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Alfred Tomatis - 9 meses en el paraíso

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Alfred Tomatis 9 meses en el paraíso
  • Libro:
    9 meses en el paraíso
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2018
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9 meses en el paraíso: resumen, descripción y anotación

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Música en la oscuridad
¿Es grave?

Desde hace unos diez años, la noción de audición intrauterina se ha convertido en un tópico. Son innumerables los estudios sobre la «familiarización prenatal con la palabra», sobre «la reactividad del recién nacido a la voz de la madre»… En Estados Unidos, en este campo, Eisinberg ha llegado muy lejos. Los análisis del comportamiento del feto a través de grabaciones intrauterinas se multiplican en todos los países, así como los estudios sobre el comportamiento del feto ante una estimulación acústica. Hoy en día, el feto vive bajo estrecha vigilancia: electroencefalogramas, potenciales evocados, ecografías sencillas, ecografías en tres dimensiones, fetoscopias…

Cada día descubro artículos en la prensa en los que el autor se asombra del poder que tiene la música sobre los futuros recién nacidos. Así, en el «Diari de Barcelona» (octubre de 1988) un periodista señala que el jefe del servicio de obstetricia y ginecología de la Cruz Roja de Madrid ha constatado «reacciones motrices en el feto cuando éste escucha melodías suaves, como algunas piezas de Beethoven». El «Fígaro Magazine» del 22 de septiembre de 1989 relata otro experimento que se desarrolla actualmente en el hospital universitario de Ámsterdam, bajo la dirección de la doctora Heleen Loggers. Al constatar que la exagerada aportación de oxígeno repercutía en las condiciones de supervivencia de algunos prematuros, a los médicos, «medio en broma», se les ocurrió poner música en las incubadoras. «Resultado: un 20% menos de consumo de oxígeno por parte de los recién nacidos» y una mejoría evidente de su estado de salud.

Todo eso está muy bien y yo me alegro. Todas esas investigaciones confirman lo que yo trataba de explicar hace más de 40 años: el feto escucha y desde los primeros días de su vida tiene su propia capacidad cognoscitiva y su psicología. Pero, insisto, cuando empecé a interesarme por esos fenómenos a mediados de los años cincuenta, no se sabía nada acerca de esto. Yo predicaba en un desierto de indiferencia y hostilidad.

Los tiempos han cambiado y una nueva profesión de fe ha suplantado a la ignorancia de entonces: ahora resulta que el feto no oye más que los sonidos graves. Partiendo de esa información los psicoanalistas aseguran que el feto puede oír la voz del padre, y por lo tanto acceder al lenguaje desde la vida intrauterina. Esa actitud obsesiva tiende a desposeer a las mujeres de su maternidad, a arrancarles pedazo a pedazo ese poder fabuloso ante el cual el hombre se siente desvalido. Sin embargo —salvo en algunos casos de los que hablaremos más adelante— «in útero» sólo se percibe la voz de la madre. Al feto nada le importa el lenguaje, en esa masa sonora que le rodea sólo busca el amor, el afecto y la emoción que necesita. Éste es el tema de este libro.

A pesar de ello, que todos los que investigan la neonatalidad en el mundo afirmen que el feto oye constituye una verdadera victoria. En este libro relato todas las dificultades que he tenido que salvar para sensibilizar al cuerpo médico. Así pues, en el diálogo instituido entre la madre y su hijo se descubre esa dimensión prodigiosa que es la comunicación intrauterina Queda abierto el camino para seguir estudiando ese dúo excepcional, analizar los sonidos que contiene la voz de la madre discernir el vasto espectro de su emisión vocal y estudiar en particular los efectos de tal o cual «franja de audición» sobre el feto. Lo importante es descubrir qué es lo que el niño puede asimilar e imprimir en su sistema neural. No se trata de meras sensaciones auditivas, sino de escucha, en su acepción más amplia. El embrio-feto no sólo recibe pasivamente los sonidos sino que aprehende, engrama datos, graba mensajes, analiza situaciones, dialoga con su madre. Pero en esa nueva etapa del conocimiento de la vida prenatal, aún me siento muy solo.

Nadie, efectivamente, analiza los efectos de la voz materna «in útero». Nadie se interesa por las condiciones de su propagación. El doctor Feijoo, por ejemplo, en un experimento realizado en 1980 y que hoy sirve de referencia, colocó un altavoz frente al vientre de una madre dirigido hacia la cabeza del feto y que difundía fragmentos de «Pedro y el lobo». Esa pieza se escogió por su gran riqueza en frecuencias graves. Constató reacciones fetales significativas y también, después del nacimiento, un reconocimiento de esas señales sonoras que se traducía en un efecto calmante.

Cuando se coloca un micrófono en una cabina aislante y se arma todo el ruido posible en el exterior, tan sólo se captan las frecuencias bajas. Las paredes absorben los agudos. Es una ley elemental de física acústica. Dicha constatación no informa lo más mínimo acerca de lo que el feto realmente oye o escucha en el vientre de su madre. La pared abdominal es una barrera de protección fantástica y se necesitan por lo menos 110 decibelios para traspasarla (o sea ¡el equivalente de un altavoz difundiendo música a todo trapo!). Cuando llegan, los sonidos ya no tienen la misma intensidad ni la misma calidad.

Con el pretexto de que «el padre participa en el nacimiento», hoy algunos hombres se ponen delante del vientre de su mujer y le hablan al feto. ¡Sin duda se imaginan que pronunciando grandes discursos sobre la República el niño saldrá imbuido de principios democráticos!

Para que pudiera oírnos, tendríamos que gritar y, ante esa potencia, hay que reconocer que el matiz del propósito, la suavidad del tono y el espíritu de sutileza habrían desaparecido por completo.

El oído, gracias a una de sus partes (el vestíbulo), reconoce el ritmo desde las primeras semanas de vida intrauterina. Lo mismo que en el experimento de Feijoo, el ritmo de la voz del padre puede llegar perfectamente hasta el útero, con su cadencia y su frecuencia, a condición, como explicaré más detalladamente, de que pase por el canal auditivo de la madre (tímpano y columna vertebral). Pero su contenido y su lenguaje no serán reconocidos.

En el corazón de la jungla

Un oído adulto no lograría sobrevivir mucho tiempo en el entorno sonoro intrauterino. Vamos a imaginarlo por algunos momentos… Durante la digestión, el feto está en el palco de honor. Percibe los borborigmos del intestino y del estómago en una especie de tormenta permanente. La respiración provoca una incesante resaca, comparable al flujo y reflujo del mar en un día de fuerte oleaje. Encima de él resuena el tic-tac cardíaco. También están todos los ruidos provocados por los movimientos de la madre: movimientos de su cuerpo y movimientos del roce sobre el útero. Los ruidos exteriores, en cambio, llegan fuertemente atenuados debido al espesor de la pared uterina.

Afortunadamente, todas esas frecuencias son de idéntica naturaleza y se componen de sonidos graves. El pequeño ser que se está formando (igual que el cachorro de un animal) se ha adaptado a la agresividad de ese ambiente sonoro cortando la recepción de las bajas frecuencias. Sólo empieza a oír a partir de los 2.000 Hertz.

El cerebro se protege. No deja que le molesten y realiza un «escotoma» a nivel de la audición. Vivir en un útero sin esa condición sería absolutamente insoportable, imposible. Esta posibilidad que tiene el oído de cerrarse a ciertas frecuencias es sorprendente. Sin embargo, es una de sus actividades corrientes, ya que también sirve —a veces por desgracia— para no escuchar. He aquí un ejemplo.

Hipnosis

Un día, unos ingenieros de la Electricité de France me encargaron el test auditivo de unos obreros que trabajaban en condiciones acústicas espantosas. En su taller había unos alternadores que producían electricidad para el metro de París con un ruido capaz de cortarle a uno el cerebro en pedazos. Pero lo que más me sorprendió al llegar fue encontrar a un hombre que en medio de aquel barullo estremecedor estaba instalado tranquilamente en una mesa revisando el correo. Pensé que aquel hombre debía estar sordo como una tapia y decidí examinarlo en el acto. Sorpresa: oía normalmente todas las frecuencias menos la que correspondía al ruido de la maquina. Había un escotoma a los 2.000 Hertz. Me pregunte si su cerebro no había eliminado esa percepción para poder vivir tranquilamente. Los que viven cerca de una vía ferroviaria por encima del metro raramente oyen pasar el tren. Una especie de reloj cerebral corta el ruido en ese momento. ¡De hecho, lo que más sorprende en estos casos es cuando el tren no pasa!

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