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Agradecimientos
A todas las personas, especialmente de la Iglesia católica, que durante toda mi vida me han forjado y me hicieron ser el sacerdote que soy.
Alejandro Solalinde
Este libro reúne la voluntad de muchas personas que me permitieron observar, escuchar, acompañar, investigar y redactar. Mi gratitud infinita está con el padre José Alejandro Solalinde Guerra por compartir conmigo su tiempo y su historia. Sin su confianza, generosidad y valentía habría sido imposible escribirlo.
Quiero agradecer de manera muy especial a mi editor Edgar Krauss, por animarme a emprender este proyecto e impulsarlo, su guía en esta travesía resultó invaluable para mí. A Diana Servín, directora de HarperCollins México, por abrirle paso y a Jesús Cornejo por aportar su talento en los retratos.
Fue de mucha ayuda el testimonio de colegas, misioneros, aliados y amigos como Paola Salcedo, Alberto Donis, Manuel Arellano, Raúl Campos, Aarón Cruz, Guadalupe Galván, Raúl Solalinde y Araceli Rosaldo, Erika Solalinde, Vianey Aguilar, Leticia Gutiérrez Valderrama, Guadalupe Rodríguez, Emiliano Ruiz Parra, Bernardo Barranco, Diego Enrique Osorno, Martha Izquierdo, Óscar Martínez, Marcela Zamora, Carlos Castillo Urrutia, José Arellano, Alicia Quiñones, Arnoldo Mosca Mondadori y de los migrantes Abraham, Iris Margot, Edward José y Gonzalo, ejemplos de esperanza y coraje.
Es vital el aliento de mi amada familia. De mis padres Manuel y Juanita, quienes son una escuela de amor, fe y bondad. Y de mis hermanos: Fabiola, por creer en mí y sumar su valioso conocimiento. Alejandra, por su solidaridad, dulzura y colaboración incondicional. Juan, por acompañarme con su nobleza en la andanza y Jesús, por su ternura y apoyo imprescindible. Aprecio la amistad de seres humanos entrañables, su presencia es fundamental para mí. Asimismo, valoro cada “sí” y “no” que he encontrado en mi ejercicio profesional porque también me han encauzado a este punto del camino. En definitiva, a todas las personas de mi vida, gracias desde el corazón.
Karla María Gutiérrez
© 2018, HarperCollins México, S.A. de C.V.
Publicado por HarperCollins México
Tampico No. 42, 6º piso.
06700, Ciudad de México.
Revelaciones de un misionero. Mi vida itinerante
© José Alejandro Solalinde Guerra
© Karla María Gutiérrez López
© Por el prólogo: Bernardo Barranco
© Por las fotografías: Jesús Cornejo
Diseño de forros y pliego fotográfico: Jorge Matías Garnica / Poetry of Magic
Diseño tipográfico y de interiores: Ricardo Gallardo / Mutāre
Todos los derechos están reservados, conforme a la Ley Federal del Derecho de Autor y los tratados internacionales suscritos por México. Prohibida su reproducción total o parcial en cualquier forma o medio, incluidos los digitales, sin autorización expresa del titular del derecho de autor.
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ISBN: 978-607-97959-6-2
Epub Edition July 2018 9786078589050
Primera edición: junio de 2018.
Impreso en México
A las y los jóvenes que, como Jesús de Nazaret,
se rebelan ante las injusticias, luchan por la libertad
y por ser ellos mismos.
Alejandro Solalinde
A mis padres y hermanos:
Ustedes me hacen bien.
Gracias por tanto, por todo.
Karla María Gutiérrez
Conocí al padre Alejandro Solalinde en el invierno de 1974. Formaba parte de un grupo de estudiantes universitarios católicos, guiados por jesuitas e iniciábamos un trabajo de base, es decir, interactuar con situaciones reales de pobreza e injusticia del país. El objetivo era que jóvenes de clase media urbana tomáramos contacto con campesinos pobres y participáramos en tareas de estudio, investigación y apoyo técnico. El contacto era el párroco del pueblo, quien nos facilitaba el empalme con la comunidad. Algunas otras congregaciones llamaban estas iniciativas “misiones”. Cerca de treinta estudiantes fuimos a San Juan de las Huertas, en el municipio de Zinancapetec, un pequeño poblado a las faldas del majestuoso volcán Zinacantepetl y cerca de Toluca, capital del estado de México. Llegar ahí era una odisea por el rústico transporte, camiones chimecos entre canastas y pollos que te picaban los talones. Eran tiempos del gobernador Carlos Hank González, el mismísimo profesor, uno de los baluartes del llamado Grupo Atlacomulco. Al ver llegar a tantos jóvenes al pueblo, los caciques locales se sintieron amenazados. En ese tiempo, la atmósfera del ’68 estaba aún fresca. Al estilo Canoa, vieron a los universitarios como intrusos y denunciaron ante la policía la “sospechosa presencia” de entrometidos. De repente parte del grupo fue retenido por la policía y llevados a los reparos de Toluca. Había desconcierto y consternación entre nosotros y el párroco del pueblo, buscó a un amigo sacerdote. Un cura influyente en Toluca, cuyo nombre era: Alejandro Solalinde. Este sacerdote de la diócesis de Toluca, pronto se comunicó con el poderosísimo obispo de Toluca Arturo Vélez y de inmediato los jóvenes fueron liberados. Don Arturo, hombre recio emparentado con los hombres de poder y la nomenclatura del Grupo Atlacomulco, había ordenado sacerdotalmente a Solalinde y le tenía un especial aprecio.
Delgado, distinguido, con suéter estilo César Costa, el joven sacerdote Solalinde se hizo nuestro amigo. Era sencillo y alegre, y conserva la misma mirada hasta ahora. Quién iba imaginar toda la relevancia que adquiriría, con los años, pues Solalinde ha sido una de las principales voces para visibilizar la tragedia de los migrantes, los abusos que se perpetran contra ellos y ellas, los intereses que confluyen para traficar con seres humanos. Desde un pequeño rincón del sur de México, Solalinde se ha distinguido por la defensa de los derechos humanos, la protección de los indocumentados centroamericanos y lucha contra las rapaces autoridades tanto de entidades envenenadas por funcionarios corruptos como instituciones federales. En ese frío invierno de 1974 cerca del nevado de Toluca, ni los jesuitas ni los jóvenes universitarios, sospechábamos que entre nosotros estaría una de las grandes figuras de inicios del siglo XXI que, por su valentía y perseverancia, rompe los moldes del sacerdote tradicional. Un religioso que llevaría su misión a los extremos, y ver constantemente amenazada su vida. Una persona que sigue radicalmente a Jesús y ofrenda su vida para amparar la vulnerabilidad del migrante y enaltecer su dignidad humana. En Centroamérica le llaman el padre Sol o el “Romero mexicano”, en referencia a Oscar Arnulfo Romero, el épico arzobispo salvadoreño asesinado arteramente el 24 de marzo de 1980; figura que ahora el Papa Francisco ha elegido para su justa canonización.
Por ello, el valor del libro que tiene en sus manos radica en que va más allá del héroe religioso. El contenido de estas páginas son las revelaciones de un ser humano inconmensurable que registra cómo el destino, o Dios, lo han llevado por caminos muy diversos y poco comunes a las de un sacerdote convencional. Muchas revelaciones de Solalinde, contenidas en este volumen no las sabía y nunca las habría imaginado. Dejo al lector descubrirlas. El libro narra en primera persona la senda de un actor religioso inquieto. Con serenidad, elocuencia y humor nos ofrece su vida. Es la vida de un pionero que explora nuevos senderos de misión en el seguimiento de Jesús. Acompañado de otros, la suerte del pionero es la soledad, la incomprensión. Nos muestra la fortaleza para levantarse y recuperarse ante la adversidad, el mismo Alejandro le llama resiliencia. Gran acierto de la editorial, que nos presenta un formato ágil y novedoso. Me refiero a los apuntes de la coautora Karla María Gutiérrez. Sus aportaciones son indispensables porque su mirada cuidadosa es externa, pero al mismo tiempo apasionada e interna también. Nos permite comprender mejor el personaje con atinados comentarios. Sus reflexiones