Los lugares habitados
Alberto Saldarriaga Roa
Laguna Libros
www.lagunalibros.com
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SEGUNDA EDICIÓN
Bogotá, junio de 2021
P RIMERA EDICIÓN
Bogotá, marzo de 2010
© 2021 de la edición electrónica:
Laguna Libros, eLibros Editorial, octubre de 2021
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ISBN 978-958-5474-80-2 (epub)
ISBN 978-958-5474-79-6 (impreso)
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sin permiso expreso de los editores.
Hecho en Colombia - Made in Colombia
ÍNDICE
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A Augusto Pérez Gómez,
cómplice de esta idea.
PRESENTACIÓN
LA MEMORIA
LA ARQUITECTURA
EL VIAJE
HABITAR
Este es y no es un libro autobiográfico. En él la experiencia personal se narra a través de una sucesión de fragmentos, en forma de pequeñas instantáneas, en las que se elaboran variaciones sobre un tema único, el de habitar en el mundo. La estructura armónica la forman ese yo invisible que se oculta en los pequeños relatos, esa memoria y esa experiencia vivida que, a pesar de ser personal y única, se asemeja a muchas otras. Uno es uno y muchos seres al mismo tiempo.
El título Los lugares habitados tiene gran significado. La realidad del texto se circunscribe a una experiencia y a la vez a la de muchas otras personas. Habitar es la esencia de la experiencia cotidiana, que, a pesar de ser individual, es compartida con otros. Solo en el sueño se habita en los mundos íntimos, únicos, propios. Los lugares son construcciones materiales, culturales y psicológicas en las que hay significados particulares, en ocasiones especiales, que se descifran día a día y noche a noche. Se habita en uno y en muchos lugares. El cuerpo reside en uno de ellos, los demás se encuentran en la mente. La memoria los guarda, los recupera, los revive. La memoria va y viene, se oculta, se transforma.
El subtítulo «Tema y variaciones» no es gratuito. La existencia es una sucesión de variaciones sobre muchos temas, y en este caso unos de esos temas son los lugares habitados. Cada día se vive en lo ya vivido, cada día se experimenta algo nuevo. Es quizá por eso que en la música, la forma de «tema y variaciones» es tan rica en posibilidades y todavía no se ha agotado. Es una forma que admite libertades, desviaciones, retornos, evocaciones.
Escribir sobre uno mismo tiene riesgos. Uno de ellos es darle lugar a la nostalgia. Otro es embellecer demasiado el pasado, ornamentarlo. La memoria es traicionera. En ella se magnifican o se reducen los hechos de la vida. Recordar es un arte y contiene mucho de imaginación. Dejarse llevar por las palabras, abandonarse al placer de escribir, también tiene sus riesgos. Escribir es comprometerse con las palabras y también con la memoria y con lo sucedido. La experiencia personal no es literaria; se transforma en literatura cuando se cuenta, cuando se escribe. Articular frases seductoras es una tentación que puede conducir al callejón sin salida de las banalidades.
Este libro está concebido como una serie de instantáneas en homenaje a una primera cámara —una Brownie Fiesta de Kodak—, lo más parecido a una cámara oscura elemental, primaria. Estas instantáneas son fragmentos de la existencia. Este libro es un fragmento de fragmentos. La vida continúa.
El tema es habitar, lo demás son variaciones.
La memoria no alcanza a registrar todas las imágenes de los lugares habitados; ellas reposan en algún lugar del inconsciente y afloran en sueños que a veces se recuerdan y la mayor parte se ocultan. Descubrirlos no es fácil.
Hay tantos lugares memorables en la infancia que es imposible dar cuenta de todos ellos. Están ahí y de vez en cuando aparecen en los sueños.
¿Cuál puede ser, en la memoria, el primer recuerdo de un lugar? Por razones de lógica no es la del lugar donde se nació. Hubo un primer cuarto de infancia, en una casa de la calle 41 cerca de la carrera 13 en Bogotá, bautizada devotamente con el nombre de San Cayetano ¿Era grande? ¿Era pequeña? Nada de ella aparece en la memoria.
Esa primera casa existe todavía. Ahora es un restaurante de arepas de huevo y un bar llamado Modelo cuyo uso no es del todo claro. La casa está deteriorada, pero todavía es digna. En las noches, cuando está vacía, deben revivir las voces, los recuerdos deben recorrerla. ¿Los míos? ¿Los de otros? Las casas albergan las almas de quienes las habitaron y los espectros de los difuntos.
Hay una imagen lejana y borrosa del comedor de la casa de los abuelos paternos en Riosucio, Caldas. La acompaña la imagen de la abuela, una mujer alta, de porte imponente, con su cabello blanco perfectamente peinado, una larga bata gris y una voz que aún resuena. La imagen del comedor es la de un espacio angosto, con una gran vidriera en uno de sus lados. Hay una larga mesa y unas bancas de madera a lado y lado. La luz difusa, de un día nublado, se filtra por el ventanal. Hay muchas personas reunidas, unas conocidas, otras desconocidas. Una fotografía extraviada en los archivos familiares registra, posiblemente, ese momento.
La memoria registra otra imagen: una fachada en ladrillo con una puerta que conduce a un vestíbulo con una escalera de madera. Frente a la puerta hay una calle, más bien un andén para caminar o recorrer en triciclo —ese aparato arcaico en que se movilizaron muchas infancias antes de la era de la bicicleta—. Cronológicamente, esta sería la segunda casa habitada y es la primera que aflora en la memoria. Se recuerda el número de la placa de la fachada, «23–16». No se recuerda mucho más de ella.
Hay en la mente otra casa que alberga los primeros recuerdos. Es la representación de la infancia, no importa que haya sido realmente o no la primera que se habitó. Es un lugar real transformado en un sinnúmero de experiencias diversas. No se sabe por qué se llegó a ella, tampoco importa mucho. Lo que había sido difuso adquiere en ella contornos más precisos. El crecer puso en alerta los sentidos y despertó los primeros atisbos de conciencia.
La casa de los recuerdos contiene los lugares inolvidables de la infancia. Su experiencia contiene algo de arquetípico. No se limita a los espacios físicos, sino que alberga todo aquello que los sentidos y los sentimientos pueden abarcar. Esta casa es la imagen primaria de habitar, es el apoyo de toda la experiencia existencial. Es la vivienda, es el hogar en el que el olor de los alimentos inunda los recintos. Es el refugio que en las noches ofrece calor y seguridad.
La memoria de esta casa se resiste a la exactitud.
¿Cómo es esa casa de los recuerdos? Era en realidad un apartamento que hacía parte de lo que hoy se llamaría una vivienda «trifamiliar». Ocupaba el segundo piso de la edificación y tenía, como ventaja adicional, un solar posterior. Abajo vivían los vecinos.
En la casa, que ya no existe, un largo zaguán conducía a una escalera de madera que desembocaba en el vestíbulo del segundo piso. Adelante quedaban el salón y las alcobas, Atrás, separados por un patio, se encontraban el comedor, la cocina y las dependencias del servicio. El solar parecía inmenso, con sus árboles, flores y bichos de toda suerte.
Recorrer la casa era toda una experiencia. El salón formal permanecía cerrado y se abría en las noches y en ocasiones especiales. Las alcobas se usaban para dormir. Un enorme radio RCA Víctor presidía el salón, y en las noches, como en un ritual familiar, se escuchaban las noticias y la música. Se captaban emisoras lejanas: la BBC de Londres, la Voz de América, la Radio Española. El mundo penetraba en la casa a través del ojo anaranjado de la radio.