SINOPSIS
¿Qué ocurrirá si la respuesta de la UE ante la crisis actual provoca un rescate? ¿Cómo enfocaremos en España el empleo precario y la creciente desigualdad? ¿Cómo conviviremos en un clima político en el que todo se personaliza, en el que se criminaliza al contrario y en el que los argumentos no cuentan?
Hemos entrado en un nuevo ciclo occidental en el que veremos nuevos valores, nuevas ideas y fuerzas sociales. Este libro es la historia de los orígenes de ese proceso y del lugar hacia el que nos dirige. Es también la historia de las fallas económicas y morales de una sociedad, de unas élites desconectadas y de cómo todo se parte en dos: la fábrica del mundo entra en conflicto con la gran potencia financiera, los territorios del sur pierden frente a los del norte, las pequeñas ciudades y el mundo rural frente a las grandes urbes, los trabajadores y los dueños de pymes frente a las firmas globales. Pero más allá de los grandes desafíos que deben afrontarse, es la historia de la gente común, de por qué hemos dejado de importar y de cómo afrontar nuestro futuro.
Esteban Hernández
Así empieza todo
La guerra oculta del siglo XXI
La trampa de la historia
«El presidente se encuentra en una situación grave y no sabe cómo salir de ella. La presión que soportamos es enorme.»
Fue, por muchos motivos, un momento extraordinario de la historia. Los presidentes de los dos países más poderosos del mundo buscaban una negociación en los márgenes para evitar que la intromisión de sus militares abocase a un enfrentamiento no deseado. En la élite estadounidense había posturas muy firmes respecto de la necesidad de la acción armada contra Cuba, a pesar de las consecuencias que pudieran derivarse de ella, y en la Unión Soviética no estaban dispuestos a sacar los misiles de la isla sin una contrapartida clara y pública. Kennedy estaba dispuesto a ofrecerla, pero no podía brindar ni las garantías ni la transparencia precisas para generar confianza en los soviéticos. El presidente sabía que el instante era crucial, y era consciente también de cómo, en estas ocasiones, la historia solía inclinar la balanza del lado de la peor opción posible. JFK era un ferviente admirador de Los cañones de agosto, un libro de la historiadora Barbara Tuchman que había sido publicado ese mismo año, y que llegó a regalar al primer ministro británico, Harold Macmillan, para que comprendiese bien la gravedad del momento.
El libro de Tuchman contenía un detallado análisis de la génesis de la Primera Guerra Mundial desde una perspectiva inédita, la de un escenario entrelazado por lógicas y mentalidades enredadas que abocaron a un enfrentamiento que se anticipaba inevitable. Durante el siglo XIX , los militares habían sido una fuerza social de gran importancia, y en la época del imperialismo y del auge de las masas, su influencia fue todavía mayor. La fuerza ascendente de aquella época, la que estaba modelando la sociedad, era la burguesía. La industria, el comercio y la expansión por territorios extranjeros constituían el motor que impulsaba las más diversas políticas nacionales, y los valores ligados a ellas, los provenientes de los intercambios, la rentabilidad, los intereses y el capital, estaban modelando la mentalidad de los europeos. Los cuerpos militares, vinculados aún a la aristocracia, y en los que el ingreso de la pequeña burguesía y, sobre todo, el proletariado, estaban limitados, constituían el espacio de encuentro y defensa de viejas virtudes, esas que se entendía que la sociedad estaba perdiendo. El honor, la lealtad, el sacrificio, el amor por el combate y la entrega a una causa superior a la de la mera individualidad encajaban mal con las ideas emergentes, tanto las de una burguesía demasiado centrada en el interés personal como las de unas masas que percibían enormemente vulgares. El ejército era crucial por lo que suponía para la fortaleza nacional, pero también como bastión frente a la decadencia. La solución de compromiso, como suele ocurrir, consistió en la adopción de algunas de las viejas virtudes por la nueva burguesía, que vieron en el orden estructural de las fuerzas armadas una inspiración para sus organizaciones, y que promovieron valores públicos como la disciplina, el orden y el respeto a la autoridad.
El ejército contaba con sus propios códigos, en los que el honor figuraba en lo más alto. Por eso los duelos se produjeron con frecuencia, durante el siglo XIX y entrado el XX , incluso en los países que fueron formalmente prohibidos. No podían ser rechazados, y menos aún si se formaba parte del cuerpo de oficiales del ejército, bajo pena de caer en desgracia, profesional y socialmente. La honra era el valor máximo, por encima de la propia existencia, y debía conservarse a toda costa. Y esa mentalidad operaba en todos los órdenes, el personal, el corporativo y el nacional, de forma que toda ofensa debía encontrar una respuesta adecuada. El combate no era un problema, sino parte eterna de la existencia, y las armas tenían la última palabra tarde o temprano.
Se trataba de valores funcionalmente adecuados, ya que los militares suponían la fuerza de salvaguarda del orden existente. El ejército era imprescindible para el capitalismo, ya que de él dependían la expansión exterior, el aseguramiento de los territorios dominados y de las materias primas que de allí se extraían, y constituía el elemento disuasorio por excelencia respecto de las pretensiones de otras potencias. En lo interno resultaba fundamental, ya que permitía el aseguramiento en última instancia del orden constituido frente a los intentos de desestabilización de los proletarios, y respecto de las tentaciones de esos políticos que habían ganado relevancia en el tiempo de la democratización y del sufragio universal.
Unos y otros motivos, su función y sus valores, les conducían a realizar una tarea de previsión que se concretaba en el diseño de planes estratégicos permanentes, que revisaban y actualizaban con frecuencia. En la época del imperialismo, todos los países tenían en mente la elevada probabilidad de que una guerra estallase, por lo que configuraban escenarios muy detallados acerca de las posibilidades de acción si las hostilidades se desatasen. La inestabilidad social, la red de intrincados intereses nacionales y el aumento de las tensiones entre las potencias construyeron la seguridad de que tarde o temprano el deseo bélico prendería, y la anticipación resultaba crucial.