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Vicente Riva Palacio - Periodismo

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Vicente Riva Palacio Periodismo

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NUESTRO PROPÓSITO N i la animosidad de un ciego espíritu de partido que - photo 1

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NUESTRO PROPÓSITO

N i la animosidad de un ciego espíritu de partido, que ciertamente no nos domina, ni los fogosos ímpetus de una juventud que ha pasado ya para nosotros, ha movido nuestro ánimo, y determinado nuestra voluntad para presentarnos en la arena periodística tomando la actitud independiente y enérgica que procuraremos conservar a todo trance.

Fruto de largas y detenidas meditaciones, nuestra resolución es tanto más firme cuanto que hemos llegado a convencernos de que una empresa como la que hoy acometemos, atacando los abusos y defendiendo a toda costa, la ley, la moral y el progreso, es una empresa llena de dificultades y quizá de peligros, pero empresa que por lo mismo supone un sacrificio que estamos obligados a llevar a cabo como patriotas; y cuando la conciencia nos muestra el sacrificio como deber, ni vemos, ni medimos límites en el ancho campo que se presenta entonces a nuestros ojos.

Vamos a escribir para el pueblo, y cuando se escribe para él, es preciso hacerlo con la lealtad del que trata de corregir un yerro y no de paliarle, de contener un abuso y no de santificarle; atacar una preocupación popular, combatir la marcha de un gobierno cuando se le mira apartarse del sendero legal, señalar el mal donde quiera que se encuentre por más que se cubra con el ropaje de la justicia o de la ley, tarea ruda y desagradable, pero que es preciso cumplir, toda vez que la conciencia dice que se debe hablar al pueblo en la tribuna o en la prensa.

Queremos que El Radical sea el órgano de las aspiraciones nacionales, de los deseos de los buenos mexicanos, de las exigencias del progreso; queremos que en él encuentren un defensor constante los ciudadanos en el pleno goce de sus garantías constitucionales, y los estados en el perfecto respeto de su soberanía e independencia; no usaremos otras armas que las de la razón y la verdad; pero buscaremos siempre la bandera de la moral que tiene el bello privilegio de reunir bajo su sombra a todos los buenos ciudadanos por más que entre ellos abran un abismo las diferencias de opiniones políticas, filosóficas o religiosas.

México camina rápidamente a una crisis; si así lo creemos ¿por qué no hemos de decirlo? Vemos algo sombrío en el porvenir, que no deseamos, pero que comprendemos, y es necesario hacer un esfuerzo para que esa nube no llegue a entoldar el cielo de la república.

Cada día más y más la nación siente en su seno el cáncer mortal del indiferentismo político, cada día es más patente la división social entre el pequeño círculo que interviene en los negocios públicos y la inmensa mayoría que mira sin extrañeza pero sin interés cuanto puede afectar a la suerte de la nación, y cada día gana terreno ese vil materialismo que preconiza el completo olvido de toda conciencia política, mirando sólo en la vida pública el provecho de los intereses personales.

Así llegará muy pronto la época en que ciudadanos sin energía, se inclinen todos ante el mero capricho del poder, como un campo cubierto de espigas a la más ligera bocanada de viento.

Pero como es una ley eterna que las reacciones sean más fuertes a medida que la acción es más poderosa, llegaría un momento en que una terrible reacción, la de la dignidad personal humillada, la del individualismo sofocado y la de la ultrajada soberanía de las localidades, trajeran una revolución quizá más sangrienta que cuantas hasta hoy hemos presenciado.

La primera parte de este drama está casi terminada; la sumisión del pueblo y de las entidades federativas es casi completa: es preciso que el patriotismo evite la segunda, que la Constitución rija en todo su vigor, y sea la protección de los débiles y el freno de los poderosos, y sólo así se conseguirá evitar días negros a México.

Para esto debe luchar la prensa, y nosotros para contribuir a tan noble objeto nos presentamos llenos de fe en la causa del pueblo, de la justicia, y de la verdad.

La república languidece visiblemente sin que pueda decirse que va en progreso porque la Cámara vota algunas mejoras materiales, y porque otras se llevan a efecto; adelantos son éstos; pero adelantos oficiales que no se producen por el esfuerzo del pueblo, ni por el espíritu de asociación en la vía del mejoramiento social, y el progreso y el adelanto ni se decretan, ni se consiguen de orden suprema; los gobiernos en el estado de civilización a que han llegado las sociedades modernas, no deben ser ni una barrera que detenga en su marcha a una nación, ni una locomotora que la arrastre por un camino que el pueblo no quiere o no puede recorrer.

Nosotros procuraremos buscar el origen y la causa del desaliento de nuestra sociedad, del indiferentismo de nuestros conciudadanos, y de ése ya latente, ya manifiesto malestar que por todas partes se observa; y si podemos encontrarlos, los combatiremos, bien se encuentren en las instituciones, bien en el gobierno o en el pueblo mismo; porque ni tratamos de halagar el amor propio de un partido, ni deseamos alcanzar el favor de los poderosos, ni buscamos esa falsa y estéril popularidad que se conquista lisonjeando al pueblo en sus preocupaciones o en sus caprichos.

El verdadero patriotismo consiste en decir al pueblo la verdad, procurando hacerlo tomar gusto por lo serio y por lo bueno, no en comprometerlo, y jugar su suerte por lucir un rasgo de alta elocuencia o de artera ambición, confundiendo la más santa de las virtudes cívicas, el amor a la patria, con esa especie de pasión feroz que hace aborrecer como enemigos mortales a todos cuantos no han nacido en nuestro mismo suelo, y despreciar como cosa inútil si no perjudicial, cuanto no se ha descubierto o no es propio de la patria que nos vio nacer.

Siempre hemos profesado la doctrina de que la misión del periodista es el apostolado de la justicia, y así la aceptamos hoy nuevamente llevando por lema estas palabras que serán el epígrafe de nuestro periódico: Verdad, Rectitud, Probidad.

El Radical, t. 1, núm. 1, noviembre 3 de 1873, México, p. 1.

LA SITUACIÓN

N o hace aún catorce meses, que la República Mexicana, sangrando y desfallecida por la guerra civil, abría repentinamente su corazón a la esperanza y al consuelo, sentía renacer su fe en el porvenir y se soñaba ya, entrando en la ancha vía del progreso, muy cerca del término al que debieran llevarla el nunca desmentido patriotismo de sus hijos, y la exuberante riqueza de su territorio.

Contemplemos por un momento el cuadro halagador que se desarrollaba entonces a nuestra vista, para volver después los ojos al presente, y hacer una comparación que tiene tanto de triste como de necesaria.

La muerte del señor Juárez había arrebatado el estandarte a la revolución que amenazaba ser tan larga y destructora, como era justa; la mano de la ley colocaba al señor Lerdo de Tejada en la presidencia de la república, y las ambiciones y los partidos se inclinaban respetuosamente ante el altar de la Constitución.

Los mexicanos creían que había sonado la hora de la unión; que el terrible acontecimiento que dejaba vacante la primera magistratura del país era una solución que la presidencia daba a la civil contienda; y con un patriotismo que será siempre una de las más gloriosas páginas de nuestra historia, los revolucionarios depusieron las armas, los partidarios del señor Juárez prestaron su eficaz apoyo al nuevo presidente, y los amigos de éste que habían combatido con denuedo por hacer triunfar su candidatura en la lucha electoral, no se manifestaron entonces ni exigentes con su antiguo jefe, ni orgullosos de su triunfo inesperado.

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