P.O. Box 1043
Originally published in English under the title: Pleasing God © 2012 by R.C. Sproul 4050 Lee Vance View, Colorado Springs, Colorado 80918 U.S.A. This edition published by arrangement with Cook. All rights reserved.
©2019 Publicaciones Faro de Gracia.
Traducción al español realizada por Pamela Espinosa; edición de texto Paula Bautista diseño de la portada y las páginas por Francisco Hernández. Todos los Derechos Reservados.
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación de datos o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio—electrónico, mecánico, fotocopiado, grabación o cualquier otro—excepto por breves citas en revistas impresas, sin permiso previo del editor.
©Las citas bíblicas son tomadas de la Versión Reina-Valera ©1960, Sociedades Bíblicas en América Latina. © renovada 1988, Sociedades Bíblicas Unidas, a menos que sea notado como otra versión. Utilizado con permiso.
PREFACIO
“Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 3:17).
Hay tres ocasiones en el Nuevo Testamento en las que Dios habló de manera audible desde el cielo: el bautismo de Jesús (Mateo 3:17; Marcos 1:11; Lucas 3:22), la transfiguración (Mateo 17:5; Marcos 9:7; Lucas 9:35), y el discurso de Jesús después de la entrada triunfal (Juan 12:28). En las primeras dos ocasiones, Dios declaró que estaba complacido con Su Hijo.
¿Qué mayor aprobación podría gozar una persona que saber que lo que ha hecho es agradable a Dios? Todos los cristianos deberían tener una pasión por agradar a Dios. Debemos deleitarnos en honrarlo. Agradar a nuestro Redentor debería ser nuestro deseo más grande.
Todos comenzamos la vida cristiana con la intención de vivir de una manera agradable a Dios, pero nos enfrentamos con obstáculos en el camino. Nos encontramos con conflictos entre lo que nos agrada a nosotros y lo que le agrada a Dios. Necesitamos ayuda para superar estos obstáculos.
Efectivamente, la vida cristiana es a menudo una lucha. Ganamos terreno y luego retrocedemos, existen las recaídas. A veces parece que, al retroceder, el camino está engrasado con la sustancia más pegajosa que el diablo pudiera usar. Pero como niños que se tambalean en la parte alta de un tobogán, temerosos de moverse, tenemos un Padre celestial que vigila la orilla y espera al final del tobogán para atraparnos en Sus brazos.
Este libro tiene la intención de ser una guía práctica para la vida cristiana. No es un volumen académico pesado. Es un intento de proporcionar ayuda para la lucha en la que estamos involucrados.
Este libro fue sugerido por el Dr. Wendell Hawley, un hombre con una profunda preocupación por ayudar a los cristianos que están luchando para agradar a Dios. Además del Dr. Hawley, agradezco a mi secretaria, la Sra. Maureen Buchman, quien ayudó en la preparación del libro. Una vez más, agradezco especialmente a mi editora más implacable, mi esposa, Vesta, quien empuña una cruel pluma de tinta roja.
–R. C. Sproul
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GRACIA TIERNA
“Veo los hombres como árboles, pero los veo que andan” (Marcos 8:24). Qué experiencia tan extraña. No es normal ver árboles que caminan, pero el hombre que vio “árboles andando” era un hombre en transición. Estaba en una etapa intermedia entre la ceguera total y la claridad de visión total. Él fue, como veremos, un representante de todos los cristianos en su progreso hacia agradar a Dios.
Las sanaciones milagrosas realizadas por Jesús eran usualmente instantáneas y completas. Jesús no resucitó parcialmente a Lázaro de entre los muertos. El hombre de la mano seca no se recuperó por etapas. En la mayoría de los milagros de Jesús, la persona era cambiada al instante.
Así que el episodio registrado en el evangelio de Marcos es inusual. Registra la sanación de un hombre ciego en dos etapas:
Vino luego a Betsaida; y le trajeron un ciego, y le rogaron que le tocase. Entonces, tomando la mano del ciego, le sacó fuera de la aldea; y escupiendo en sus ojos, le puso las manos encima, y le preguntó si veía algo. Él, mirando, dijo: Veo los hombres como árboles, pero los veo que andan. Luego le puso otra vez las manos sobre los ojos, y le hizo que mirase; y fue restablecido, y vio de lejos y claramente a todos (Marcos 8:22-25).
Esta es una historia del poder y la gracia de Cristo. Es una historia de gracia tierna. Cuando a Jesús se le acercó la gente preocupada por la difícil situación del hombre ciego, el primer acto que Él realizó fue tomar al ciego de la mano. Sosteniendo su mano, Jesús condujo al hombre fuera de la aldea.
Imagina la escena. El Hijo de Dios seguramente tenía el poder de sanar al hombre de inmediato. En lugar de eso, Jesús lo condujo lejos de la multitud, y le ministró en privado. El hombre ciego no era un espectáculo para que los curiosos observaran. Nuestro Señor dirigió los pasos del hombre. En toda su vida, el hombre ciego nunca había tenido una guía tan segura. No había peligro de caer, ni la posibilidad de tropezar. Él estaba siendo guiado por la mano de Cristo.
Si el acto de ternura de Jesús hubiera terminado en ese punto, estoy seguro de que hubiera sido suficiente. El hombre ciego podría haber contado la historia hasta el final de sus días. “¡Él me tocó!”, podría haber exclamado, y podría haber saboreado la experiencia para siempre. Pero Jesús no había terminado. Él continuó con el siguiente paso.
Cuando estaban lejos de la multitud, Jesús hizo algo que podría ofender nuestra sensibilidad. Escupió en los ojos del hombre. En nuestros días, que alguien le escupa en los ojos a uno es experimentar un insulto vergonzoso y degradante. Pero el propósito de Jesús no era insultar, sino sanar. Él tocó al hombre y le preguntó si podía ver algo.
Fue en este momento que el hombre comenzó a ver a las personas como árboles que caminaban. Vio lo que cualquier ciego daría todo por ver. Su visión era tenue y borrosa–pero podía ver. Poco antes no podía ver nada, sus ojos eran inútiles, y vivía en oscuridad perpetua. Pero repentinamente pudo distinguir formas que se movían, pudo detectar la diferencia entre la luz y la sombra. Un nuevo mundo se abría ante él. Ya no necesitaba que alguien lo llevara de la mano pues podía ver lo suficientemente bien para valerse por sí mismo.
Pero Jesús no había terminado. Aplicó un segundo toque. Al poner otra vez las manos sobre los ojos del hombre, las cosas que estaban borrosas pasaron a un enfoque nítido. De repente el hombre pudo distinguir claramente los árboles de los hombres. Vio árboles quietos y sus ramas meciéndose suavemente con la brisa. Vio hombres como hombres, caminando. Pudo discernir la diferencia entre hombres altos y bajos, hombres gordos y delgados, jóvenes y viejos. Empezó a identificar las diminutas características faciales que provocan el reconocimiento de individuos específicos. Quizá pudo haberlo hecho antes mediante el tacto, tal vez podía deslizar sus dedos sobre el rostro de una persona y reconocerla. Seguramente habría reconocido los sonidos únicos de las voces de diferentes personas. Pero ahora podía mantener sus manos en sus bolsillos y aun así saber quién estaba de pie delante de él. El primer rostro que vio claramente fue el de Cristo. Para él, ese era el comienzo de la visión bendecida.