Henri J. M. Nouwen - El regreso del hijo pródigo
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- Libro:El regreso del hijo pródigo
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1992
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El regreso del hijo pródigo: resumen, descripción y anotación
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A mi padre
LAURENT JEAN MARIE NOUWEN
en su noventa cumpleaños
Este libro es un comentario sobre la parábola del hijo pródigo, a partir de un cuadro de Rembrandt sobre el mismo tema y de la propia experiencia personal del autor. En él, Nouwen analiza tres fases de su vida espiritual a partir de esa parábola. La obra consta de tres grandes bloques, que van acompañados por un prólogo, una introducción, una conclusión y un epílogo. Cada uno de los tres grandes bloques aborda la visión de un personaje: el hijo menor, el hijo mayor y el padre.
Henri J. M. Nouwen
Meditaciones ente un cuadro de Rembrandt
ePub r1.1
Tellus28.03.14
Título original: The Return of the Prodigal Son
Henri J. M. Nouwen, 1992
Traducción: Isabel García de Alzuru
Editor digital: Tellus
ePub base r1.0
Un hombre tenía dos hijos. El menor dijo a su padre: «Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde». (Lc 15, 11-32). Y el padre les repartió la herencia. A los pocos días el hijo menor reunió todo lo suyo, se fue a un país lejano y allí gastó toda su fortuna llevando una mala vida.
Cuando se lo había gastado todo, sobrevino una gran hambre en aquella comarca y comentó a padecer necesidad. Se fue a servir a casa de un hombre del país, que le mandó a sus tierras a cuidar cerdos. Gustosamente hubiera llenado su estómago con las algarrobas que comían los cerdos pero nadie se las daba. Entonces, reflexionando, dijo: «¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan de sobra mientras que yo aquí me muero de hambre! Me pondré en camino, volveré a casa de mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros». Se puso en camino y fue a casa de su padre.
Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió. Fue corriendo, se echó al cuello de su hijo y lo cubrió de besos. El hijo comentó a decir: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco llamarme hijo tuyo». Pero el padre dijo a sus criados: «Traed enseguida el mejor vestido y ponédselo; ponedle también un anillo en la mano y sandalias en los pies. Tomad el ternero cebado, matadlo y celebremos un banquete de fiesta, porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido encontrado». Y se pusieron todos a festejarlo.
El hijo mayor estaba en el campo y, al volver y acercarse a la casa, oyó la música y los bailes. Llamó a uno de los criados y le preguntó qué significaba aquéllo. Y éste le contestó: «Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el ternero cebado porque lo ha recobrado sano». Él se enfadó y no quiso entrar y su padre salió y se puso a convencerlo. Él contestó a su padre: «Hace ya muchos años que te sirvo sin desobedecer jamás tus órdenes, y nunca me diste ni un cabrito para celebrar una fiesta con mis amigos. Pero llega este hijo tuyo, que se ha gastado tu patrimonio con prostitutas, y tú le matas el ternero cebado».
El padre le respondió: «Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Pero tenemos que alegrarnos y hacer fiesta porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido encontrado».
El cartel
Un encuentro aparentemente insignificante con un cartel representando un detalle de El Regreso del Hijo Pródigo de Rembrandt hizo que comenzara una larga aventura espiritual que me llevaría a entender mejor mi vocación y a obtener nueva fuerza para vivirla. Los protagonistas de esta aventura son un cuadro del s. XVII y su autor, una parábola del s. I y su autor, y un hombre del s. XX en busca del significado de la vida.
La historia comienza a finales de 1983 en el pueblo de Trosly, Francia, donde estaba pasando unos meses en El Arca, una comunidad que acoge a personas con enfermedades mentales. Fundada en 1964 por un canadiense, Jean Vanier, la comunidad de Trosly es la primera de las más de noventa comunidades El Arca esparcidas por todo el mundo.
Un día fui a visitar a mi amiga Simone Landrien al pequeño centro de documentación de la comunidad. Mientras hablábamos, mis ojos dieron con un gran cartel colgado en su puerta. Vi a un hombre vestido con un enorme manto rojo tocando tiernamente los hombros de un muchacho desaliñado que estaba arrodillado ante él. No podía apartar la mirada. Me sentí atraído por la intimidad que había entre las dos figuras, el cálido rojo del manto del hombre, el amarillo dorado de la túnica del muchacho, y la misteriosa luz que envolvía a ambos. Pero fueron sobre todo las manos, las manos del anciano, la manera como tocaban los hombros del muchacho, lo que me trasladó a un lugar donde nunca había estado antes.
Dándome cuenta de que ya no estaba prestando atención a la conversación, dije a Simone: «Háblame de ese cartel». Ella dijo: «Oh, es una reproducción de El Regreso del Hijo Pródigo de Rembrandt. ¿Te gusta?». Seguí mirando fijamente el cartel y por fin tartamudeé: «Es muy bonito, más que bonito… Me entran ganas de reír y llorar al mismo tiempo… No puedo decirte lo que siento cuando lo miro, pero me conmueve profundamente». Simone añadió: «Deberías hacerte con una copia. Lo puedes comprar en París». «Sí», dije, «tengo que conseguir una copia».
La primera vez que vi El Regreso del Hijo Pródigo, acababa de terminar un viaje agotador de seis semanas dando conferencias por los Estados Unidos, lanzando un llamamiento a las comunidades cristianas para que hicieran todo lo posible por prevenir la violencia y la guerra en América Central. Estaba realmente cansado, tanto que casi no podía andar. Me sentía preocupado, solo, intranquilo y muy necesitado. Durante todo el viaje me había sentido como un guerrero fuerte y valeroso luchando incansablemente por la justicia y la paz, capaz de hacer frente sin miedo al oscuro mundo. Pero ahora me sentía vulnerable como un niño pequeño que quiere gatear hasta el regazo de su madre y llorar. Tan pronto como las multitudes que me alababan o me criticaban se alejaron, experimenté una soledad devastadora y fácilmente podía haberme rendido a las seductoras voces que me prometían descanso físico y emocional.
Éste era mi estado la primera vez que me encontré con El Regreso del Hijo Pródigo de Rembrandt colgado de la puerta del despacho de Simone. Mi corazón dio un brinco cuando lo vi. Tras mi largo viaje, aquel tierno abrazo de padre e hijo expresaba todo lo que yo deseaba en aquel momento. De hecho, yo era el hijo agotado por los largos viajes; quería que me abrazaran; buscaba un hogar donde sentirme a salvo. Yo no era sino el hijo que vuelve a casa; y no quería ser otra cosa. Durante mucho tiempo había ido de un lado a otro: enfrentándome, suplicando, aconsejando y consolando. Ahora sólo quería descansar en un lugar que pudiera sentirlo mío, un lugar donde pudiera sentirme como en casa.
Ocurrieron muchas cosas en los meses y años siguientes. El enorme cansancio desapareció y volví a mis clases y a mis viajes, pero el abrazo de Rembrandt seguía grabado en mi corazón más profundamente que cualquier otra expresión de apoyo emocional. Me había puesto en contacto con algo dentro de mí que reposa más allá de los altibajos de una vida atareada, algo que representa el anhelo progresivo del espíritu humano, el anhelo por el regreso final, por un sólido sentimiento de seguridad, por un hogar duradero. Mientras seguía ocupado con mucha gente, envuelto en innumerables asuntos, y presente en multitud de lugares,
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