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Aldo Leopold - Una ética de la tierra

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Aldo Leopold Una ética de la tierra
  • Libro:
    Una ética de la tierra
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1949
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Una ética de la tierra: resumen, descripción y anotación

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BIBLIOGRAFÍA BÁSICA

I. Obras de Aldo Leopold (1887-1948)

A Sand County Almanac, and Sketches Here and There. Oxford University Press, New York 1949 (primera edición), con reediciones posteriores.

Aldo Leopold’s Southwest (recopilación de ensayos y artículos escritos entre 1915 y 1948; edición a cargo de David E. Brown y Neil B. Carmony). University of New Mexico Press, Albuquerque 1995.

Game Management (manual de gestión de la fauna silvestre cuya primera edición se publicó en 1933). Hay edición reciente de 1986, con prólogo de Laurence R. Jahn, en University oí Wisconsin Press, Madison (Wisconsin).

Round River. Form the Journals of Aldo Leopold (selección de anotaciones entre 1922 y 1937; edición a cargo de su hijo Luna B. Leopold). Oxford University Press, New York 1953 (primera edición); reimpresiones posteriores.

The River of the Mother of God (and Other Essays) (edición a cargo de Susan Flader y John Baird Callicott). University of Wisconsin Press, Madison (Wisconsin) 1991.

The Sand Country of Aldo Leopold (edición de Anthony Wolff; antología de los escritos de Leopold, con un ensayo de Susan Flader y fotografías de Charles Steinhacker). Sierra Club, San Francisco 1973.

II. Sobre Aldo Leopold y su contexto

ALLIN, Craig W., 1982: The Politics of Wilderness Preservation. Creenwood Press, Westport, Connecticut.

ANDERSON, Peter, 1995: Aldo Leopold: American Ecologist Watts, New York.

BALDWIN, Donald M., 1972: The Quiet Revolution: The Grassroots of Today’s Wilderness Preservador Movement. Pruett Publishing Co., Boulder, Colorado.

CALLICOTT, John Baird (ed.), 1987: Companion to a Sand County Almanac. Interpretative and Critical Essays. University of Wisconsin Press, Madison (Wisconsin).

El mismo, 1989: In Defense of the Land Ethic. Essays in Environmental Philosophy. State University of New York Press, Albany.

DUNLAP, Julie, 1993: Aldo Leopold: Living with the Land. Twenty-First Century Books, New York.

FLADER, Susan L., 1974: Thinking Like A Mountain. Aldo Leopold and the Evolution of an Ecological Attitude Toward Deer, Wolves, and Forests. University of Missouri Press, Columbia. (Reedición en University of Wisconsin Press, 1994).

FOX, Stephen S., 1981: John Muir and His Legacy. The American Conservation Movement. Little, Brown & Co., Boston.

HAYS, Samuel P., 1959: Conservation and the Gospel of Efficiency: The Progressive Conservation Movement, 1890-1920 . Harvard University Press, Cambridge (Mass.).

HERMAN, A. L., 1998: Community, Violence and Peace: Aldo Leopold, Mohandas K. Gandhi, Martín Luther King Jr. and Gautama the Buddha in the Twenty-First Century. State University of New York Press, Albany.

LORBIECKI, Marybeth, 1993: Of Things Natural, Wild and Free: A Story About Aldo Leopold. Corolrhoda Books, Minneapolis.

La misma, 1996: Aldo Leopold: A Fierce Green Fire. Falcon Publishing Company, Helena (Montana).

MCCABE, Robert A., 1987: Aldo Leopold, the Professor. Rusty Rock Press, Madison (Wisconsin).

MCCLINTOCK, James I., 1994: Nature’s Kindred Spirits: Aldo Leopold, Joseph Wood Krutch, Edward Abbey, Annie Dillard, and Gary Snyder. University oí Wisconsin Press, Madison (Wisconsin).

MEINE, Curt (ed.), 1988: Aldo Leopold: His Life and Work. University of Wisconsin Press.

NASH, Roderick, 1973: Wilderness and the American Mind. Yale University Press, New aven, Connecticut.

NORTON, Bryan G., 1991: Toward Unity among.

Environmentalists. Oxford University Press, Oxford/New York.

ROSS, John/Ross, Beth, 1998: Prairie Time. The Leopold Reserve Revisited. University of Wisconsin Press, Madison (Wisconsin).

TANNER, Thomas (ed.), 1987: Aldo Leopold: The Man and His Legacy. Soil & Water Conservation Society, Ankeny (Iowa).

II. BOCETOS DE AQUI Y ALLA
ARIZONA Y NUEVO MÉJICO

Pensar como una montaña

Un grito ronco y profundo retumba de risco en risco, desciende rodando de la montaña, y se desvanece en la lejana oscuridad de la noche. Es un estallido de pena salvaje e insolente, y un cántico de desprecio por todas las adversidades de este mundo.

Todos y cada uno de los seres vivos prestan atención a esa llamada (y quizá más de un muerto, también). Para el ciervo es un lúgubre memento morí, para el pino una predicción de refriegas a medianoche y sangre sobre la nieve, para el coyote la promesa de futuras piezas escogidas, para el vaquero una amenaza de números rojos en el banco, para el cazador el desafío del colmillo contra la bala. Pero por detrás de estas esperanzas y temores obvios, inmediatos, subyace un sentido más profundo, que sólo conoce la montaña misma. Sólo la montaña ha vivido el tiempo suficiente para escuchar con objetividad el aullido de un lobo.

Incluso los incapaces de descifrar este sentido profundo saben de su existencia, porque se lo intuye en toda tierra de lobos, y diferencia a esa tierra de cualquier otra. Hace que se estremezca el espinazo de quien oye al lobo por la noche, o reconoce sus huellas durante el día. Hasta cuando ni la vista ni el oído perciben indicios del lobo, está implícito en cien pequeños sucesos: el relincho nocturno de un caballo de carga, el golpeteo de piedras que ruedan, el salto de un ciervo que huye, el dibujo de las sombras bajo los abetos. Sólo el novato menos espabilado puede no sentir la presencia o ausencia de lobos, o el hecho de que las montañas tienen una opinión secreta sobre los mismos.

Mis propias convicciones al respecto se forjaron el día en que vi a una loba morir. Estábamos almorzando en un risco, a cuyos pies se abría paso a codazos un río turbulento. Vimos cómo vadeaba la corriente lo que pensamos sería una gama, con el pecho a flor de las aguas espumosas. Cuando escaló la orilla hacia nosotros y se sacudió el agua, nos dimos cuenta de nuestro error: era una loba. Otra media docena de ellos, evidentemente sus cachorros ya crecidos, salieron de los sauces y todos se apiñaron en una bienvenida llena de colas que se meneaban y mordiscos juguetones. Lo que era literalmente un revoltijo de lobos se retorcía y revolvía en el centro de un espacio abierto al pie de nuestro risco.

En aquel entonces, jamás habíamos oído que alguien desaprovechara una oportunidad de matar un lobo. Al segundo siguiente estábamos lanzando plomo contra la manada, pero con más nerviosismo que precisión: nunca ha sido fácil hacer puntería desde lo alto de una colina empinada. Cuando los rifles quedaron vacíos habíamos abatido a la loba, y uno de los cachorros desapareció arrastrando una pata por un resbaladero inaccesible.

Llegamos junto a la vieja loba a tiempo para ver un fiero fuego verde muriendo en sus ojos. Entonces observé —y desde entonces lo he sabido siempre— que había algo nuevo para mí en aquellos ojos, algo que solamente sabían ella y la montaña. Yo era joven en aquel entonces, y sentía una vehemente comezón por apretar el gatillo; pensaba que porque menos lobos significaban más ciervos, ningún lobo representaría el paraíso de los cazadores. Pero tras ver extinguirse aquel fuego verde, sentí que ni la loba ni la montaña compartían mi punto de vista.


Desde entonces, he visto cómo un estado tras otro extirpaban sus lobos. He contemplado el rostro de muchas montañas recién privadas de lobos, y he visto como las laderas meridionales se iban arrugando con laberintos de nuevas sendas de ciervos. He visto cómo eran ramoneados hasta el más mínimo arbusto y plantón comestibles, primero hasta el desmedro anémico y luego hasta la muerte. He visto todos los árboles comestibles defoliados hasta la altura de una silla de montar. Una montaña así tiene el aspecto de que le hubieran regalado a Dios unas tijeras de podar nuevas, prohibiéndole al mismo tiempo cualquier otro ejercicio. Al final, los huesos de los tan anhelados ciervos, muertos de hambre por su número excesivo, se blanquean junto a los despojos de la salvia muerta, o se convierten en polvo bajo los enebros.

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