BERTHA C. RAMOS
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Escritora de relato corto nacida en Barranquilla. La brevedad y las preguntas en torno a una sociedad a todas luces patética, y los roles que cumplen en ella los seres humanos, son las características de su obra. Graduada en Diseño gráfico en la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín. Primer puesto en el Concurso nacional de cuento Universidad Metropolitana, 2001. Mención en el Concurso interamericano de cuentos en Buenos Aires, 2004 y 2007. Columnista del periódico El Heraldo desde 2010.
MACKANDAL EDICIONES
©2019, Bertha C. Ramos
©De esta edición:
2019, Mackandal Ediciones S.A.S.
Barranquilla – Colombia
ISBN: 978-958-52338-0-5
Impreso en Colombia – Printed in Colombia
Ilustración y cubierta: Valentina Orozco @pictorico_
Diseño: Geraldin Acevedo España @hojadeltropico
Asesoría artística: Isabel Cristina Ramírez
Coordinación: Bettsy Tapias
Edición: Farides Lugo
Diseño epub:
Hipertexto – Netizen Digital Solutions
Todos los derechos reservados.
Esta publicación no puede ser
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PRESENTACIÓN
Franswa Mackandal fue arrebatado de su tierra natal y traído como esclavo a nuestro continente. Por mucho tiempo gastó sus fuerzas físicas en labores exigentes hasta que un accidente lo liberó de este desgaste. Cuando perdió una de sus manos, dejó de representar valor para los colonos, entonces lo enviaron al campo a cumplir con el pastoreo. Mackandal aprovechó su tiempo, entró en mayor contacto con la naturaleza, empezó a estudiar las plantas y sus efectos. Se unió en comunión con el cosmos y utilizó los misterios de la botánica para ayudar a su gente. No quería seguir pastoreando, no quería permanecer esclavizado, así que como cimarrón se internó mucho más, sin perder la conexión y preocupación por la opresión de los suyos. Cuentan que se metamorfoseaba en animales para llevar recados subversivos, dicen que preparaba venenos para que fuesen agregados a los platos de los colonos. Mackandal desestabilizó el orden asfixiante, se convirtió en un objetivo importantísimo para encarcelar y dar escarmiento. Los colonos franceses empezaron la cacería despiadada hasta que dieron con él, lo quemaron vivo frente a los suyos. Sin embargo, no murió, Mackandal se convirtió en un mosquito justo antes de sucumbir ante el fuego, y su pueblo solo pudo gritar: “Sauvé, Mackandal, sauvé!”. Por supuesto, Alejo Carpentier lo ficcionaliza mejor en El reino de este mundo, aquí nos limitamos a explicar de dónde sale nuestro nombre como editorial y por qué el mosquito es nuestro símbolo. Mackandal cimarrón, Mackandal rebelión, Mackandal hermano de Benkos Biohó; mosquito del Gran Caribe, mosquito incómodo, mosquito puntual.
En sus manos tienen nuestro debut, cuarenta relatos cáusticos de Bertha C. Ramos, diagramados por Geraldín Acevedo, quien les agregó poesía visual, e ilustrados por Valentina Orozco. Cada uno de ellos dejará una pregunta, un rastro de reflexión, una inquietud en el pecho, un sinsabor, una molestia. La auténtica literatura no nos satisface como a niños golosos, por el contrario, aumenta nuestra hambre mayor, nos vuelve más insatisfechos, más críticos, más despiertos, menos automatizados, más rebeldes. Como lo abandera nuestro nombre, Mackandal, el ansia de libertad estética y cimarronería son características fundamentales de nuestra editorial.
Palabras Pesadas es una antología de relato corto que plantea una reflexión profunda sobre la condición de la mujer en una sociedad mediocre, temas tan variados como las relaciones de pareja fallidas, el suicidio, la maternidad desacralizada, la sexualidad femenina reprimida, van creando un gran cuadro que enmarca a sus personajes genéricos en una, cada vez más, asfixiante soledad. El libro está dividido en dos partes: “La mujer incómoda” y “Soledades”, las cuales acogen los relatos para darles unidad, continuidad temática y facilitar la lectura. Sin duda, el lector se verá cuestionado, interpelado, incomodado ante la contundente autenticidad de esta pluma y el peso rotundo de las preguntas que se apoderan de estas páginas. Para Mackandal ha sido un placer constituirse en la primera editorial que le quitará el calificativo de “inédita” a la obra de esta escritora barranquillera que durante años había difundido sus creaciones de manera fragmentaria, yéndose por las ramas para conservar absoluta libertad literaria. En la comodidad de casa, en un café, en un taxi, en un bus, podremos leer estos brevísimos de Bertha C. Ramos que nuestros ojos devorarán, y cerraremos cada tanto el libro, silenciosos, introspectivos, apesadumbrados, preguntándonos qué es lo que acabamos de leer.
Agradecemos a las doulas y parteras de este nacimiento: Isabel Cristina Ramírez por prestarnos su maravilloso ojo entrenado; Rike Bolte y Henar Lanza por compartir la alegría de este acontecimiento y la asistencia en crisis editoriales; Karina Barrios por comprometerse tan desinteresadamente en este proceso; y a Carmen Elisa Escobar por recomendarnos y presentarnos literariamente a Bertha C. Ramos. Gracias a todos los que nos han dado aliento en este salir al mundo con la intención de quedarnos.
Farides Lugo y Bettsy Tapias
Desde la noche anterior ll
Desde la noche anterior, Ella había decidido colgarse del gancho de hierro que sostenía el helecho. En medio del zaguán, donde la tropezara Él cuando llegara amanecido. Se colgaría con un lazo de fique que había teñido de rojo y al que puso cascabeles en ambas puntas. Cuando Él la viera, diría que se veía perfecta. Que, a pesar de estar un poco pálida, todo en Ella estaba en orden. En un orden exquisito. El largo de la falda, los botoncitos de nácar ligados a los ojales, y ambos brazos, blancos, bellos, oscilando coordinados a lo largo de su cuerpo. Su diosa siempre esperándolo con el toque de elegancia que Él deseaba. En algún momento, Él tendría un gesto de temor y correría hacia el cuarto con tanta prisa que, al pasar, la impulsaría a girar sobre sí misma, enrollándose y desenrollándose al compás del tintineo de los cascabeles. El temor pudiera haber devenido en pánico, pero Él llegaría hasta la cama y se sabría salvado. Ella le había dejado cada cosa en su lugar. La ropa que se pondría para el funeral, todo acorde, hasta el pañuelo, como le gustaba a Él. También se habría dado cuenta de que Ella le había puesto junto al saco su cajita de analgésicos, su colección de revistas Playboy y un lazo de fique idéntico al que Ella usara, pero teñido de negro. Seguramente entonces Él regresaría al zaguán y le daría las gracias por tanta dedicación con la misma bofetada con que le había agradecido cada cosa a lo largo de la vida. Luego, pasaría sus dedos por la línea inexpresiva de su barbilla partida y acaso lloraría unos minutos sobre los pliegues de su falda escocesa. Para entonces, Ella ya sabría si desde esa dimensión era posible escupirle la cara y despreciarlo.