Dedico estas páginas a Henrik A. Langebaek, mi padre. Ese viejo danés, amante del trópico, que me enseñó a querer aquello que no se comprende fácilmente. Su manera de ver el mundo, sus historias de guerra, resistencia y campos de concentración me invitaron a pensar. Él me hizo soñar, no con la arqueología o la prehistoria, sino simplemente con el oldtid de la gente, y fue él quien me enseñó a querer las hachas de pedernal de los ancestros y a leer ese librito, la Historia natural del sinsentido, que todavía encuentro fascinante.
La historia del campesinado la escriben los citadinos
La historia de los nómadas la escriben los sedentarios
La historia de los cazadores-recolectores la escriben los agricultores
La historia de los pueblos sin Estado la escriben los escribas de las cortes
Todas pueden encontrarse en el catálogo bajo “Historia de bárbaros”.
James Scott
Único en su género, el nuevo libro de Carl Langebaek abre una ventana a nuestro pasado remoto, cuando los primeros humanos llegaron al territorio que hoy conocemos como Colombia.
Ocurrió hace 14.000 años, o más. Los primeros en llegar fueron cazadores-recolectores que entraron en el trópico, un ecosistema cuyas implicaciones ambientales favorecieron entre ellos formas culturales de las que, hasta ahora, poco se sabía.
Langebaek ofrece una visión crítica y amplia sobre la historia de las comunidades indígenas y sobre nuestra propia sociedad. En esta apasionante expedición a las culturas originarias, desmitifica ideas preconcebidas, y de la mano de los más importantes hallazgos arqueológicos en suelo colombiano, hace luminosas inferencias sobre lo que sucedió en este lugar del mundo antes de la llegada de los españoles.
CARL HENRIK LANGEBAEK
Nació en Bogotá en 1962. Es antropólogo de la Universidad de los Andes, con Ph.D en la Universidad de Pittsburgh, EUA. Ha sido jefe del Programa de Ciencias Sociales de Colciencias y miembro del Consejo Superior de la Universidad Nacional de Colombia. Fue decano de Ciencias Sociales, vicerrector académico y de investigaciones de la Universidad de los Andes, donde hoy es Profesor Titular. Es rector de Uniempresarial (CCB), miembro del Consejo Superior del Gimnasio Moderno y del Comité Académico de UniMinuto. En 2009 recibió el premio Ángel Escobar por su libro Los herederos del pasado (Uniandes, 2021). Su trabajo arqueológico e histórico se ha concentrado en la Sierra Nevada, Tierradentro y Boyacá. Ha trabajado la imagen del pasado indígena en la sociedad colombiana y venezolana, así como la organización política y económica de los indígenas en el siglo XVI. Es autor de Los muiscas, libro que gozó del reconocimiento del público y reabrió una línea de divulgación científica en el país.
© Archivo personal
Título de la presente edición: Antes de Colombia
Primera edición: julio de 2021
© 2021, Carl Henrik Langebaek
© 2021, de la presente edición en castellano para todo el mundo:
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Diseño de cubierta: Penguin Random House Grupo Editorial / Lyda Naussán R.
Andrés Eduardo Chaparro por las ilustraciones
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ISBN 978-958-5132-29-0
Conversión a formato digital: Libresque
U NAS PALABRAS ANTES DE COMENZAR
Escribir un libro que resuma el pasado indígena en Colombia representa una maravillosa oportunidad. No todos los días se tiene la fortuna de escribir sobre el tema y poder apreciar ese pasado desde su integralidad, gracias a los generosos aportes de generaciones de arqueólogos comprometidos con su trabajo. Es una tarea especialmente grata, en la medida en que ya han pasado muchos años desde que se publicaron las últimas síntesis sobre el pasado prehispánico. Hoy, lamentablemente, lo que el público sabe —o cree saber— sobre el pasado indígena es producto de lo que aparece en noticieros o en periódicos, a veces bien encaminados, a veces no. Soy un firme convencido de que el público colombiano merece un acercamiento serio al pasado indígena. Así que, de nuevo, debo agradecer a Random House la oportunidad de embarcarme en esta obra.
No obstante, escribir este texto fue también un enorme reto por la razón que paso a explicar. Los arqueólogos publicamos cada día con más frecuencia artículos especializados, inundados de un lenguaje técnico que los hace incomprensibles o, lo que es peor, aburridos. Nuestra disciplina se ha insertado en el mundo de los estímulos diseñados por las instituciones obsesionadas con lo que llaman “la producción académica”. Hasta hace unos años, las universidades publicaban, es decir, daban a conocer lo que sus profesores investigaban, pero hoy “producen” como si se tratara de fábricas. Por supuesto, publicar en revistas especializadas ha permitido divulgar muy eficientemente la investigación entre colegas extranjeros y, de paso, permite recibir bonificaciones o aumentos salariales en las universidades para las cuales trabajamos. No quiero decir que la cultura del artículo especializado no haya traído cosas muy buenas, pero sí sostengo que algunas consecuencias han sido desastrosas: nos hemos dedicado a producir artículo tras artículo, haciendo pequeños ajustes en las muestras, en los análisis estadísticos o en las preguntas que queremos resolver.
El exceso de especialización, inevitable desde muchos puntos de vista, incluso beneficioso desde otros, ha fraccionado de tal forma el conocimiento que incluso el arqueólogo experto encuentra cada vez más difícil navegar por la maraña de artículos que se publican a un ritmo increíble. Las visiones integradoras, generales y fáciles de entender para el común de los mortales se han convertido en una rareza. La triste verdad es que las universidades, presionadas por los rankings internacionales y la obsesión por “producir”, muchas veces han perdido su vocación como centros de pensamiento. Su razón de ser viene siendo confundida por algoritmos y búsquedas inteligentes desprovistos de cualquier sentido crítico.
Debo reconocer, por supuesto, que algunas cosas han cambiado para bien. Hace años, cuando era estudiante, había muy pocos arqueólogos trabajando en el país, y poca información. Lo que existía, muchas veces, estaba en las bibliotecas o en revistas internacionales a las cuales no se tenía acceso y había que esperar a que algún profesor consiguiera una amarillenta fotocopia, y que, en vez de guardarla para sí mismo, la repartiera entre sus estudiantes con el ánimo de tenerlos actualizados. Hoy la realidad es muy diferente, y en ciertos sentidos mejor: el acceso a bases de datos permite conseguir cientos, si no miles, de textos producidos por un creciente número de arqueólogos, formados mucho mejor que antes, algunos de ellos en Colombia, otros en universidades en el extranjero. Gracias a este libro tuve la oportunidad de conocer una disciplina vibrante, liderada por jóvenes inteligentes, y también por otros no tan jóvenes, que están trabajando activamente para conocer mejor el pasado indígena.