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Catalogación en la fuente (CIP) DDB/COLSON Cornejo, Gerardo, 1937-2014 Ángel extraviado / Gerardo Cornejo Murrieta ; prólogo de Francisco González Gaxiola .- Hermosillo, Sonora, México : El Colegio de Sonora, 2016. 149 páginas ; 23 cm. “Obra póstuma” ISBN: 978-607-8480-06-7 1. Novela mexicana - Sonora - Siglo XXI 2. Prosa literaria mexicana - Siglo XXI - Novela 3. Tarahumaras - Vida social y costumbres 4. Tarahumaras en la literatura 5. Indios en la literatura - México - Chihuahua (Estado) - Novela 6. Autores sonorenses - Siglo XX - Novela I. González Gaxiola, Francisco, prologuista LCC: PQ7298.13.O75 .A65 |
El Colegio de Sonora
Doctora Gabriela Grijalva Monteverde
Rectora
Doctor Nicolás Pineda Pablos
Director de Publicaciones no Periódicas
Licenciada Inés Martínez de Castro N.
Jefa del Departamento de Difusión Cultural
ISBN: 978-607-8480-06-7
Primera edición, D.R. © 2016
El Colegio de Sonora
Obregón 54, Centro
Hermosillo, Sonora, México, C. P. 83000
http://www.colson.edu.mx
Edición en formato digital: Ave Editorial ( www.aveeditorial.com )
Hecho en México / Made in Mexico
Prólogo
Intento aquí exponer en unas cuantas líneas una reflexión personal sobre la caracterización de la novela póstuma de Gerardo Cornejo, Ángel extraviado . Es, pues, una reflexión en la que busco comentar el argumento, estructura, personajes, datos y recuerdos del mundo ficcional, tanto de la ficción como de nosotros, que nos hacen eco en la historia personal, subjetiva, parcial, pero enriquecedora en vivencias.
Asumo esta responsabilidad por una obligación moral o, más bien, de gratitud hacia un escritor sonorense al que siempre me unió un alto grado de empatía. Y esa es la razón por la que en su mayor parte hago estas declaraciones.
A Gerardo lo conocí en la primera edición de La sierra y el viento (1977), novela que me recomendó Patricio Cárdenas. La temática del viaje como alegoría de la vida y la prosa poética de la novela me conmovieron bastante y confirmaron que la literatura sonorense estaba ya en alto nivel (lo defiendo en mi tesis, 1993). La primera versión de La sierra y el viento fue corregida por él mismo en cerca de cinco ediciones pero, a pesar de los errores que la crítica (entre tantos, un servidor) acusaba en la primera, no hubo otra edición que me satisficiera más que la original, la primera. He comprado muchas veces esta extraordinaria novela y la he regalado a amigos, familiares, colegas y alumnos debido a las asombrosas reverberaciones de su temática con la vida de casi todos nosotros, pero sobre todo por los rasgos de humanidad que siembra en quienes han padecido el exilio interior.
Entre los breves entrecruces literarios que sostuve con Gerardo fui grabando en la memoria presentaciones que realicé de algunas de sus obras, muy probablemente por imposición de las responsables de la publicación de este libro póstumo. Junto a otros tres escritores sonorenses (Armida de la Vara, Leo Sandoval y Sergio Valenzuela), redacté un estudio cuya tesis apunta que la novela sonorense con ellos había llegado a su mayoría de edad, había adquirido conciencia de la profesión escritural. De Gerardo, por supuesto analicé La sierra y el viento . Presenté tiempo después un par de colecciones, una de cuentos y una de testimonios, anécdotas de pilotos de la sierra, y también una novela parodia. Entre los libros de anécdotas menciono Oficio de alas (2004). Y de la segunda categoría, Microbios de luz (2005). Gerardo, por su parte, me agradeció en público de la gente (como le gustaba decir a nuestro desaparecido ya, Volker Schüler-Will) y por escrito en la primera página de Juan Justino Judicial (1996) una frase que dice “Esta novela le debe mucho a Francisco González Gaxiola”. Me sentí muy honrado por tan especial mención, pero a la vez sorprendido, porque creí y creo que mis comentarios de elaboración retórica de su novela no correspondían al mérito o, al menos, no en el grado como él lo declaró. La última vez que conversé con él me lo topé en el supermercado y conversamos una rápida media hora. Me sentí muy ufano porque me regaló los dos tomos de la edición especial de sus obras completas (exceptuando, claro, la presente). No puedo jactarme de haberlas leído en su totalidad, pero las he ido leyendo con fruición en virtud del afecto hacia Gerardo y por el atractivo de su estilo, lúdico, vivaracho, siempre consciente (o casi) de que lo que escribía era una amalgama de entretenimiento, ficción en prosa poética, oficio, y que lo hacía con palabras creativamente derivadas, o juntando tantas veces, sujetos con predicados sorpresivos, inesperados a la intelección, irreverentes incluso, como eso que –dicen– hace la poesía.
Lo que expongo enseguida es una relación subjetiva e impresionista (no podría ser de otra manera en la crítica humanística) de una lectura de Ángel extraviado . Se trata, como lo apunto arriba, de una lectura de ecos, de ecos de sí mismo, de ecos de la sierra, de ecos de los rarámuri (tarahumara), y ecos que sin duda despertó en mí; esos constituyen otra causa para mi participación.
En Ángel extraviado Gerardo rinde homenaje al pueblo rarámuri, enclavado su hábitat en lo más alto de la Sierra Madre Occidental en Chihuahua, México. Si Ángel extraviado fuera un poema, que lo es a ratos, lo calificaría de elegiaco. Gerardo trata de recuperar en una ficción solipsista, me atrevería a decir, pero sí definitivamente nostálgica, no muy lejana en el tiempo, la naturaleza idílica de la sierra expoliada por los explotadores de madera.
…ausencia de mis bosques poblados de nobles hermanos verdes que viven siempre de pie, ausencia de mis aires transparentados en azules lejanías; ausencia de los murmullos de corrientes en descenso; del balanceo rítmico de mis coníferas favoritas, de mis pinos cumbreros, que responden a mis pensamientos con un rumor de agujas en el viento; de mis dilatados horizontes verdeazules; de mis grandes silencios nocturnos poblados de constelaciones familiares; de mis… (p. 25).
Eso escribía Gerardo, perdón, Ronasio, en su cuadernito azul. La novela, casi el llanto de una plañidera, en la que se angustia melancólico por la vida de una etnia que dejó de ser primitiva y pura aunque los antropólogos traten de fijarla tan fuerte como posible. La invasión de los invasores blancos (los chápuchi , barbados culopeludos) y los ladinos chavochi harían que aquello ya no fuera más lo que fue.
No quiero pasar a referir la anécdota sin antes mencionar de su persona una generosa actitud noble y humilde. En los reconocimientos de la primera página, y no en los agradecimientos en los que generalmente se alcanzan a vislumbrar ocultos, muchas veces perdidos en obras, con tantos otros nombres referidos. No es el caso aquí. Gerardo expresa: “Esta obra le debe mucho a José Vicente Anaya y a Víctor Martínez, a quienes expreso un afectuoso agradecimiento”. Lo digo porque ya mencioné arriba la referencia mía. Efectivamente él solía tener en muy alto aprecio cualquier tipo de ayuda o atención que uno le ofreciera.
Lo narrado en la novela es una persecución o un viaje especial, o ambas cosas, y una peregrinación. A la temática literaria del viaje puede intentar vérsele como alegoría de una vida, muy específica en este caso, un viaje que el protagonista realiza persiguiendo a su ahijado, siempre ascendiendo en la sierra, como en una vía mística, la de la aspiración a la integración con un ser superior y eterno, Onorúame Tatariochi, que llevan a cabo el perseguidor y el perseguido, el redentor y el redimido, hasta llegar el momento en que el primero muta por influencia del segundo y el segundo se transforma en ángel.