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Alfred Loisy - El nacimiento del cristianismo

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Alfred Loisy El nacimiento del cristianismo
  • Libro:
    El nacimiento del cristianismo
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1933
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El nacimiento del cristianismo: resumen, descripción y anotación

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L. DUCHESNE, Histoire ancienne de l’Eglise, I 1906. — El autor dejó fuera del cuadro y deliberadamente la carrera de Jesús.

B. W. BACON, The fourth Gospel in research and debate (21918). — The Story of the Jews and the beginnings of the Church, 1926. — Studies in Mathew, 1930.

R. BULTMANN, Die geschichte der synoptischen Tradition, 1921.

W. BOUSSET, Kyrios Christos, 11913, 21921.

C. CLEMEN, Paulus, seine Leben und Widken, 1904. M Religionsgeschichtliche Erklärung des Neuen Testaments. 21929.

F. CUMONT, Les religions orientales dans le paganisme romain 41929.

M. GOGUEL, Introduction au Nouveau Testament (I-V 1923 ss). — Jesús de Nazareth, 1925. — Juan Bautista, 1928. — La vie de Jesús 1932.

C. GUIGNEBERT, Manuel d’histoire ancienne du christianisme, 1906. — Le Christianisme antique 1921. — Jesús, 1933.

A. HARNACK, Geschichte der altchristlichen Literatur, 1893, 1897, 1904. — Mission und Ausbreitung des Christentums in die drei ersten Jahrhunderten 21906. — Beitrage zur Einleitung in das Neue Testament, I VI, 1906-1914.

E. HENNECKE, Handbuch zu den neutestamentlichen Apokryphen, 1904. — Neutestamentliche Apokryphen 21923-1924.

A. JÜLICHER, Einleitung in das Neue Testament 71931. — Die Gleichnisrede Jesu, 21902.

M. J. LAGRANGE, Evangile selon saint Matthieu 31927. — Evangile selon saint Marc 41929. —Evangile selon saint Luc 1921. — Evangile selon saint Jean, 1925.

H. LIETZMAN, Handbuch zum Neuen Testament 2-31926-1932. — Geschichte der alten Kirche, I, Die Anfänge, 1932.

E. MEYER, Ursprung and Anfänge des Christentums 1921 1923.

E. NORDEN, Agnostos Theos, 1913. — Die Geburt des Kindes, 1923.

R. REITZENSTEIN, Die hellenistischen Mysterienreligionen 21920.

A. SCHWEITZER, Geschichte der Leben Jesu Forschung, 1913-1926. — Geschichte der paulinischen Forschung, 1911.

B. H. STREETER, The four Gospels, 1924. — The primitive Church, 1929.

J. WEISS, Das Urchristentum, 1914-1917.

J. WEISS, W. BOUSSET y W. HEITMULLER, Die Schriften des Neuen Testaments neu überzetzt und für die Gegenwart erklärt 31917-1918.

J. WELLUAUSEN, Einleitung in die drei ersten Evangelien, 21911. Das Evangelium Matthaei, 21914. — Das Evangelium Marci, 1909. — Das Evangelium Lucae, 1904. — Das Evangelium Johannis, 1908.

P. WENLAND, Die Urchristlichen Literaturforme, 31912.

PREFACIO

El presente estudio sobre los orígenes del cristianismo debe considerarse continuación del que anteriormente publicó el autor sobre la religión de Israel, circunstancia que hace innecesaria una nueva introducción. También hemos editado una traducción completa del Nuevo Testamento, que contiene en cierto modo la documentación y las piezas justificativas de esta síntesis, al mismo tiempo que la completa al colocar en su lugar original los escritos neotestamentarios y demás fuentes de la primitiva historia cristiana.

Cae de su peso que una síntesis de este género no puede ser sino un ensayo, en relación dentro de lo que sea posible, con el estado actual de la ciencia, y que en realidad no pretende presentar la definitiva solución de todos los problemas que plantea el nacimiento del cristianismo: el carácter de los escritos evangélicos y de las Epístolas atribuidas al apóstol San Pablo, la evolución del cristianismo desde su punto de partida en el judaísmo hasta el primer cuarto del siglo segundo, tiempos en que la Iglesia se nos muestra constituyéndose, contra el desborde de los sistemas gnósticos, sobre la base de una pretendida tradición apostólica, de la cual se considera testimonio auténtico al Nuevo Testamento, pretendiéndose que el intérprete o guardián de éste, sea el episcopado llamado católico.

El autor del presente libro confiesa con humildad no haber llegado a descubrir todavía que Jesús no haya existido. Siguen pareciéndole frágiles las brillantes conjeturas mediante las cuales algunos han querido, en estos últimos tiempos, llegar a explicar el cristianismo prescindiendo de aquél a quien el mismo cristianismo considera su fundador. Estas conjeturas provienen, en general, de personas que llegaron a último momento al problema de Jesús, y que no estudiaron antes con la debida detención la historia de la religión de Israel y la del cristianismo. La inexistencia de Jesús es para ellos parte de un sistema filosófico, a menos que proceda de una intención polémica, declarada unas veces y otras velada con discreción. Dupuis vio, hace tiempo, un mito solar en el Cristo; Bruno Bauer y la escuela holandesa —salvo Van Manem, sin embargo—, una simple creación del alegorismo alejandrino; por otra parte es lo mismo que han hecho W. B. Smith, Drews, Robertson. Entre nosotros P. L. Couchoud han seguido caminos bastante particulares, postulando Couchoud un mito precristiano de Iahvé sufriente (!) que una visión de Simón Pedro habría transformado en religión viva; Dujardin, un culto precristiano de Jesús, con crucifixión ficticia de un individuo que desempeñaba el papel de Dios: la última celebración de tal simulacro daría al cristianismo su origen y la fecha de su nacimiento.

Estas hipótesis padecen del defecto común de estar construidas en el aire y de no explicar de ninguna manera el nacimiento del cristianismo. Porque lo cierto es que la parte del mito en la tradición cristiana no puede discutirse y era inevitable en los orígenes del movimiento cristiano, pero los testimonios relativos al acontecimiento cristiano no desaparecen por completo en un mito, y el suceso cristiano en sí no es un mito. El mito mesiánico produjo a Jesús, pero Jesús y el mito originaron el cristianismo: el mito propiamente cristiano de Jesús no existió propiamente antes del cristianismo, sino que se forma en el mismo cristianismo, coincidiendo con la gloria de Jesús. El mito cristiano de la salvación fue en cierto modo inaugurado por el mismo Jesús y fue elaborado por el cristianismo de los primeros tiempos. En el estado actual de testimonios y hechos, la hipótesis mítica simplifica indebidamente el problema de los orígenes primeros del cristianismo, obscureciéndolo en lugar de aclararlo.

Por lo demás, es cierto que los testimonios antiguos no permiten reconstruir con certidumbre completa la fisonomía de Jesús, su obra propia, la significación y las circunstancias principales de su carrera. Es muy verosímil que Jesús haya sido uno de los numerosos agitadores y entusiastas que aparecieron en Judea entre los años seis y setenta de nuestra era: que su aparición deba colocarse hacia la mitad de este período o más bien hacia el comienzo del segundo tercio, y que esa aparición haya tenido, de una manera u otra, un carácter mesiánico; que Jesús haya sido crucificado, como pretendido Mesías por sentencia del procurador Poncio Pilatos. Nada es más verosímil, decíamos, o mejor explicado: es imposible comprender el movimiento cristiano si se suprime este comienzo, que ningún argumento consistente autoriza a eliminar y que nada puede reemplazar. ¿Cuál era, empero, la idea que Jesús tenía de su misión, si es que tenía alguna precisa? ¿Qué esperaba, qué quería? ¿Qué era lo que anunciaba y por qué delito especial fue condenado a muerte? ¿Cómo se agruparon en torno a él sus sectarios y cómo luego de su fallecimiento se convencieron de que estaba siempre vivo, inmortal, poderoso y glorioso junto a Dios? ¿Cómo se transformó el Cristo Jesús en el Dios salvador Jesús? Los testimonios no permiten decirlo con toda certidumbre en el detalle. Y bien pudiera ser que las hipótesis más brillantes que se han propuesto a este respecto no fueran las más seguras.

La tradición que nos conservó el recuerdo de Jesús estuvo lejos, desde sus orígenes, de ser una tradición histórica: desde el primer momento fue una tradición de fe y casi al mismo tiempo de culto, que irá siempre en progresión y desarrollo hasta la entera apoteosis de su objeto. En una palabra, el recuerdo se transfiguró en la fe y la adoración. Hablando con propiedad, los Evangelios no pueden considerarse documentos de historia; son catecismos litúrgicos: contienen la leyenda del culto del Señor Jesucristo, y no anuncian ningún otro contenido, no reivindican otra cualidad. Inclusive la enseñanza que se atribuyó a Jesús fue construida, en su mayor parte, para las necesidades de la propaganda cristiana, para la edificación de las primeras comunidades, e inclusive (sobre todo en el cuarto Evangelio) para la elaboración de una teoría mística de la salvación por Jesucristo. Es imposible jactarse de conocer con entera nitidez, detrás de todo este trabajo de la fe, los rasgos reales de Jesús, su acción propia, las circunstancias particulares de su predicación y de su muerte. Lo que alcanza directamente el historiador es la fe de las primeras generaciones cristianas y la intensidad de su devoción a Jesús salvador.

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