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Alfred Kubin - El trabajo del dibujante

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Alfred Kubin El trabajo del dibujante
  • Libro:
    El trabajo del dibujante
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1939
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El trabajo del dibujante: resumen, descripción y anotación

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Trabajando de firme con el equipaje ligero y el corazón feliz el dibujante se - photo 1

Trabajando de firme, con el equipaje ligero y el corazón feliz, el dibujante se regocija con la simplicidad maravillosa de su arte, que le permite contentarse con una pluma, tinta china y papel. Él inventa sus criaturas, imagina y justifica cosas imposibles.

Disciplinado, educa durante años su ojo, su mano y su carácter hasta que concibe progresivamente esa gracia y esa inocencia celeste que pueden hacer que todo se comprenda con casi nada. No cesa entonces de perfeccionarse en la maestría de su arte, hasta no ser más que un juguete vivo articulado a su espíritu.

Alfred Kubin

Alfred Kubin El trabajo del dibujante ePub r10 orhi 240315 Título original - photo 2

Alfred Kubin

El trabajo del dibujante

ePub r1.0

orhi 24.03.15

Título original: Le travail du dessinateur

Alfred Kubin, 1939

Traducción: Jorge Segovia & Violetta Beck

Ilustraciones: Alfred Kubin

Editor digital: orhi

ePub base r1.2

PALABRAS PARA UNA EXPOSICIÓN E l interés que manifiesta por mi obra - photo 3

PALABRAS PARA UNA EXPOSICIÓN

E l interés que manifiesta por mi obra participando en la inauguración de esta muestra me alegra muchísimo. Quisiera aprovechar esta ocasión para decirle algunas palabras: me gustaría que contemplase las cosas aquí expuestas con una disposición de ánimo especial. Usted habrá observado, sin duda, que mis esfuerzos están investidos de un singular carácter. Ciertamente, mi obra intenta seguir las grandes líneas de la creación artística actual en la medida en que ésta se reclama totalmente anti-académica. No obstante, lo que ante todo intento expresar sobre el papel, son las formas que veo claramente en mi interior, los personajes y acontecimientos cuyo flujo apremiante ha invadido y tejido, desde siempre, la trama de mi vida psíquica. Provocado como en un sueño por esas visiones interiores, intento de alguna manera liberarme de esos fantasmas con mis propios medios, reteniéndolos artísticamente. Cuando decidí mi vocación, hace ahora veintiocho años, no encontré ni escuela ni profesor que me animara en ese camino singular y medianamente solitario. Pero la existencia de ciertas obras de épocas recientes o más antiguas, ejecutadas por artistas predispuestos de manera parecida me ha estimulado y animado a proseguir mi trabajo cuando la dura resistencia del mundo exterior —con frecuencia he sido bastante incomprendido y vituperado— vino a resultar una especie de prueba de fuego que la fatalidad imponía a mi propio don. Con el tiempo, las cosas han acabado por ir mucho mejor, y, gracias a los numerosos testimonios de simpatía y ánimo que me fueron enviados —no solamente de los países de lengua alemana sino del mundo entero—, comprendí que mi arte debía encerrar valores universales o bien descansar sobre un elemento sugestivo, al que no podía ser completamente hermético el espíritu humano, como la inclinación hacia lo misterioso, lo extraño u horrible.

El verdadero espectador, el que yo espero, no contempla únicamente mis dibujos con un ojo encantado o crítico sino que, animado por un contacto secreto, su atención debe también volverse hacia la cámara oscura, rica en imágenes, de su propia conciencia onírica. Pues todos, lo sepamos o no, guardamos en lo más profundo de nosotros mismos la herencia de un inmenso pasado personal. La mayoría de nosotros olvida simplemente este tesoro fabuloso entre la agitación de la vida cotidiana. Las experiencias vividas en el pasado —a veces llegan hasta las primicias de la infancia— no están ni muertas ni borradas. No, las mismas se renuevan sin cesar y se imprimen en nuestra alma, tejiendo así múltiples lazos con las impresiones salidas de posteriores experiencias.

Ésta es la semilla de mi arte, del que quería hablar. Familiarizarse con este acto de magia está al alcance de todos aquellos que viven íntimamente con su pasado en la noche de los recuerdos. Una frecuentación asidua de las sombras de los desaparecidos acaba por impregnarnos, llegando incluso a hechizar el caótico ruidoso mundo exterior que, misteriosamente, se ordena entonces aún más, según nuestro campo visual así sembrado. Puede ocurrir que, un día, sus manifestaciones vengan a frecuentarnos bajo la forma de una realidad mítica agradable, o tal vez pavorosa.

(1926)

BALANCE

S aber dibujar es con frecuencia un don muy deseado. Dibujar empujado por una necesidad interior constituye un destino. Cuando considero mis setenta y dos años, tiemblo al constatar la manera en que el tiempo ha hecho pasar por mis dedos el rostro del mundo transformándose al mismo ritmo que mi propio cuerpo. Aunque muchos de mis dibujos hayan sido destruidos, aún subsiste un gran número de ellos. Su ejecución me ha llenado a lo largo de mi vida de sentimientos de una inexpresable levedad, como si me liberasen de la absurda presión de esa fuerza elemental y tan cercana que se ejerce sobre mí tan peligrosamente. Ya a principios de siglo, cuando mi trabajo a tientas comenzaba a ser reconocido, cuando, aún entre dudas se esforzaba por desarrollar su propio lenguaje, la crítica a menudo habló de mí como de un filósofo que dibuja. Sin embargo, yo nunca había abordado ciertas cuestiones de lógica ni profundizado en otras. Sólo mi amistad y mi admiración espiritual por el saber de Mynona —un verdadero filósofo—, igual que la correspondencia que hemos intercambiado, pudieron remediar eso. Yo me considero como un visionario, incluso como un iluminado, cuya visión del mundo depende de los auténticos pensadores. Tengo una naturaleza de artista que, a la vez, se siente atraído y rechazado por el flujo de la vida, y mi única importancia reside en mi talento para el dibujo.

En una ocasión, intenté elucidar en un breve artículo ese curioso amor de un artista por la metafísica. Sus conclusiones, que de alguna manera tienen que ver con la correspondencia que intercambié con Mynona, no han llegado a ninguna finalidad.

Nunca me gustó mucho la nueva pintura impresionista que emergió en Alemania alrededor de 1900. Comprendo la necesidad que entonces se hizo sentir de abrir nuevos caminos, y a la que se adhirieron muchos artistas modernos; admito de buena gana que así ha podido brotar desde las profundidades del alma hacia la luz una fuente de sorprendente belleza. Me parece que el logro más importante es el de la síntesis. Conocí a Edvard Munch, que me invitó a su casa en Berlín en 1903. Las síntesis que él ha creado consiguen tranquilizar nuestro sentimiento fundamental ahí donde las experiencias analíticas malamente pueden acceder. De ahí en adelante se trataba de unir a través de una correa de transmisión nuestro pequeño corazón al gran corazón central del mundo: muy especialmente para la resolución de los problemas artísticos. Un William Blake continúa produciéndome —a pesar de la falta de personalidad de su lenguaje formal—, una tremenda impresión, mientras que muchos de los que están bajo su influencia y carentes de talento lo rechazan prosaicamente.

Sin embargo, los años pasan. Esta posibilidad de abarcarlo todo con la mirada igual que el hecho de ver más allá de la materia son propias de la vejez; yo no podría sino expresarme en un ámbito donde de lo que se trata es de la creación pura. La concepción de un dibujo y sobre todo el territorio de donde proviene, escapan a cualquier observación. Nosotros no sabemos nada de ese deslumbramiento original al que estamos unidos como el espejo a la luz. Sólo conocemos lo que sigue a su fulgor. Nos sentimos colmados por él. Puesto al nivel de cosas colosales y al mismo tiempo siempre humilde, esperamos entonces retener algo de sus formas trabajando con oficio. Si lo conseguimos, es un triunfo sobre todo lo que es material, sobre el polvo y el caos. Entonces la “obra” se enraíza en su propio origen eterno y misterioso. Se arranca de alguna manera al instante presente y entra así en la libertad del futuro perfectamente realizada porque no volvemos sobre lo que ha tenido lugar.

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