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Sinopsis
La jerarquía que decía predicar el amor y atizaba la guerra, el pastor amanerado en cruzada contra la homosexualidad, los custodios de la castidad entregados al abuso intramuros de la escuela o del monasterio; es decir, la doble moral sexual y de costumbres de la Iglesia católica es el asunto central de estas elegantes y agudas reflexiones de Fernando Delgado.
El autor comenta la vida de los últimos papas, del incansable y tosco Juan Pablo, del presumido Benedicto, del esperanzador Francisco. Una obra tan concisa como intensa, justiciera y reflexiva, que Delgado cierra rescatando su registro poético para recordar a tres amigos ausentes: Gloria Fuertes, Terenci Moix y Pedro Zerolo.
TODO LO QUE NECESITA SER DICHO
El amor libre y devoto
Fernando Delgado
A Pedro Zerolo, que jamás perdió la memoria y la cultivó. Elías Canetti, igual que Pedro, decía él cuando quería decir yo . Y a cambio decía siempre yo cuando quería decir tú .
Pero si no pueden contenerse, cásense, pues es mejor casarse que abrasarse.
S AN A GUSTÍN
Empiezo a creer que todo acto sexual es un proceso en el que participan cuatro personas. Tenemos que discutir en detalle ese problema.
S IGMUND F REUD
El embustero ha de poseer buena memoria.
Q UINTILIANO
[L]a memoria, como un obrero que trabaja para asentar cimientos duraderos en medio de las olas.
M ARCEL P ROUST
Yo creo en Dios, pero pienso que Él no me tiene en cuenta.
F . D .
Introducción
Compañeros de viaje
¿Cómo el mismo hombre decente puede convertirse a un sistema religioso que hizo amistad con Franco en España, y sigue haciéndola, que nunca en la historia del mundo se ha negado a hacer amistad con ningún bribón que esté dispuesto a proteger y enriquecer a la Iglesia?
R AYMOND C HANDLER
Estoy acostumbrado a situarme en tierra de nadie desde que en los tiempos de universidad más tempranos unos amigos comunistas, con los que colaboraba ingenuamente a derrocar a Franco, me llamaron socialdemócrata de mierda. No sabía bien todavía lo que era un socialdemócrata, pero intuí que se trataba, más o menos, de un hombre de izquierdas un poco más fino y menos dogmático que aquellos compañeros de batalla.
Tampoco sé ahora bien lo que es un socialdemócrata, porque suele ser cosa bien distinta en unos gobernantes u otros y según el sitio: ni Schröder ni Blair me gustaron nunca, como seguramente se advertirá en estas páginas. De modo que me alegro de que mi dependencia de unas ideas de izquierda democrática no acaben con mi autonomía crítica ni me sitúen bajo otra bandera roja que no sea simplemente roja y bajo la cual no se encuentren determinados modelos.
En este libro, hubiera preferido ignorar a quienes no estimo, pero puesto que hemos de sufrir también a los que no queremos, y ellos a veces se gozan en su propia caricatura, a este mirón que escribe no le queda más remedio que dejar constancia de cómo los vio y agradecerles las ocasiones de risa que le han dado.
No vio el mirón todo, ni mucho menos, lo que ocurrió en estos años, y algunas de las cosas que vio se las calla para mejor ocasión. Además, no tiene claro haber visto siempre con certidumbres, solo faltaba esa arrogancia, pero las incertidumbres también deben encontrar espacio en el diario de quien confiesa no haber estado seguro nunca de que lo visto por él sea realmente lo que parece. Ni siquiera está seguro, como se ve, de que esto sea un diario, porque en realidad no lo es. Tampoco me detuve siempre en lo más importante ni en lo que algunos puedan tener por eso: no he querido hacer una minuciosa crónica periodística de este tiempo, ni atender a su convencional jerarquía, sino construir el diario de un mirón con sencillas pinceladas en las que, insisto, las políticas son las menos, y la vida, la que más espacio ocupa. Que es mucha cosa, poca o poquísima: depende de quien escriba el diario, por supuesto, y también, naturalmente, de quien lo lea. Yo, por mi parte, seguiré mirando con curiosidad y no siempre con placer. Con lo que este libro quizá solo sea el principio de un largo diario, que tampoco lo es, aunque comienza aquí y pone en su última página no un punto final, sino un punto y seguido.
La originalidad expresiva sorprende siempre. Y en el periodismo parece que nos preocupe, sobre todo, tener algo que contar y contarlo rápido más que cómo contarlo. En la sociedad de la ignorancia se confunde con frecuencia literatura con farfolla en lugar de con palabra precisa; se entiende por periodismo la comunicación útil, y por literatura, el texto prescindible o de lujo.
Todo eso aleja al periodismo de su condición de género literario de nuestro tiempo y lo pone al servicio del ruido de la comunicación más que al servicio de la observación de la realidad. Porque quizá eso sí que de verdad establezca fronteras entre periodismo y literatura: el escritor puede confesarse, el periodista es un servidor a través del cual la sociedad se confiesa o se revela. Y en la transmisión de esa realidad es en lo que creo que hay que ser más cautos. No tanto quizá para decir la verdad, de cuya posesión nunca podemos estar seguros, como para aproximarnos a ella honestamente. Y digo honestamente porque en la objetividad no creo, y sí en la honestidad con que un periodista ha de tratar de alcanzarla.
Pero el peligro no está a mi parecer en desechar el sueño o la quimera, donde hay tanta verdad, como en no dar por cierto todo lo que parece.
Y yo no creo que el periodismo sea el mejor oficio del mundo; no. Lo que sí me aventuro a asegurar es que cuando Gabriel García Márquez dijo eso pensaba en el oficio de la escritura sin establecer dicotomías entre literatura y periodismo. Nadie como él para decirlo. Y lo que sí sé es que el buen periodismo está lleno de la mejor literatura y que la literatura está invadida por el mejor periodismo. Por eso, los que nos dedicamos a una cosa y a la otra hemos tenido que escuchar tantas veces esta pregunta: ¿escritor o periodista? O lo que es lo mismo: ¿a quién quiere usted más: a papá o a mamá? Nos repiten la pregunta con insolente frecuencia y nosotros la recibimos con una resignación similar a la que se nos imponía cuando las que preguntaban eran las amigas de nuestras madres. A veces contesta uno, como entonces, que lo mismo a los dos, que el periodismo me ha dado esto y la literatura lo otro.