Todos tenemos a alguien que nos ayudó a atravesar el 2002.
En mi caso, este libro está dedicado a Ana, Juan, Karen y Felipe. Bastiones entonces y ahora.
Para Julia.
El periodista Diego Zas, a 20 años de una de las crisis económicas, políticas y sociales más profundas que tuvo Uruguay, nos relata en ágiles historias los entretelones de ese momento que marcara a un país.
En 2002: memorias de la crisis Zas repasa el papel en aquel entonces del presidente Jorge Batlle visto por propios y ajenos; las negociaciones con el FMI; la relación de Batlle y George Bush; el rol del Frente Amplio; cómo un dirigente de AEBU, el gobierno y un medio de prensa intentaron frenar la corrida bancaria en un acuerdo secreto; la figura de Atchugarry y la articulación con el sistema político. Pero también preguntas que siguen en el aire: ¿existieron las hordas del Cerro?, ¿quién organizó los saqueos?, ¿hubo niños que comieron pasto?
Con entrevistas exclusivas y removedoras, revelaciones importantes por parte de agentes políticos de la época y un trabajo de recopilación de archivo de magnitud, Zas logra revelar una foto de un pasado no tan lejano que dejó marcas en esta penillanura levemente ondulada llamada Uruguay. Un libro fundamental para la historia del país.
DIEGO ZAS
Diego Zas, Montevideo, 1978. Periodista. Trabajó en varios medios gráficos, radio y TV. Actualmente coconduce Fácil Desviarse (FM del Sol) y trabaja en Periodistas (Canal 5). Tiene dos libros editados: No me vengas con historias (2013) y Los 90. Relatos de una década bisagra (2016).
© Lucía Ortiz
Primera edición: agosto de 2022
Edición en formato digital: agosto de 2022
© 2022, Diego Zas
© 2022, de la presente edición en castellano para todo el mundo:
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ISBN 978-9915-667-91-1
Conversión a formato digital: Libresque
INTRODUCCIÓN
31 de diciembre de 2002
Estimado Sr. presidente:
Hace unos días compré en una subasta estas «boleadoras» (lazos para cazar usados por los «gauchos») que me gustaría hacerle llegar como regalo.
Los nativos uruguayos usaban esta arma, conformada por tres bolas de piedra atadas con cuero de caballo, para cazar «ñandúes» (avestruces de América del Sur) y para atrapar caballos que van al galope, lanzándolas hacia sus patas traseras.
Estas boleadoras que fabricaban los gauchos a principios del siglo pasado también se usaban atadas a la cintura, como ornamento, en ocasiones especiales. ¡De todas formas aún pueden ser útiles!
Los mejores deseos para usted y su familia en el año que comienza.
Sigo siendo su auténtico amigo.
JORGE BATLLE
Era diciembre de 2002. Lo peor de la crisis había pasado, aunque los indicadores estuvieran todos en rojo: desde el desempleo a la pobreza infantil pasando por la profunda caída del salario real, el récord de emigrantes y también de suicidios. Se rompieron todas las marcas. Y aún quedaba por delante una dura negociación con los acreedores de la deuda uruguaya.
Pero por esos días, Jorge Batlle se tomó un tiempo para comprar un juego de boleadoras de cuero trenzado en una subasta de Castells y Castells. Gastó US$ 60 y se las hizo llegar al presidente estadounidense, George W. Bush, a través de su hermano Jeb Bush. El gesto se enmarcaba en una relación personal con su par de Estados Unidos que había comenzado poco más de un año y medio antes. Era una señal de agradecimiento hacia alguien que muchos entendían había ayudado a salir a Uruguay del pozo. Aunque ese sea un relato que aún está en disputa.
En abril de 2001, Batlle aún llevaba con confianza la agenda que lo había puesto en la Presidencia, que incluía una política agresiva de apertura comercial. Con su impronta desfachatada y su firme convicción de aumentar exponencialmente los lazos comerciales con el continente, el entonces presidente llegó a Quebec, Canadá, a la III Cumbre de las Américas, en la que se iba abordar el potencial Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA) que comprendía un territorio que iba desde Alaska a Tierra del Fuego.
Batlle se floreó durante su oratorio en la sesión plenaria de la Cumbre. Hizo un repaso de la génesis del Plan Marshall, argumentó con contundencia a favor del comercio libre e incluso habló sobre la despenalización de las drogas en un recinto en donde estaba el presidente de Colombia, Andrés Pastrana, artífice junto con el gobierno norteamericano del Plan Colombia, de combate militar al narcotráfico. «Yo creo que las drogas hay que legalizarlas, pero, en fin. Estoy solo en eso. Algún día ganaré», dijo Batlle ante la mirada atónita de los presentes. Y ese ni siquiera fue el punto alto de su discurso.
«¿Qué es el ALCA para nosotros?», preguntó retóricamente Batlle. Tenía a su costado al presidente venezolano, Hugo Chávez, que lo miraba con cierta perplejidad. «Para Brasil, el ALCA es el jugo de naranja y el acero. Para Ecuador, el ALCA es la banana. Para Venezuela, el ALCA es el petróleo. Para el Uruguay, el ALCA es la carne. Le acabo de preguntar a mi amigo de Venezuela [Chávez] cuántas gasolineras tiene en Estados Unidos. Tiene 7000 gasolineras en Estados Unidos. Ya tiene ALCA. Yo quiero 7000 carnicerías en Estados Unidos», y el auditorio explotó en risas y aplausos.
En el preciso instante en que Batlle daba a conocer su sueño de una cadena de carnicerías uruguayas, en Uruguay, más precisamente en la estancia La Troba, en el departamento de Soriano, al productor Jorge González lo desvelaba la renguera de unas 50 vaquillonas que iba a exportar a Brasil.
En setiembre del 2000 había aparecido un foco de aftosa —un virus de rápida propagación que afecta a los animales de pezuña partida— en Artigas. El país perdió su calidad de libre de aftosa, pero pudo recuperar el estatus en enero del año siguiente. Para 2001, el virus circulaba en la región. El productor González sabía de esto y, si bien su principal sospecha era que su ganado tenía aftosa, no le cerraba que no aparecieran lesiones en la boca de sus animales, una manifestación típica de esta enfermedad. Quizás sea un hongo, pensaba. Aunque era más bien una expresión de deseo.
En Quebec, la oratoria de Batlle había cautivado al presidente Bush, que fue a saludarlo tras la sesión, acompañado del secretario de Estado, Colin Powell, y la consejera de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice. La forma directa con la que Batlle se refirió a Bush y su llamado a los mandatarios presentes para que ayudaran al presidente norteamericano a que el Congreso de su país votara un fast track para el ALCA (vía rápida para aprobar acuerdos comerciales) sumaron puntos. Horas después, Batlle fue invitado por Bush para reunirse en la Casa Blanca, al día siguiente. Batlle arriesgó y ganó un encuentro invalorable para los intereses de Uruguay.