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SINOPSIS
Este libro busca profundizar en la historia más reciente de Japón y en el porqué de las diferencias en la sociedad y en la cultura a través de dos enfoques: la historia de Japón tras la segunda guerra mundial, desde la primera vez que fue ocupado, siguiendo por el sorprendente auge económico, el aparente marasmo en torno al cambio de siglo y el impacto del triple desastre en Fukushima; y Japón desde perspectivas temáticas: logros culturales, sentimiento nacional, memorias de la guerra y población envejecida, pero también la vida diaria, la educación, el trabajo, la ley, la mujer, la sexualidad, la familia, las religiones o los suicidios.
FLORENTINO RODAO
LA SOLEDAD
DEL PAÍS V ULNER ABLE
Japón desde 1945
CRÍTICA
BARCELONA
A Josep Fontana y a su visión global de la historia.
Al okonomiyaki, al ramen callejero, al yakiniku.
A Shibuya, a Shimokitazawa, a Tama.
A los onsen, a los cafés manga. Al sumo.
A los profesores y amigos. A los esquemas rotos.
A esos momentos tan gozosos.
Introducción
El Japón de las sorpresas
Japón ha sorprendido a propios y extraños desde 1945. Con una pobreza tan tremenda y una inflación galopante, pocos podían pensar que Japón esquivaría los conflictos en su entorno. Pocos podían imaginar que su derrota a manos de Estados Unidos sería el aval de su progreso futuro. Cuando en 1955 se fundó el Partido Liberal Democrático, nadie hubiera apostado que apenas estaría cinco años sin ejercer el poder, más que cualquier otro del mundo democrático. Después de asombrar su audaz manejo de las crisis económicas previas, nadie pensaba que, tras estallar la «economía de la burbuja», el marasmo perduraría más de una década. No es fácil comprender cómo un país tan conservador y de derechas llevó a cabo políticas socialdemócratas y alcanzó semejante igualitarismo. Era difícil suponer que, habiendo sido atacado con dos bombas atómicas, Japón sufriría el accidente nuclear más dañino de la humanidad. Pocos podían pensar que Japón solventaría el declive de su producción de alimentos exportando los suyos a precios estratosféricos. O, por último, la imagen del japonés ordenado, metódico y previsible tiene poco que ver con la creatividad que destilan las obras de sus artistas y de sus industrias del manga y del anime.
Japón es una sorpresa continua que va prestando ideas, modas, narrativas, formas de vida, sabores, ideas, conceptos, experiencias y enfoques novedosos. Sus aportaciones se han convertido en referencia para una buena parte de la población mundial, desde la mañana hasta la noche, en momentos de ocio y de ensueño, durante las comidas, al vestirse o al ordenar su casa. Japón ha sido capaz de construir una sociedad igualitaria, cohesionada y creativa y la admiración por sus logros estéticos, económicos y sociales es universal: nos sitúa ante nuestras propias ambiciones. Pero también ante nuestras propias debilidades. País precursor como es, ha vivido antes una crisis económica que después han sufrido tantos otros países y en 2011 mostró que todavía es imposible domeñar a la naturaleza. Peor aún, que es posible incluso magnificar los daños de sus desastres. Como tantos otros, los japoneses adoraron al becerro de oro del crecimiento económico y en cuanto fueron objeto de vanagloria y regodeo bajaron la guardia y desatendieron las amenazas. Japón se ha levantado con sus propias fuerzas pero también se ha hundido con sus propios errores: los halagos le han sido más dañinos que las críticas y ha caído en las mismas trampas por segunda vez. Por la cuenta que nos trae, conviene dejar de lado las explicaciones superficiales y conocerlo mejor. Aprender lo aprendible para que las sorpresas sean las positivas.
Proponemos dos ideas para desentrañar mejor este Japón del que tanto se puede aprender, su soledad y su vulnerabilidad; una dominante al principio del período que estudiamos y otra al final. La soledad, en primer lugar, es olvidada entre tanto sentimiento de culpabilidad y la primera ocupación extranjera. Perder tanto territorio de forma repentina fue una sorpresa impensada para tanto nipón acostumbrado al imperio; incluso entre las elites muchos pensaron hasta última hora que podrían mantener, al menos, la península de Corea. A ello se sumaron los trasiegos de población, porque del archipiélago salieron en torno a millón y medio de extranjeros y retornaron unos siete millones de antiguos colonos. Después de casi un siglo, Japón volvió a ser el único territorio donde vivían los nipones, con algunas excepciones.
La sensación de aislamiento desde 1945 obligó a recomponer su entendimiento del mundo. La ciencia ayudó a sobrellevar el fin de la vieja percepción de un gran país dominando una gran región, trasladando las referencias a nuevos ámbitos y a variables apropiadas para los tiempos de paz. Más allá de las visiones propias, la relación con Estados Unidos fue la solución frente a ese aislamiento. Culpabilizado de forma universal como causante de numerosas desgracias, sin poder participar ni en organismo internacional alguno ni en los Juegos Olímpicos, Japón ya no podía mantener una alianza entre iguales como había mantenido con la Alemania nazi. Pero Washington fue solo una solución parcial porque, más allá del poderío militar, la relación fue desigual. Los nipones pasaron a estar atentos a cualquier movimiento que hiciera ese país, pero ni Washington ni el pueblo estadounidense tuvieron mucho interés por Japón, ni siguiera durante la ocupación. Inclusive el general MacArthur se desentendió pronto de su Mando Supremo en Tokio; en pocos años presentó su candidatura en las primarias del Partido Republicano y tras fracasar volvió a mirar fuera del archipiélago al estallar la guerra de Corea.
Los japoneses se aferraron a una insularidad imposible. Han tendido a ensalzarla con el término shimaguni, o «país-isla», y si por un lado pudieron reflejarse en Gran Bretaña, en su momento la similitud se vio con otro pueblo aislado, los judíos. Según una encuesta de 2018, Taiwán es el territorio vecino al que se sienten más cercanos dos terceras partes de los japoneses, a pesar de que ni tiene embajada ni apenas se realizan viajes turísticos, seguido a larga distancia por Corea del Sur, preferido por apenas un 15 %. Y la comparación más usada últimamente para explicar las peculiaridades de Japón es el llamado «síndrome Galápagos», un término que comenzó a usarse para referirse a su telefonía tan compleja que solo tiene validez dentro del archipiélago. Con el tiempo, el archipiélago ecuatoriano ha servido para explicar por qué unos aparatos tienen éxito únicamente en Japón, por qué no se pueden conectar con el exterior, por qué se siguen utilizando vídeos, CD y teléfonos 3G y por qué las innovaciones tecnológicas han tendido a ser graduales y no radicales. En definitiva, la soledad insular sirve para explicar rotos y descosidos, y se llega a asegurar que Japón ha sido siempre Galápagos. No es verdad: el universo mental de los nipones ha sido siempre mucho más amplio, antes de la derrota, después, y por supuesto en el mundo globalizado actual.
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