Prólogo y dedicatoria
David Rolfe Graeber murió, a los cincuenta y nueve años, el 2 de septiembre de 2020, apenas tres semanas después de que acabáramos de escribir este libro, que nos había tenido absortos durante diez años. Comenzó como una distracción con respecto a nuestras tareas académicas más «serias»: un experimento, casi un juego, en el que un antropólogo y un arqueólogo intentaban reconstruir esa gran narrativa de la historia de la humanidad que había sido antaño tan común en nuestros campos, pero, esta vez, con pruebas modernas. No había normas ni fechas de entrega. Escribíamos como y cuando nos parecía, lo cual, cada vez más, tendía a ser a diario. Durante los últimos años, a medida que el proyecto ganaba impulso, era habitual que habláramos dos e incluso tres veces al día. A menudo olvidábamos quién había aportado tal o cual idea, o ese conjunto de hechos y ejemplos: todo iba a parar al «archivo», que muy pronto excedió las dimensiones y alcance de un solo libro. El resultado no es un conjunto de retales, sino una auténtica síntesis. Sentíamos que nuestros estilos literarios y nuestros pensamientos convergían cada vez más hasta formar parte de un solo torrente. Conscientes de que no queríamos que acabase el viaje intelectual en el que nos habíamos embarcado, y de que muchos de los conceptos que introducíamos en este volumen requerirían de desarrollo y ejemplos posteriores, planeamos escribir secuelas: no menos de tres. Pero este primer libro debía acabar en algún punto, y a las 21:18 horas del 6 de agosto, David Graeber anunció, con su característico tono de tuiteo (y parafraseando libérrimamente a Jim Morrison) que ya estaba acabado: «Mi cerebro está magullado por la entumecida sorpresa». Llegamos al final exactamente igual que habíamos comenzado, dialogando, intercambiando constantemente borradores a medida que leíamos, compartíamos y debatíamos las mismas fuentes, a menudo a altas horas de la madrugada. David era mucho más que un antropólogo. Era un activista e intelectual público de reputación internacional, que intentaba vivir de acuerdo con sus ideas de justicia social y emancipación, ofreciendo esperanza a los oprimidos e inspirando a innumerables otros a seguir su ejemplo. Este libro está dedicado al bello recuerdo de David Graeber (1961-2020) y, como él deseaba, al recuerdo de sus padres, Ruth Rubinstein Graeber (1917-2006) y Kenneth Graeber (1914-1996). Que descansen, juntos, en paz.
D . W .
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Adiós a la infancia de la humanidad
O por qué este no es un libro acerca
del origen de la desigualdad
[Esta] atmósfera [...] se pone de manifiesto en todas partes, en el terreno político, el social y el filosófico. Vivimos en el kairós de la «metamorfosis de los dioses», esto es, de los principios y símbolos fundamentales.
C . G . J UNG, Presente y futuro, 1958
La mayoría de la historia de la humanidad se ha perdido de manera irremediable para nosotros. Nuestra especie, Homo sapiens, existe desde hace 200.000 años, pero no tenemos ni idea de lo que ha sucedido durante la mayor parte de ese tiempo. Por ejemplo, en el norte de España, en las cuevas de Altamira, se crearon pinturas y grabados rupestres a lo largo de un periodo de, al menos, 10.000 años, en torno al 25000 y 15000 a. C. Es de suponer que se dieron numerosos acontecimientos drásticos en ese periodo y, aun así, no tenemos manera de conocer la mayoría de ellos.
Esto tiene pocas implicaciones prácticas para la mayoría de las personas, puesto que la mayor parte de la gente rara vez piensa en la historia de la humanidad a grandes rasgos. No tienen muchas razones para hacerlo. Y si la cuestión surge alguna vez, suele suceder al reflexionar acerca de por qué el mundo es un desastre, y por qué los seres humanos se tratan tan mal unos a otros: las razones de la guerra, la explotación, la indiferencia sistemática al sufrimiento ajeno. ¿Hemos sido siempre así o es que, en algún momento, hicimos algo muy mal?
Se trata de un debate teológico. La pregunta esencial es: ¿somos los humanos buenos o malos por naturaleza? No obstante, cuando se piensa bien, la pregunta, en estos términos, tiene poco sentido. «Bueno» y «malo» son conceptos puramente humanos. Nunca se le ocurriría a nadie discutir acerca de si un pez o un árbol son buenos o malos, porque «bien» y «mal» son conceptos humanos creados para compararnos entre nosotros. De ello se sigue que discutir acerca de si los humanos somos fundamentalmente buenos o malos tiene tanto sentido como discutir acerca de si los seres humanos somos fundamentalmente delgados o gordos.
No obstante, en las ocasiones en que la gente reflexiona sobre las lecciones de la prehistoria, llega de un modo casi invariable a preguntas de este tipo. Todos estamos familiarizados con la respuesta cristiana: la gente vivía antaño en un estado de inocencia, pero el pecado original la corrompió. Quisimos ser como dioses y fuimos castigados por ello; vivimos ahora en un estado de desgracia y anhelamos una futura redención. Hoy en día, la versión popular de esta historia es alguna variación, generalmente actualizada, del