Introducción
No soy quien era cuando empecé a construir este libro. De algún modo, lo siento como si tuviera vida propia.
Estaba inmersa en el huracán posparto cuando llegó a mi buzón digital la propuesta editorial de uno de los sellos que, posiblemente, más presencia tiene en mis estanterías. Abrí el correo por primera vez, miré con los ojos como platos a Sergi, que tenía a nuestro hijo dormido en brazos, y le dije: «Me acaban de contactar para ofrecerme escribir un libro». Volví a bajar la mirada hacia la pantalla del teléfono y corrí a comprobar que la dirección de correo desde donde me escribía el editor fuera oficial, mientras Sergi gritaba en un susurro —si compartes vida con bebés sabes qué significa esto de gritar susurrando—: «¿Qué te dicen, qué te dicen, qué te dicen?». Incredulidad. Euforia. Uno de mis sueños haciéndose realidad tal cual. Y de repente, el bajón. «¿Cómo voy a poder escribir un libro con un bebé encima 24 horas si no puedo casi ni ducharme o comer con dos manos?». Uno de mis sueños materializándose en uno de los momentos de mi vida en los que menos capacidad mental y física tenía para atraparlo. Hablamos por teléfono y el editor fue todo comprensión. Tendría margen de sobra para escribir. Semanas después, nos vimos junto a la directora literaria en uno de mis cafés favoritos de Madrid para conocernos, charlar sobre la propuesta y resolver todas mis dudas, mientras Sergi paseaba con el bebé colgado en un fular por la plaza de Cascorro, cruzando los dedos para no tener que interrumpirme con el momento teta urgente. «¡Haberlo traído contigo, mujer!», me dijo la directora, madre de tres. Era mediados del mes de octubre, mi hijo tenía un mes y medio y yo estaba agotada e impactada por mi reciente maternidad y la presencia a tiempo completo que me exigía, así que les adelanté que me veía incapaz de empezar a escribir nada hasta que llegara enero y pudiera encontrar formas de conciliar crianza y escritura, pues había decidido pasar el primer año maternando a tiempo completo. Todo facilidades: Yo elegiría la fecha de entrega del manuscrito y adaptaríamos el proceso a mis ritmos. En marzo, con un bebé de seis meses, llegó la pandemia y el confinamiento. A nivel familiar, la situación nos permitió a mi pareja y a mí disfrutar a la vez de los primeros meses de nuestro bebé, pero cualquier posibilidad creativa se hizo imposible. Así, llegaron los sentimientos encontrados: «Qué suerte poder estar con él; qué frustrante no poder trabajar; qué agobio no tener ideas; qué bloqueo tengo; jamás podré escribir un libro». En verano, con el fin del confinamiento domiciliario y los nuevos ritmos laborales, supimos que necesitaríamos apoyo externo por el bien de mi proyecto (¡era un sueño!) y mi salud mental. Era la mejor solución para paliar el estrés y la frustración crecientes que me provocaba no haber escrito nada más que un índice. Se acercaba la fecha de entrega... ¡y no había adelantado ni un capítulo! Llegó septiembre en medio de una enorme incertidumbre social (¿podrían ir las criaturas al cole?, ¿volverían a estar en casa si el tema covid se disparaba?). Con la escuela infantil llegaron las primeras horas separada de mi hijo (¡después de un año entero!), la revolución emocional de una adaptación progresiva pero larga, los días de virus en casa... Y mi estrés por las nubes. ¿Cómo podría escribir sobre sexualidad con poderío y desde mis entrañas, como me caracterizaba, si en ellas solo encontraba a mi hijo y yo estaba agotada? ¿Dónde estaba yo? ¿Quién era yo, de hecho? ¿Quedaba algo de mi yo individual en esa fusión mamá-bebé?
En el mes de diciembre, con tres capítulos que me habían costado sudor y lágrimas, un año y dos meses después de aquella primera reunión editorial, pedí una ampliación del plazo de entrega con el firme propósito de disfrutar del proceso de la escritura en vez de seguir sufriéndolo. La revolución del puerperio y la crianza habían sacudido mi cuerpo, mi sexualidad y mi existencia entera, a la vez que estaban transformando salvajemente mi voz. Pero no fue hasta que empecé a salir del chute puerperal que estuve lista para poder plasmarla.
El año nuevo trajo consigo la decisión de poner punto y final a mi lactancia, la recuperación de mi ciclo menstrual y, poco a poco, la vuelta de una nueva yo poderosa, transformada, con ganas de mí. Llegó con una nueva editora, también maravillosa (gracias, Míriam, por tu mirada y aliento). Así que este libro que tienes entre manos es la historia de una aventura que comenzó en uno de los momentos más vulnerables, transformadores y potentes de mi vida (mi posparto) y terminó una vez hube salido por completo de él para darle la bienvenida a otra etapa que siento como un nuevo despertar. De hecho, el manuscrito se fue tornando capítulo a capítulo más yo, casi como una metáfora de lo que me estaba ocurriendo. Por eso, también me ocurre que cada vez que leo mis palabras quiero cambiar algo. Este libro es fruto de mi propio movimiento, así que para escribirlo he tenido que hacer el ejercicio de aceptar que, aunque hoy mi historia es esta, quizá dentro de un par de años sienta la necesidad de matizar cosas o habré cambiado de parecer o habré vivido experiencias nuevas. Igual que nuestra sexualidad, nuestra voz también muta.
La escritura de este texto ha sido un viaje intenso y emotivo por mi propia historia sexual. Ha sido, en muchos casos, terapéutica. Me he utilizado a mí de guion, de estructura. He vuelto a mis diarios, a mi pasado, a mis experiencias... buscando a veces dar respuestas y otras simplemente hacer preguntas. He llorado, he reído y he deseado abrazar con fuerza a la Sonia que fui. He utilizado muchas de mis vivencias en primera persona después de años escuchando a tantísimas mujeres compartir las mismas experiencias. Y desde esa certeza de que socializarnos como mujeres tiene un precio caro en nuestra sociedad, dejé de lado el objetivo inicial de crear un texto «informativo» para narrar una historia propia de la que cada cual pueda sacar sus conclusiones a flor de piel. Sabiendo que los personajes que en ella aparecen quizá contarían las cosas de otro modo. Sé que una vez se abran las puertas de este libro, perderé el control de mi propia historia. Es el mayor de mis vértigos, aunque me calma la idea de que quizá cuando me leas, la historia ya será más tuya que mía. Hay una intención en quien escribe y otra en quien lee.
No voy a decir que ha sido difícil exponerme tanto. No sé escribir, crear o compartir desde un lugar que no me remueva. Me he descubierto exhibicionista, aunque reconozco que es más fácil enseñar mis carnes que mi historia. Aun así, encuentro placer en exponerme, en mostrarme, en compartirme. Hay algo sanador en liberar la vulnerabilidad propia. Una ligereza gozosa al airear las cagadas, los aprendizajes, las violencias sufridas, los placeres gozados. Es como cuando te haces una herida y te dicen que la dejes al aire para que sane. Algo que digo mucho es que «solo cuando tocamos fibra nace la posibilidad de cambio», así que si tengo alguna expectativa es la de tocar. Es mi motor. Me enciende. Me alienta. Quiero que leerme sea tocarte y que al hacerlo sientas algo. Quizá el mío sea un viaje que te suene o quizá no, pero seguramente no te resultará ajeno.