Siglo XXI
Paul Strathern
Tolstói
en 90 minutos
Traducción: Sandra Chaparro Martínez
Alguien dijo en una ocasión que las novelas de Tolstói no eran arte, sino fragmentos de vida. Considerado uno de los mejores novelistas de todos los tiempos, Tolstói ocupa un lugar junto a Homero, Dante, Shakespeare y Goethe: el grupo de los cinco mejores escritores de la tradición literaria occidental. Hasta en sus obras maestras, Guerra y paz y Anna Karenina, el profeta que habitaba en Tolstói doblega en ocasiones al magnífico escritor. Pero se le perdona este pequeño defecto, al igual que su enorme ego, gracias a la fuerza de su talento literario y la grandeza de sus ideas. Novelista, genio, anarquista cristiano, sabio, santo y filósofo moral, la vida de Tolstói fue un largo viaje espiritual lleno de sucesos.
En Tolstói en 90 minutos, Paul Strathern nos ofrece un relato tan conciso como experto sobre la vida y obra de Leo Tolstói, explicando su influencia sobre la literatura y la lucha de la humanidad por entender su lugar en el mundo. El libro incluye asimismo una cronología de su vida y época, así como lecturas recomendadas para quienes quieran saber más.
«90 minutos» es una colección compuesta por breves e iluminadoras introducciones a los más destacados filósofos, científicos y literatos de todos los tiempos. De lectura amena y accesible, permiten a cualquier lector interesado adentrarse tanto en el pensamiento, los descubrimientos y la obra de cada figura analizada como en su influencia posterior en el curso de la historia.
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RAG
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Título original
Tolstoi in 90 minutes
© Paul Strathern, 2006
© Siglo XXI de España Editores, S. A., 2017
para lengua española
Sector Foresta, 1
28760 Tres Cantos
Madrid - España
Tel.: 918 061 996
Fax: 918 044 028
www.sigloxxieditores.com
ISBN: 978-84-323-1852-8
Introducción
Se suele decir que Homero, Dante, Shakespeare, Goethe y Tolstói son los cinco mejores escritores de la tradición literaria occidental. De entre ellos, Tolstói es el más autobiográfico y el más moderno, lo que significa que sabemos mucho más sobre él que sobre los demás. El retrato que obtenemos es el de un individuo realmente peculiar, y eso nos hace sospechar que tal vez los otros cuatro también fueran menos corrientes de lo que indican las descripciones que nos ha legado la tradición.
Puede que Tolstói tuviera un gran talento, pero siempre fue de la mano de un ego igualmente grande. Eso no significa que fuera presuntuoso; todo lo contrario, procuraba ser humilde, a pesar de que la humildad era totalmente ajena a su naturaleza. Tolstói tenía un ego dominante. Decía a todo el mundo lo que debía hacer, creer y, en último término, de qué iba la vida en general.
En sus primeras obras apenas podía ocultar este rasgo de carácter. Luego logró controlar su ego gracias a un gran talento. En ocasiones, el viejo profeta del Viejo Testamento que habitaba en él se apodera del soberbio escritor, incluso en algunas de sus obras maestras como Guerra y paz y Anna Karenina, pero si uno es capaz de apreciar el esplendor de su talento literario, le perdona todo. Se podría decir que es un rasgo de su naturaleza, tal vez uno imprescindible. Puede que un artista con una visión tan amplia no tenga más remedio que dotar a sus obras de un aspecto moral. El desequilibrio, ese intimidante aburrimiento que emerge fugazmente, nos permite apreciar lo difícil que es mantener un equilibrio constante cuando se dispone de tanto talento. Los últimos capítulos de Guerra y paz, en los que la guerra prevalece sobre la paz, merecen al menos algo de justa indignación. Quizá el lector de gusto refinado prefiera una mera descripción de la estupidez y la brutalidad a gran escala para reservarse su juicio, pero Tolstói, en su sabiduría, lo veía de otra manera. Quería proponer su propia teoría de la historia, que parece aceptable en el marco de su obra maestra.
En años posteriores, su ego, lejos de ser un defecto, contribuiría a su talento creativo. Tolstói expresaba opiniones sobre todo y tenía mucho que decir del mundo que le rodeaba, mientras que Rusia, sin duda, precisaba de alguien valiente, que, como nuestro autor, denunciara las colosales injusticias cometidas en su seno. Por entonces, su visión del mundo era la de un santo: la única esperanza para los habitantes de la Santa Rusia era aspirar a la santidad, como él mismo. Su utopía hubiera convertido el país en una tierra de peregrinos semicristianos y sencillos campesinos. No era la idea aberrante de un gran escritor que compadece a las dolientes masas de su nación. Su contemporáneo, Dostoievski, acabó adoptando una visión muy similar en los últimos años de su vida. Lo más extraordinario es que esta visión del mundo se haya mantenido durante el largo y ateo siglo XX , y aún se defienda en nuestro siglo XXI : la solución sugerida por Solzhenitsyn para acabar con los problemas de Rusia se parece sorprendentemente a la de sus grandes predecesores.
Pero no debemos olvidar, que antes de alcanzar este nadir, la vida de Tolstói fue un largo viaje espiritual del que surgieron algunas de las mejores piezas literarias que ha conocido la humanidad.
Vida y obra de Tolstói
León Nikoláievich Tolstói nació el 28 de agosto (9 de septiembre del calendario nuevo) de 1828 en la casa familiar de Yásnaia Poliana, a unos 160 kilómetros al sur de Moscú, en la provincia de Tula. Era el cuarto hijo del conde Nikoláievich Ilich Tolstói, quien pertenecía a una de las principales familias de Rusia, cuyos miembros habían destacado en el cuerpo diplomático. Durante los primeros años del pequeño León hubo muchas muertes y muchas mudanzas en la familia. Su madre, la princesa Volkónskaya, murió antes de que él cumpliera los dos años. La familia se trasladó a Moscú, donde su padre moriría siete años después, tras lo cual estuvo bajo la custodia de su abuela durante algo menos de un año, hasta que ella también falleció. En 1841, Tolstói y sus cuatro hermanos se mudaron a Kazán, una ciudad de provincias situada a unos 800 kilómetros al este de Moscú, donde una tía se ocupó de ellos. A pesar de los traslados y de las muchas muertes que asolaron a la familia durante su infancia, Tolstói la recordaría como un periodo feliz, lleno de las típicas escenas idílicas de la vida de los rusos de clase alta:
Cuando llegamos a los campos de Kalina vimos que el carro ya estaba ahí y colmaba sobradamente nuestras expectativas: un carro tirado por un único caballo con el mayordomo en el pescante. Bajo el heno asomaban un samovar, una cubeta con un molde para helados y otros atractivos fardos y cajas. No había error posible: significaba té al aire libre, con helado y fruta. Expresamos ruidosamente nuestro placer al ver el carro, porque tomar el té en el bosque, sobre el césped, y en general en cualquier lugar donde nunca hubieras tomado té antes, era fantástico.