Nota sobre esta edición
Las dos obras reunidas en este volumen fueron escritas y publicadas con casi cuarenta años de diferencia. Y dado que las dos son la crónica de un recorrido similar, repetido por el autor después de un largo intervalo, su lectura en secuencia constituye una ocasión inmejorable para observar no sólo la evolución estilística de un escritor excepcional, sino también el modo en que la notoriedad obtenida por ese mismo escritor alteró inevitablemente su propia percepción de la realidad, las condiciones mismas de su relación con ella.
Viaje a la Alcarria se publicó por primera vez en marzo de 1948 (Revista de Occidente, Madrid). Esa primera edición llevaba un antetítulo: «Las botas de siete leguas», e iba ilustrada con varias fotografías en blanco y negro de la Alcarria de Karl Wlasak, quien, si bien no aparece mencionado en el texto, acompañó al escritor en parte de su recorrido, junto con su compañera, Conchita Stichaner. El primer ejemplar de esa edición incluía un «Aviso» en el que se daba noticia de la existencia de un lote que, junto a las hojas en que Cela fue tomando notas durante su viaje, y junto al manuscrito íntegro del libro, incluía el juego de pruebas mecanografiadas enviadas a la imprenta (con correcciones), las galeradas (también con correcciones), y otros muchos documentos anejos (fotos, artículos), además de las botas empleadas por el autor durante la excursión, el cuchillo de monte que llevaba consigo, la guía Michelin de la que hizo uso y otros varios objetos mencionados en el texto. El «Aviso», marcado con las huellas dactilares del mismo Cela, decía que el lote se hallaba «a la venta, al precio de setenta y cinco mil reales, en casa del viajero». La extravagante oferta da cuenta de la muy elevada conciencia que el escritor tenía acerca del valor de su obra. No sin satisfacción, al copiar mucho tiempo después ese «aviso» entre las addenda de sus Obras completas, Cela advertía de que las circunstancias habían cambiado y que en la actualidad (1965) el lote no se vendía «ni por siete millones quinientos mil reales», es decir, ni por un precio cien veces superior al de partida.
Antes de ver la luz en forma de libro, varios capítulos de Viaje a la Alcarria fueron prepublicados en el semanario El Español durante los meses de junio y julio de 1946. Pero Cela riñó con los responsables del semanario e interrumpió la prepublicación, lo que implica que cesó también de apresurarse a dar forma a las notas de viaje que venía reelaborando con el recuerdo todavía «fresco y virginal» del mismo (pues lo había realizado entre los días 6 y 15 de ese mismo mes de junio), notas que no retomó hasta finales de 1947, después de haberlas dejado dormir más de un año.
Pese a que en su «Nota a la segunda edición», de 1952, se lamenta Cela de que «este libro se vendió peor que otros míos», lo cierto es que Viaje a la Alcarria es, junto con La familia de Pascual Duarte y La colmena, una de sus obras más conocidas y apreciadas. Incluso quienes manifiestan abiertamente sus reservas acerca del arte novelístico de Cela, admiten el valor que esta crónica viajera tiene no sólo como testimonio de una determinada España y de una determinada época, sino también como modelo de prosa castellana. Y es que desde muy pronto unos y otros destacaron «la prodigiosa autenticidad, la sugestión poética, la gracia entrañable de este libro, escrito con una simplicidad clásica, con una suprema maestría estilística y exento de toda afectación literaria y de todo amaneramiento retórico; lleno de gracia espontánea, de sentimiento profundo, y rebosante de ternura y humor» (Antonio Vilanova, Destino, 1 de enero de 1955).
¿Por qué la Alcarria? Conviene recordar que, por la época en que Cela hizo su viaje, esta comarca de la provincia de Guadalajara (con estribaciones en las de Madrid y Cuenca), además de ser una de las más deprimidas de la Península, conservaba aún recientes las huellas de la Guerra Civil, que en esas tierras transcurrió con particular intensidad. La Alcarria fue el escenario de la que se conoce comúnmente como la «batalla de Guadalajara», que supuso, en marzo de 1937, la primera derrota del fascismo, decisiva para los posteriores rumbos de la contienda. La «batalla de Guadalajara» (o «de Brihuega», como la nombraba Ernest Hemingway) es considerada por algunos historiadores como «un laboratorio de la Segunda Guerra Mundial», por cuanto el enfrentamiento entre republicanos y sublevados se produjo por primera vez con un importante apoyo —a los primeros— de las Brigadas Internacionales (respaldadas con tanques soviéticos), y —a los segundos— de las tropas de voluntarios enviadas por Mussolini (asimismo respaldadas con tanques y artillería). Por mucho que el relato de Cela sólo roce muy tangencialmente el recuerdo de aquellos acontecimientos, cuesta creer que no los tuviera presentes a la hora de elegir su trayecto.
Cuando apareció Viaje a la Alcarria —y pese a llevar publicadas ya tres novelas, dos volúmenes de cuentos, otro de artículos, y dos poemarios— Cela seguía siendo, por encima de todo, el autor de La familia de Pascual Duarte (1942), su primer libro. Los publicados inmediatamente a continuación confirmaban su valía como escritor y su decidida voluntad de retomar los cauces de la tradición literaria española, con el propósito de ensancharlos y adaptarlos convenientemente a la nueva realidad del país; pero ninguno de ellos había obtenido la resonancia de aquel primero. Viaje a la Alcarria tampoco la obtuvo, al menos en un comienzo, pero con este libro Cela dio con un filón —el de la literatura de viajes— que en los años siguientes había de nutrir largamente su propia trayectoria, en la que se cuentan más de una docena de títulos de este género. Un género que, con certero instinto, Cela acertaba a renovar atrevidamente, inspirándose tanto en el ejemplo de los autores de la generación del 98 —muy en particular en las «maneras» del Baroja novelista— como en las teorías sobre el paisaje esbozadas por Ortega y Gasset en distintos lugares de su obra. No hay que olvidar que Viaje a la Alcarria está dedicado a Gregorio Marañón, por haber sido este un gran «aficionado a los libros de viajes», justificación que se vuelve a aducir en la dedicatoria de Nuevo viaje a la Alcarria, otra vez dirigida a Gregorio Marañón, por su «mucha afición a los libros de andar y ver por nuestra vieja España».
Se ha dicho ya que la primera edición de Viaje a la Alcarria llevaba el antetítulo «Las botas de siete leguas», lo que permite presumir que Cela era bien consciente, cuando publicó el libro, de estar inaugurando por su parte poco menos que una «serie» de esos «libros de andar y ver por nuestra vieja España» a los que era aficionado Marañón. De lo que no podía ser tan consciente es de la influencia que su ejemplo iba a ejercer en los escritores españoles de las siguientes generaciones, en especial entre los practicantes del llamado «realismo social», que en los años sesenta iban a dar a la luz títulos como Campos de Níjar (1960), de Juan Goytisolo; Caminando por las Hurdes (1960), de Antonio López-Salinas; Tierra de olivos (1964), de Antonio Ferres, o Tierra mal bautizada (1969), de Jesús Torbado. El énfasis crítico y el regusto a menudo amargo de estos y otros libros de la época dista mucho del tono cordial y a menudo humorístico que impregna Viaje a la Alcarria, pero esto no debería impedir reconocer el radical ejercicio de desnudamiento (no sólo retórico), de muy deliberada —y en definitiva acusadora— «objetividad», que entraña la crónica de Cela. «El escritor viajero», escribiría este en la «Nota a la cuarta edición» de su libro, de 1954, «cumple con reflejar lo que ve y con no inventar. Para inventar ya están otras esquinas de la literatura […] El paisaje y el hombre —por más que se lo rumien los cuáqueros, los incautos y los ordenancistas— son cosas que no están en los libros. También son cosas que, a pesar de todo, se presentan de una determinada manera y no de ninguna otra, más cómoda o conveniente. Pues bien: retratando al hombre y su paisaje, sin meterse en camisas de once varas y en berenjenales que le lleven a sacar conclusiones filosóficas, morales o políticas (que ya sacará el lector, si quiere y acierta), el escritor viajero ya hace bastante».