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Lauren F. Winner - Sexo verdadero: La castidad al desnudo

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  • Libro:
    Sexo verdadero: La castidad al desnudo
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  • Editor:
    Editorial Desafío
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    2021
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Sexo verdadero: La castidad al desnudo: resumen, descripción y anotación

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Hemos dicho que la castidad prematrimonial nos importa mucho, pero de alguna forma las herramientas que damos a la gente para vivirla no está funcionando como lo desearíamos. Las comunidades cristianas no son inmunes a esta revolución sexual. Ahora tenemos una herramienta que podemos entregar con confianza a las personas que la necesiten ya sea pastores, líderes o servidores y que tengan argumentos para enfrentar este problema.

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Sexo verdadero la castidad al desnudo por Lauren F Winner 2009 Todos los - photo 1

Sexo verdadero, la castidad al desnudo por Lauren F. Winner

©2009 Todos los derechos de esta edición en español reservados por Asociación Editorial Buena Semilla.

Originalmente publicado en inglés con el título “Real Sex: the naked truth about chastity” por Lauren F. Winner. Derechos reservados ©2005 por Lauren F. Winner. Publicado por Baker Publishing Group, P.O. Box 6287 Grand Rapids, Ml 49516, USA.

A menos que se indique lo contrario, las citas bíblicas son tomadas de la “Nueva Versión Internacional ©1999 por la Sociedad Bíblica Internacional.

Prohibida la reproducción total o parcial por sistemas de impresión, fotocopia, audiovisuales, grabaciones o cualquier medio, menos citas breves, sin permiso por escrito del editor.

Traducción: Grace Morillo

Diagramación: tribucreativos.com

Conversión digital: tribucreativos.com

Foto cubierta: © Tatjana Strelkova I Dreamstime.com

Publicado y Distribuido por Editorial Desafío

Cra. 28a No. 64a-34, Bogotá, Colombia

Tel. (571)630 0100

libreriadesafio.com

Categoría: Vida Cristiana/Sexualidad

ISBN: 978-958-737-006-5

Este libro está dedicado a la comunidad de
Christ Episcopal Church en Charlottesville, Virginia, Estados Unidos

Castidad, s. [F. chastet[‘e], fr. L. castitas, fr. castus.]El estado de ser casto; pureza corporal; libertad de relaciones sexuales ilícitas.

— www.dictionary.com

La castidad es la más impopular de las virtudes cristianas.

— C.S. Lewis

Contenido

Confesiones impúdicas

O, ¿Por qué necesitamos otro libro acerca del sexo?

La confesión es una forma romántica, precisamente porque presupone que el pecado sigue siendo posible.

- Stacey D’Erasmo

Castidad: Es una palabra con evidente tinte eclesial. Es una de las palabras que utiliza la iglesia para llamar a los cristianos a hacer algo difícil e inpopular. Es una palabra que puede irritarnos, y es el tema de este pequeño libro.

La castidad es una de las muchas prácticas de los cristianos que está en conflicto con los dictados de la cultura secular circundante. Desafía las películas que vemos, las revistas que leemos, las canciones que escuchamos. Va en contra-vía de la forma en que muchos de nuestros amigos organizan su vida. A la mayoría de personas de la sociedad secular, la práctica de la castidad les parece curiosa (en el mejor de los casos), extraña, anticuada, reprimida.

La castidad es algo que los cristianos también debemos aprender. Yo tuve que aprender la castidad porque me convertí a la fe cristiana siendo ya adulta, después de que mis expectativas y hábitos sexuales estaban parcialmente formados. Pero incluso muchos de los que crecen en hogares cristianos, se forman en centros educativos cristianos y tienen amigos cristianos —aún los cristianos de cuna— a menudo necesitan aprender la castidad, dado que tantos aspectos de la sociedad contemporánea se encuentran gobernados por presupuestos inmorales.

No soy experta en castidad. No soy teóloga ni miembro del clero. Soy solamente una compañera de camino. Lo que verán a continuación no es más ni menos que la reflexión de una persona sobre el proceso de aprender a practicar la castidad. No ofrezco instrucciones ni reglas estrictas. En cambio, ofrezco un ejemplo fallido, algunas sugerencias, ciertas reflexiones sobre lo que sirve y lo que no sirve, y un recordatorio del porqué, como cristianos, debería importarnos la castidad.

Un viaje autobiográfico

Mi propio recorrido con la castidad no es algo de lo cual me enorgullezca. Tuve mi primera relación sexual a los quince años, con un chico que conocí en un campamento de verano. Fuimos novios durante tres meses, tuvimos relaciones sexuales, pero gradualmente nuestra relación se disolvió —él se fue a la universidad; nos escribíamos ocasionalmente, pero las ilusiones se esfumaron. Un año después, yo también ingresé a la universidad. Y, aunque pertenecía a una comunidad Judía practicante, seguía manteniendo relaciones sexuales. Durante mi primer año, fui novia de un hombre deslumbrante (parecía un modelo), y tuvimos relaciones sexuales varias veces. Luego comencé un romance con el que ahora considero fue “mi novio de universidad,” y también tuvimos relaciones sexuales. Este comportamiento no era aprobado por mi comunidad Judía, así que lo mantenía oculto. No tenía aprobación, pero pude mantenerlo en secreto, y así logré evitar la censura.

Y luego, hacia el final de mi carrera en la universidad comencé a explorar el cristianismo. Visitaba iglesias, leía el Libro de Oración Común, leía novelas cristianas. (En una de estas novelas, la segunda de la serie de Mitford por Jan Karon, la autora aclara que los personajes solteros de la novela se abstienen de las relaciones sexuales). “Como nunca lo hablamos, quiero decir que, cuando de amor se trata, realmente creo que hay que hacer las cosas de la forma tradicional,” le dice Cynthia, una mujer cincuentona y divorciada a su novio, un ministro Episcopal. “Te amo tiernamente y quiero que todo sea correcto, sencillo y bueno, y sí, que agrade a Dios. Es por esto que estoy dispuesta a esperar para tener el tipo de intimidad que la mayoría de personas buscan tener tan pronto como se han dado la mano.”

“¡Que pintoresco!” pensé, “¡La abstinencia! ¡Entre miembros de la asociación de pensionados!”

Al graduarme de la Universidad y mudarme de Nueva York a Inglaterra para adelantar estudios de postgrado, empecé a tomar muy en serio al cristianismo y a Jesús. Para ese entonces, iba a la iglesia con regularidad, le oraba a Jesús y pensaba en Él cuando caminaba por la calle, creyendo, con una certeza que me asombraba, que Él era quien decía ser, esto es, Dios. Hice algunas de las cosas que debía hacer alguien que cree que Jesucristo es Dios. Me bauticé, empecé a pasar largas horas con otros cristianos. Leía los Evangelios. Oraba por medio de los Salmos. Llevaba una cruz de plata, proclamando a todos los que me veían que yo era parte de esa tribu que era leal a Jesús. Yo sabía que me estaba enamorando de este Carpintero que había muerto por mis pecados.

Pero había otras cosas que uno esperaría que una cristiana hiciera y yo no las hacía. (Uno podría esperar que una cristiana que había sido judía practicante, y por lo tanto estaba acostumbrada a la disciplina, al rigor y la autoridad religiosa, hiciera estas cosas, pero yo todavía no las hacía). No renuncié al sexo. No daba mi diezmo. No disfrutaba de la Iglesia el domingo en la mañana; casi siempre, tenía que apretar los dientes, apagar la alarma, y arrastrarme a la iglesia.

Sabía que el cristianismo no miraba el sexo prematrimonial con agrado, aunque no sabía mucho sobre el origen de las enseñanzas cristianas acerca del sexo. Había leído las cartas de Pablo, pero, a decir verdad, no estaba del todo segura de lo que significaba “fornicación”, ni de cuánta flexibilidad podía yo tener al interpretarla. De hecho, nunca había escuchado la palabra “fornicación” antes de leer el Nuevo Testamento —obviamente no era parte del lenguaje común entre los estudiantes de postgrado de la Universidad de Cambridge. Sabía que tenía algo que ver con el sexo ilícito, pero no estaba segura de lo que involucraba el sexo ilícito. También, existía el problema de las traducciones —lo que aparecía como “fornicación” en algunas biblias se presentaba con palabras aún menos definidas como “inmoralidad sexual” en otras versiones, lo cual me dejaba con la sensación de que el Dios cristiano sí se interesaba por cómo su gente ordenaba su vida sexual.

Claro que no habría sido demasiado difícil obtener mayor claridad sobre este asunto del sexo. Habría podido buscar “fornicación” en el diccionario. O, pude haber leído los muchos libros escritos para ayudar a uno de tantos nuevos cristianos, semejantes a mí, a descifrar los principios básicos de la vida cristiana. No lo hice por dos motivos. Primero, el sexo no estaba en mi radar, pues no había conocido a nadie con quien ir a cine y mucho menos con quien acostarme. En segundo lugar, posiblemente la razón de fondo, era que realmente no quería tener mayor claridad acerca de la ética sexual cristiana, porque yo quería, si surgía la oportunidad, dejar abierta la opción de tener relaciones sexuales.

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