan, cantan y los que no saben la letra tararean, y están esos que levantan los brazos esgrimiendo sus copas y aquellos otros que se refriegan detrás de una cortina como si no los viéramos, y pronto no habrán de faltar quienes se agarren a trompadas erráticas. Pero nosotros no nos quedamos a ver y caminamos hacia la salida, la escalinata, los jardines y nos perdemos en las calles sorteando los cuerpos envueltos en alfombras mugrientas, tapados por diarios, encharcados en su meada y, sin embargo, nos perdura en la memoria esa canción como un talismán contra lo que nos espera. La luz fúnebre que se va adueñando del cielo, entre las torres.
Desvelo
Despertar en mitad del sueño con el hocico de un lobo en la cabeza. Prender la luz. Caminar hacia el vaso de agua. El piso helado. La casa como animal a la sombra. Crujen los muebles, las ventanas. El resto de la familia en horizontal, cada uno en su apatía. La boca de los niños. El pis del gato. Quedarse demorado en la cocina, como un tren en la mitad del túnel. En pleno desconcierto. Un pájaro ahí nomás canta el inicio del día. Regresar a la cama como el viajero que vuelve apurado, mandíbula comprimida. Taparse y cerrar los ojos justo en el instante en que suena el despertador. Negación de ese principio, dormir hasta el mediodía. Sin oído a los reclamos.
Negocio
Acá no hay domingos ni feriados. Tenemos madera de todos los tamaños y nos amoldamos a cualquier bolsillo. En los pequeños, los blancos, hacemos un descuento. Nuestro corazón es sensible incluso con los hipócritas que lloran toda la noche. Aunque hay sinceridad a veces, cuesta distinguirla. De tanto escuchar llantos uno termina apreciando los sentimientos auténticos, tan escasos. Si nos ponemos honestos, la sinceridad es la máscara más elegante de la mentira. No se salva nadie. Ni siquiera los que vienen a despedir a un chico. Que la criatura partiera con su final a otra parte, si uno es previsor, tiene su ventaja: no más regalos de compromiso. Adiós Día del Niño, Papá Noel y Reyes Magos. Volviendo a las características de nuestro negocio: alquilamos unas salas velatorias muy acogedoras, frescas en verano, tibias en invierno, ofrecemos café y, en promoción, sándwiches y gaseosas. Los especiales de jamón crudo, queso y tomate son memorables.
Atención
Conviene desarmar algunas convenciones: la noche tiene mala fama, pero las siestas mienten. Son intentos de evocación que no funcionan. La luz es mala, deja en evidencia. A medio vestir y a mitad de la tarde, la siesta oculta una perturbación. Si lo invitan a cabecear, desconfíe. Sepa que el frutito de la tarde es espinoso, tiene una imperfección en la punta. Mejor aguantar hasta el ocaso.