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Norman Manea - El regreso del húligan

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Norman Manea El regreso del húligan
  • Libro:
    El regreso del húligan
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2003
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El regreso del húligan: resumen, descripción y anotación

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Norman Manea

El regreso del húligan

ePub r1.0

Titivillus 16.09.18

Para Cella

Preliminares
Barney Greengrass

Por la ventana, tan amplia como la pared, entra una luz edénica de primavera. El hombre que hay en la habitación contempla, desde la altura del décimo piso, el hervidero del paraíso. Edificios, rótulos y peatones del Otro Mundo. «In paradise one is better off than anywhere else», tendría que repetir esta misma mañana.

Al otro lado de la calle, el edificio rojo y macizo. Se ven grupos de niños que van a clase de danza y gimnasia. Las columnas amarillas de taxis bloqueados en el cruce de Broadway con Amsterdam Avenue aúllan, histéricas por el metrónomo ebrio de la mañana. Sin embargo, el observador escruta el cielo, el desierto, la lenta cronofagia del desierto, las gigantescas termitas de las nubes.

Media hora después, se halla en la esquina de la calle, ante el edificio de cuarenta y dos plantas en el que vive. Ni el menor rastro de estilo, mera geometría de ensamblaje: un refugio, simplemente, superposición de cajas habitables. Bloque estalinista…, masculla. No, los bloques estalinistas no alcanzaban semejantes alturas. Pero estalinista, repite, desafiando el decorado de la posteridad. ¿Volverá a ser, esta mañana, el mismo que fue hace nueve años? ¿Atónito, como entonces, por la novedad de la vida después de la muerte? Nueve años, como nueve meses en el vientre repleto de novedades, de la aventura que está alumbrando esta flamante mañana, como el principio anterior al principio.

A la izquierda, el rótulo azul de grandes letras blancas, RITE AID PHARMACY, la farmacia donde compra, habitualmente, las cápsulas. De repente, ¡la alarma! Cinco coches de bomberos, fortalezas metálicas con sirenas, tambores y mugidos de toro, toman la calle al asalto. Ya ves, los fuegos del infierno persisten también en el paraíso. Nada grave, el orden se restablece instantáneamente. Ahí está el laboratorio fotográfico donde le hacen las fotos de carné para el nuevo documento de identidad. Al lado, el escaparate de la tienda de bocadillos; el letrero amarillo SUBWAY; STARBUCKS, el café de los bohemios; MCDONALD’S, por supuesto, el rótulo rojo con letras blancas y la M grande amarilla. Delante de la puerta metálica, una ancianita con pantalones vaqueros y deportivas negras, un sombrerito colonial blanco calado hasta los ojos, un bastón en la mano derecha, un bolso grande verde en la izquierda; y dos mendigos negros, altos y barbudos, cada uno con un vaso blanco de plástico en la mano. El quiosco de prensa del paquistaní, el estanco del indio, el restaurante mexicano, la tienda de ropa de señora, los grandes cestos de frutas y flores del coreano, sandías amarillas y rojas, ciruelas negras, rojas y verdes, mangos de México y de Haití, pomelos amarillos, rosas y blancos, uvas, zanahorias, cerezas, plátanos, manzanas fuji y manzanas granny, rosas, tulipanes, claveles, azucenas, crisantemos, flores grandes y pequeñas de campo y de jardín, blancas, amarillas y encarnadas. Edificios bajos, edificios altos y edificios aún más altos, estilos, proporciones y destinos mezclados, la Babilonia del Nuevo Mundo, del Viejo Mundo y de la vida después de la muerte. El japonés diminuto de camisa colorada y gorra colorada, trastabillando entre dos pesadas bolsas repletas de paquetes. El rubio de barbas, con pantalones cortos y pipa, entre dos rubias imponentes en pantalones cortos verdes, con gafas de sol negras y pequeñas mochilas a la espalda. La joven alta, delgada, descalza, de pelo corto, rojo, y camiseta transparente, pantalones cortos, cortísimos, como una hoja de parra. El hombre calvo y grande, con dos niños pequeños en brazos. El hombre pequeño y ancho, de bigote negro y cadena de oro al cuello. Pordioseros, policías y turistas, ninguno insustituible. El cruce entre Amsterdam Avenue y la Calle 72, frente al pequeño parque Verdi Square, un triángulo de hierba encerrado en sus tres lados por una valla metálica. En el centro, en un zócalo de piedra blanca, con levita, corbata y sombrero, el signor Giuseppe Verdi, entre los personajes de sus óperas, sobre los que reposan las plácidas cornejas del paraíso. En los bancos de enfrente de la valla, la plebe mortal, jubilados, tullidos y vagabundos dedicados a la picaresca y picoteando del cartucho de patatas fritas o mordisqueando una pizza gomosa.

No falta nada en el paraíso: comida, ropa, periódicos, colchones, paraguas, ordenadores, zapatos, muebles, vinos, alhajas, flores, gafas, discos, lámparas, velas, cerraduras, cadenas, perros, aves exóticas y peces tropicales. Y comerciantes, saltimbanquis, policías, peluqueras, limpiabotas, contables, putas, mendigos, todas las caras, idiomas, edades, alturas y pesos poblaban aquella mañana inverosímil en que el superviviente celebraba nueve años de vida nueva.

En este Otro Mundo, las distancias y las prohibiciones han sido abolidas, los frutos del conocimiento son accesibles en pantallas de bolsillo, el árbol de la vida sin muerte ofrece sus frutos en todas las farmacias, la vida corre de forma vertiginosa, sólo cuenta el momento, el presente como momento. ¡Otra vez suena la sirena del infierno! Esta vez no se trataba de fuego. El bólido blanco ha dejado tras de sí, en el aire, un círculo de sangre, una cruz roja y una inscripción roja: AMBULANCIA…

No, nada faltaba en la vida de después de la muerte, nada. Levanta la vista al cielo que consentía el prodigio. Firmamento obturado, los paralelepípedos de cemento armado no consentían más que una rendija de cielo. La fachada de la derecha bloqueaba la mirada. Pared larga, muy larga, de color café, flanqueada por el canalón azul, por la basura. A la izquierda, el muro amarillo. Sobre el fondo brillante de la pintura dorada, la irisación azul del mensaje: DEPRESSION IS A FLAW IN CHEMISTRY NOT IN CHARACTER.

Advertencia o información, difícil decirlo. Parado, con la cabeza hacia atrás y la mirada en las columnas del texto sagrado, se recobra, da un paso atrás y sigue caminando por Amsterdam Avenue. Ventajas de la Otra Vida: la inmunidad. Uno ya no está encadenado, como en la primera vida, a todas las nimiedades; indiferente, sigue su camino.

El peatón avanza hacia Barney Greengrass. «El sitio te recordará a tu vida de antes», le había prometido su amigo.

Los edificios de Amsterdam Avenue son los del pasado, casas viejas, rojizas, oscuras, grises, cuatro, cinco o seis plantas, balcones negros, metálicos, escaleras de incendios ennegrecidas por el tiempo. Barrio de estación, eso le pareció la primera vez que vio esta zona del Upper West Side, que le recordaba el Viejo Mundo. Pero en los nueve o noventa años que llevaba viviendo aquí, se habían multiplicado los edificios altos, cada vez más altos, y comparado con ellos el bloque de cuarenta y dos plantas en el que vivía parecía un triste logro estalinista… Sí, la palabra volvía, sin sentido.

En la planta baja, las tiendas, como antiguamente: FULL SERVICE JEWELLERS, UTOPIA RESTAURANT, AMARYLLIS FLORIST, LOTTO, SHOE STORE, ADULT VIDEO, CHINESE DRY CLEANING, NAIL SALON, ROMA FRAME ART, MEMORIAL: RIVERSIDE MEMORIAL CHAPEL, en el cruce con la Calle 76. Del edificio sale una muchacha de piernas gruesas y pelo largo y negro. Vestido negro de mangas cortas y negras, medias negras y gruesas gafas de sol con cristales negros. Tres coches negros, larguísimos, como gigantescos ataúdes, con ventanillas negras. Se apean elegantes caballeros vestidos de negro y con sombreros negros; señoras elegantes vestidas de negro y con sombreros negros; adolescentes en traje de domingo, de luto. El metrónomo había marcado de nuevo para alguien la hora de la eternidad. La vida es movimiento, no lo ha olvidado. Se aleja presuroso. Un paso, dos, y ya está fuera de peligro.

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