Hitchcock, sus rubias sofisticadas (Grace Kelly, Kim Novak…) y las películas que rodó con ellas; Hitchcock y el sexo; Hitchcock y la dimensión erotómana de su cine; Hitchcock como un Barba Azul de cuento; Hitchcock el Maestro. A ratos deliciosamente perversas, y con teorías atrevidas pero muy atractivas, estas páginas de Serge Koster abordan, con conocimiento de causa y brío literario, los temas que intrigan a los amantes del cine y excitan también la curiosidad de los espectadores novatos. Y están tan llenas de su amor de fan por los personajes como por las personas: la Grace Kelly de La ventana indiscreta, la Kim Novak de Vértigo, la ladrona Marnie interpretada por Tippi Hedren…
Voyeurismo, fascinación, diálogos llenos de dobles sentidos: la cara B de un Hitchcock no tan oculto aparece aquí como en sus películas: siempre casi escondiéndose y a la vez mostrándose; el adorador de ídolos femeninos que coloca en un altar a sus actrices para luego, en muchos casos, derrumbar con sólo un gesto ese mismo altar; el genio de las contradicciones.
Narración y ensayo, diario de lecturas y películas, de placeres y vicios (a veces la misma cosa), Serge Koster, siempre entre la erudición y la divulgación, propone a los lectores, con una prosa llena de hallazgos líricos y también, ¿por qué no decirlo así?, «psicológicos», una estupenda conversación que recuerda a la ya mítica entre François Truffaut y el propio Alfred Hitchcock, sólo que ahora, al abrir este libro, seremos nosotros mismos quienes nos convertiremos en contertulios de Serge Koster, para aprender de él y para debatir con él.
Serge Koster
Las fascinantes rubias
de Alfred Hitchcock
ePub r1.1
Titivillus 13.02.16
Título original: Les blondes flashantes d’Alfred Hitchcock
Serge Koster, 2015
Traducción: Manuel Arranz
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
A Geneviève.
SERGE KOSTER nació en París en 1940. «Homme de lettres», como suele decirse, ha sido profesor de literatura y colaborador de distintos medios (incluyendo Apostrophes de Bernard Pivot, los programas radiofónicos de France Culture, la revista La Quinzaine littéraire o el diario Le Monde). Buen conocedor de la obra de Chamfort, Racine, Voltaire, Rousseau, Proust, Léautaud o Tournier, ha publicado ensayos como Sérénité du dédain (2000), Pluie d’or . Pour une théorie liquide du plaisir (2001), Je ne mourrai pas tout entier (2012), Mes brouilles (2014) o Montaigne sans rendez-vous (2015). Entre sus novelas cabe destacar Une histoire qui ne finira jamais (1978), Une femme de si près tenue (1985), À celle qui écoute (1994) o Le commerce des corps (2005), entre otras.
Notas
[1] François Truffaut, El cine según Hitchcock, trad. Ramón G. Redondo, Madrid, Alianza Editorial, 1974, p. 195. Hay edición posterior en otro sello: Hitchcock-Truffaut: Edición definitiva, Akal, 1991.
[*] En el original en francés está escrito «font rimer texte et sexe». La traducción española de «hacen que texto rime con sexo» no tiene la lógica («texto» no rima con «sexo») que sí posee la lengua original, ya que tanto en «texte» como en «sexe» la «e» final no se pronuncia y el sonido de la segunda «t» (última sílaba) en «texte» es muy opaco y relajado, por lo que el autor puede afirmar que hay rima entre los dos vocablos. (N. del E. D.)
[2] James Joyce, Cartas de amor a Nora Barnacle, trad. Felipe Rúa Nova, El Aleph, 2000, pp. 121-122 .
[3] En el original hay un juego de palabras: Faire une toile significa popularmente ir a ver una película, en alusión a la pantalla del cine. (N. del T.)
[4]Arrières y dessous, equívoco juego de palabras que alude tanto a los traseros y la ropa interior de las estrellas como a lo que oculta la pantalla, (N. del T.)
[5]Escópica, término usado en Psicoanálisis con el significado de «visual» o «mediante la mirada», (N. del T.)
[6]Cherchez le sexe. El autor juega aquí con la expresión francesa Cherchez la femme, literalmente «busca a la mujer», para significar que siempre que el hombre tiene una conducta inexplicable, hay una mujer por medio, (N. del T.)
Cuando abordo cuestiones sexuales en la pantalla, no olvido que, también ahí, el suspense lo es todo. Si el sexo es demasiado escandaloso y demasiado evidente, se acabó el suspense. ¿Por qué razón elijo actrices rubias y sofisticadas? Buscamos mujeres de mundo, verdaderas damas que se transformarán en «putas» en el dormitorio.
François Truffaut, El cine según Hitchcock
PREFACIO
EL DESEO SEGÚN HITCHCOCK
No, ellas no han cambiado.
Sí, siempre son las mismas.
Estrellas de la pantalla, sólo existen para ser vistas una y otra vez, estrellas que brillan para deleitarnos, para deslumbrar nuestros sueños, estrellas cuyo «fundamento» es la carne que no se ve.
Vamos a estar en compañía de algunas de las criaturas del Maestro. Ancianas o difuntas, hoy las actrices que las encarnaron para poblar nuestra mitología no son más que las evanescentes presencias de nuestra máquina fantasmática. La película es la que pone la máquina en movimiento, y nos sobresalta. Si el cine hollywoodiense creó las estrellas de los años treinta, me parece incuestionable que fue Alfred Hitchcock uno de los que más contribuyó a darles una dimensión mítica, cuya proyección se mide por contraste con el mediocre estatus de artista al que el cine actual reduce a sus protagonistas más notorias, independientemente de la calidad de las películas, obligadas como están a frecuentar los estudios, los platós de las televisiones, que las utilizan para vender sus intercambiables servicios. Como si (hipótesis provisional) el lenguaje televisivo hubiese contaminado y limitado los códigos del séptimo arte.
Por mucho que el Festival de Cannes despliegue sus fastos promocionales, orquestados por comentaristas charlatanes y redundantes, contemplo la subida de la escalinata como si fuera una feria, una farsa, donde incluso las mujeres más bellas (pongamos al azar: Catherine Deneuve tomando El último metro, Nicole Kidman bajo el influjo onírico en Eyes Wide Shut) se limitan a desfilar en beneficio de los eslóganes publicitarios que mantienen las firmas de las cadenas de producción. Los mitos chocan contra el duro muro del «cálculo egoísta».
Voy a hablar ahora de una obra menor de Alfred Hitchcock (que él mismo califica como «una historia ligera»), Atrapa a un ladrón (To Catch a Thief), cuya intriga se desarrolla en la Costa Azul, entre personas ricas como las que aparecerán a partir de entonces en los magazines «del corazón», recordándonos así la atmósfera de fiesta de la manifestación cannesa y de sus avatares televisivos. Entre la cámara y el espectador aparece la heroína de la ficción, famosa secuencia en la que Grace Kelly, en el umbral de la puerta de la habitación del hotel donde se hospeda, prodiga de repente un beso milagroso a su