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Francisco L. Urquizo - Memorias de campaña

Aquí puedes leer online Francisco L. Urquizo - Memorias de campaña texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2021, Editor: Fondo de Cultura Económica, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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    Memorias de campaña
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    Fondo de Cultura Económica
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    2021
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Memorias de campaña: resumen, descripción y anotación

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Urquizo narra los sucesos ocurridos en un célebre periodo revolucionario de México, que comienza con la traición de algunos militares a las órdenes de Victoriano Huerta, en seguida convertido en dictador, contra el presidente Francisco I. Madero y el vicepresidente José María Pino Suárez. Urquizo mismo fue durante el régimen maderista soldado federal -miembro de las guardias presidenciales- y después constitucionalista.

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Memorias de campana - image 1

COLECCIÓN POPULAR

MEMORIAS DE CAMPAÑA

FRANCISCO L. URQUIZO
MEMORIAS
DE CAMPAÑA
De subteniente a general
Memorias de campana - image 2

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

Primera edición (Colección Popular), 1971
Segunda edición (Lecturas Mexicanas), 1985
Tercera edición (Colección Popular), 2020
[Primera edición en libro electrónico, 2021]

D. R. © 1971, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

Comentarios Tel 55-5227-4672 Diseño de portada Teresa Guzmán Romero Se - photo 3

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Tel.: 55-5227-4672

Diseño de portada: Teresa Guzmán Romero

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-7085-4 (ePub)
ISBN 978-607-16-7013-7 (rústica)

Hecho en México - Made in Mexico

LA HORA DE LA LIMPIA

INVARIABLEMENTE a las tres de la tarde, todos los días, la banda de trompetas del regimiento tocaba “limpia” y de inmediato la tropa, conducida por los sargentos, desfilaba desde sus cuadras hasta los macheros en que estaban los caballos. Su uniforme era de dril crudo: quepí enfundado, blusa larga, amplia y suelta que llegaba hasta las rodillas; pantalón ajustado y cañones de botas con acicates. En sus manos traían, en un lío, hecho con el ayate, la almohaza, el cepillo y un trapo. Llevaba también cada uno un cabestro y bozal tomados de la montura para conducir a los caballos de los macheros al patio del cuartel.

El acto de la limpia o aseo de la caballada tenía en los regimientos tanta importancia como la misma “lista de las seis de la tarde”. Hasta el propio coronel, jefe de la corporación, estaba presente. Era una tradición, casi un acto solemne. Ahí estaban presentes los jefes, todos los oficiales y desde luego —¡claro!— la tropa y la caballada; es decir, estaba el regimiento todo. La colocación en el gran patio del cuartel era la conocida de antemano: los escuadrones en línea, cada oficial y sargento en su puesto y los caballos tenidos por el ronzal de cada soldado que con su lío de útiles de limpia esperaba la orden para dar comienzo a la fajina. El oficiante de aquella misa era el capitán de cuartel, quien, previo permiso obtenido de sus superiores, daba las órdenes correspondientes, pues no era cosa de que cada quien limpiara a su caballo como mejor le pareciera.

—¡Escuadrones! ¡Para limpiar la caballada! ¡Den almohaza!

Así que ya estimaba el capitán que había sido suficiente el uso de la almohaza, seguía ordenando:

—¡Den cepillo! ¡Den ayate! ¡Den trapo!

Cuando ya los caballos brillaban de limpios, el capitán recomendaba a los oficiales:

—¡Cerciórense los señores oficiales de que la caballada está ya bien limpia!

Cada uno de los oficiales revisaba los caballos de su facción, pasándoles las manos por el lomo y las ancas, dándoles pelo y contrapelo para ver si no quedaba polvo en los dedos. Una vez terminada la limpia, el capitán de cuartel pedía permiso a sus superiores ahí presentes para ordenar que se retiraran personal y caballada.

Característica de la tropa de caballería era la blusa de dril crudo, larga. Era el traje que diariamente se usaba dentro del cuartel y aun en las maniobras o en campaña. Los chaquetines con botonadura metálica sólo se llevaban en las formaciones y servicios de plaza. Con blusa recogida y anudada en la cintura podían ponerse las fornituras del sable y las cartucheras de la carabina.

No solamente la tropa usaba la blusa larga, también los oficiales tenían autorización de hacerlo y aun se les proveía de ellas para su uso en el interior del cuartel o en campaña, y evitarles así el deterioro de sus uniformes. Los oficiales usaban las blusas anudadas en la cintura, como suelen hacerlo los charros y los campiranos, sin perjuicio de llevar siempre su espada y su pistola reglamentaria. Antojábase muy mexicana prenda la blusa anudada.

La blusa para el hombre de a caballo era como el rebozo y el zagalejo de las mujeres de México. Era una parte ostensible del charro; era la tradición del chinaco guerrillero de la Intervención. Prenda humilde, sencilla, sin adornos, daba, a quien la portaba, prestancia, porte altivo y machismo.

Por lo demás, para los oficiales, pobres como lo fueron siempre, constituía una ayuda el economizar el uso del uniforme que habían pagado o estaban pagando aún en abonos decenales con sus reducidos haberes. Los uniformes sólo para los servicios, las formaciones o los días francos; pero para el cuartel, para las partidas o para las fajinas, la blusa larga de limpia.

Por decoro, por dignidad, no debería andarse nunca en mangas de camisa, así como sin la espada al cinto. No traer espada equivalía a aparecer como sujeto a un proceso, es decir, a aparecer como indigno. ¿Andar en camisa? ¡Nunca! Por respeto a la propia persona, por decencia y honestidad.

Siempre fueron pobres los militares. A principios de siglo, un coronel ganaba diariamente diez pesos, un mayor seis, los capitanes cuatro y tres los subalternos.

Los capitanes generalmente eran ya hombres maduros y casi siempre casados. Se las veían negras para vivir fuera del cuartel y tener que pagar renta. Los subalternos —tenientes y subtenientes— vivían en el cuartel en cuartos destinados uno a cada dos de ellos. Todo oficial subalterno debía tener su catre de campaña, pues en los cuartos sólo había, cuando más, un armario de madera, un lavabo de metal con palangana y jarra, un perchero, una mesa y dos sillas. El oficial debía también estar provisto de una caja de madera de tamaño y color reglamentarios con su nombre estampado para ser identificado con rapidez. Estas cajas eran para llevar el equipaje del oficial y constituir cada dos de ellas la carga de una acémila cuando se saliera a campaña. La corporación le proporcionaba, como a la tropa, dos mantas de cama —que le servían de colchón— y una cobija. El foco de luz eléctrica debería arder toda la noche al igual que la luz de las cuadras de la tropa. La mesa y las sillas se empleaban para hacer los partes y tomar la comida, que tres veces al día llevaba en un portaviandas el asistente.

Desde el toque de “diana”, al amanecer, hasta el de “silencio”, ya caída la noche, fajinas, servicios, limpieza del cuartel y de la caballada, y por si fuera poco, instrucción con armas, sin ellas, pie a tierra o a caballo.

Gobernaba el país don Francisco I. Madero como consecuencia del triunfo de la Revolución que él encabezara contra la dictadura del general Porfirio Díaz, quien se había visto obligado a retirarse al extranjero después de haber ejercido el poder durante treinta largos años. El Ejército federal, que él había organizado y que fue siempre su apoyo, continuaba en pie, ahora como fuerte sostén del presidente Madero, quien había licenciado a las fuerzas revolucionarias que antes acaudillara.

Madero, con su incipiente gobierno, pensaba que con su buena intención y la pureza de sus manejos en la administración bastaría para darle un cambio favorable a la marcha de la nación. Que no habiendo dictadura y principiando el gobierno de la democracia, se habría logrado la marcha regular en la política del pueblo y para el pueblo de un modo efectivo y en consecuencia favorable para la mayoría, especialmente para la clase proletaria. Pensó que la sonrisa y la mano blanda sustituirían a la mano férrea dictatorial, y creyó —¿por qué habría de dudarlo?— que el ejército respaldaría y sostendría al gobierno como era su obligación.

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