Breve Historia de la Preparación Ministerial
Justo L. González
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LA PREPARACIÓN MINISTERIAL AYER, HOY Y MAÑANA
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BREVE HISTORIA DE LA PREPARACIÓN MINISTERIAL
ISBN: 978-84-8267-928-0
Clasifíquese: 310 - Historia de la Iglesia Contemporánea
CTC: 01-03-0310-14
Referencia: 224840
Introducción
N o cabe duda de que la preparación ministerial está en crisis. De ello hay muchos indicios, pero bien vale la pena prestarles atención a algunos de ellos.
Entre católicos romanos, la crisis es urgente, sobre todo debido a la falta de vocaciones ministeriales. Hace unos años, me tocó hablar en la graduación de una de las principales escuelas teológicas católicas en los Estados Unidos. Los graduandos eran doce, de los cuales, por diversas razones, solamente ocho eran candidatos para la ordenación. Esa misma noche fue la graduación del programa para ministros laicos que esa escuela ofrece junto a la arquidiócesis donde está colocada. La graduación fue en la catedral, y el número de graduandos era tal que escasamente había lugar para sus parientes más allegados. El programa que aquellos graduandos habían seguido les había tomado varios años, e incluía varios cursos sobre teología, Biblia, historia, prácticas ministeriales, etc. Luego, el problema no es que no haya interés en los estudios ministeriales y teológicos. En este caso el problema es que, al tiempo que hay interés en el ministerio laico y en los estudios que puedan preparar para él, no hay interés en el ministerio ordenado. Esto le presenta al catolicismo romano un reto urgente que a su vez lleva a discusiones sobre el celibato eclesiástico, el sacerdocio de la mujer, etc. No me corresponde a mí ofrecer soluciones que no se me han pedido. Pero sí me atrevo a decir que, si la Iglesia Católica Romana no le halla solución a este problema, dentro de pocas décadas los sacerdotes ordenados tendrán tiempo solamente para decir misa, celebrar matrimonios y otras tareas semejantes, mientras será el laicado quien se ocupará del ministerio pastoral en sus dimensiones más personales. Y esto a su vez agudizará la crisis, pues ya hay indicios de que una de las causas de la presente escasez de vocaciones sacerdotales es que las tareas a las que muchos sacerdotes tienen que dedicar buena parte de su tiempo distan mucho del trabajo pastoral en el sentido estricto. Son tareas administrativas y sacramentales que no despiertan la imaginación ni el entusiasmo de jóvenes que buscan una ocupación que les dé sentido a sus vidas.
Los indicios de la crisis entre protestantes son otros. Excepto en algunas denominaciones, la crisis no está en que no haya quienes escuchen el llamado al ministerio ordenado. La crisis está más bien en la falta de conexión entre ese llamado y buena parte de lo que se ofrece en términos de preparación para el ministerio. El caso resulta claro para la población latina en los Estados Unidos entre la cual me muevo más frecuentemente. En cualquier ciudad de mediano tamaño hay un centenar de iglesias evangélicas de habla hispana —y en algunas hay bastante más de mil. Pero al mismo tiempo, en todos los programas de maestría en seminarios acreditados del país no hay sino 1.223 estudiantes de origen latino —y esto contando a Puerto Rico y Canadá, y tanto a católicos como protestantes. Entre las iglesias que normalmente requieren estudios de seminario, casi todas se han visto en la necesidad de desarrollar rutas alternas para el ministerio ordenado. Así, por ejemplo, la Iglesia Metodista Unida, que aparte de la Bautista del Sur es la que tiene mayor número de seminaristas latinos o latinas, tiene también lo que llaman el “curso de estudios conferenciales”, y los pastores y pastoras que siguen ese curso son bastante más que los que siguen la ruta del seminario. La Iglesia Presbiteriana Unida normalmente no ordena a quienes no sean graduados de seminario; pero lo que han hecho para el caso de los latinos es proveerles lo que llaman un programa para “pastores laicos”. El resultado es que buena parte del ministerio latino dentro de la Iglesia Presbiteriana está en manos de estas personas, que funcionan plenamente como pastores y pastoras, pero no pueden llegar a la ordenación ni a ser miembros del presbiterio. (En este contexto, es justo mencionar que el programa no se originó para preparar pastores latinos, sino para líderes en iglesias rurales que no pueden cubrir los salarios mínimos de los pastores ordenados.)
Naturalmente, lo que acontece en las iglesias que en teoría requieren estudios de seminario para el ministerio pastoral se acentúa en las que no los requieren. Aunque la Iglesia Bautista del Sur tiene el mayor número de latinos entre los estudiantes de seminario, estos no son sino una pequeñísima fracción de quienes sirven en iglesias, cada uno de ellos con diferentes niveles de preparación ministerial —o sin ninguna preparación formal. Entre las denominaciones pentecostales, solamente las más grandes —como la Iglesia de Dios y las Asambleas de Dios— tienen seminarios, y a ellos acude una proporción ínfima de sus pastores y pastoras. Tanto dentro de esas denominaciones como en otras menores, y ciertamente entre el enorme número de iglesias independientes que surgen por todas partes, la preparación ministerial es bastante informal. Algunas de ellas tienen institutos bíblicos reconocidos y supervisados por la denominación misma. Pero la inmensa mayoría de los institutos bíblicos no tienen más supervisión que la de ellos mismos. Algunos son escuelas residenciales, con un currículo determinado, biblioteca y una lista formal de docentes. Pero muchos otros son programas establecidos y dirigidos por algún pastor en los que él mismo dicta la mayoría de los cursos, y es también quien determina qué cursos ha de ofrecer según su propia conveniencia e intereses. Esa es la educación ministerial que recibe la inmensa mayoría de los pastores y pastoras latinos en los Estados Unidos.
Lo que es cierto en el ámbito limitado de la comunidad latina en los Estados Unidos lo es más en América Latina misma. La explosión demográfica en la mayoría de las iglesias evangélicas latinoamericanas —particularmente entre las pentecostales— sobrepasa largamente los recursos de los seminarios establecidos. En muchos casos, los seminarios más tradicionales están en las capitales, y se les hace difícil a los candidatos asistir a ellos, con el resultado de que casi todas las denominaciones han desarrollado programas alternos para llegar al ministerio ordenado, al tiempo que otras han establecido numerosos seminarios en diversas regiones del país —aun a costa del nivel académico de tales seminarios. Al mismo tiempo, escuchamos en América Latina lo que también se escucha en los Estados Unidos —y mucho más en Europa: la queja de que los seminarios y escuelas de teología no parecen preparar adecuadamente a sus estudiantes para la práctica ministerial, y que frecuentemente quienes no tienen estudios de seminario son mejores pastores y pastoras que quienes sí los tienen. Sin darles toda la razón a quienes piensan de ese modo, hay que confesar que las denominaciones que más crecen no son las mismas que requieren estudios de seminario para el pastorado. Aun cuando el crecimiento numérico de la iglesia no ha de ser la única medida de juicio en cuanto a la efectividad de su ministerio, el hecho mismo de que las iglesias que más estudios requieren de sus pastores parecen ser también las que menos crecen parece indicar un desfase entre lo que se enseña en el seminario y lo que se practica en la iglesia. Y esto debería ser toque de alarma para la educación teológica tradicional.
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