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Lev Nikoláievich Tolstói - Patriotismo y Gobierno

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Lev Nikoláievich Tolstói Patriotismo y Gobierno

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Luz

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I

Me he expresado varias veces ya en el sentido de que el sentimiento de patriotismo, es, en nuestros tiempos, antinatural, irracional y perjudicial, a la vez que la causa de una gran parte de los males que sufre la humanidad, y que, por consiguiente, este sentimiento no debe cultivarse, como actualmente sucede, sino, por el contrario, suprimirse y desarraigarse por todos los medios al alcance de los hombres racionales. Sin embargo, por extraño que parezca el negar que los armamentos universales y las guerras destructivas que arruinan los pueblos son el fruto exclusivo de este mismo pensamiento, todos mis argumentos demostrando el atraso, el anacronismo y el perjuicio del patriotismo, han sido, y todavía son recibidos, o con el silencio, o con un desentendido intencional, o con la contestación extraña, invariable, de que solamente el mal patriotismo (gingoismo o chauvinismo) es condenable, pero que el buen patriotismo es un sentimiento moral muy elevado, y el condenarlo es, no solamente irracional, sino perverso.

En cuanto a la naturaleza de este patriotismo real y bueno, nada se dice; o si algo se dice, consiste en frases declamatorias, exaltadas en vez de una explicación; en el último caso, con alguna otra cosa se sustituye el patriotismo que todos conocemos, y de cuyos resultados todos sufrimos tan cruelmente.

Se dice generalmente que el patriotismo real y bueno consiste en desear para nuestro pueblo o Estado, todos los beneficios positivos que no restrinjan el bienestar de las otras naciones.

Hablando con un inglés durante la guerra en el Transvaal, le manifestaba que la verdadera causa de la guerra no era la avaricia, como generalmente se dice, sino el patriotismo, como lo prueba la actitud de la sociedad inglesa entera. El inglés no quedó conforme conmigo, y me dijo que, aun suponiendo el caso cierto, resultaría de los hechos que inspira actualmente a los ingleses un mal patriotismo; pero que el buen patriotismo, tal como lo sentía él, consistía en el bueno comportamiento de todos los ingleses, sus compatriotas.

—¿Entonces desea V. que únicamente los ingleses se comporten bien? —pregunté yo.

—«Deseo que así lo hagan todos los hombres» —contestó, demostrando claramente con esta contestación lo que es la característica de los verdaderos beneficios —sean morales, científicos y hasta materiales y prácticos— es decir: que se transmitan a todos los hombres; y, por consiguiente, el desear tales beneficios para alguno, no solamente no es patriotismo, sino que es el reverso de lo patriótico.

Tampoco no consiste el patriotismo en mantener las peculiaridades de cada pueblo; aún cuando ellas hayan sido sustituidas por sus defensores, por la concepción del patriotismo. Dicen que las singularidades que caracterizan a cada pueblo son una condición esencial del progreso humano, y que por consiguiente el patriotismo que trata de mantenerlas es un sentimiento bueno y útil. Pero ¿no resulta evidente que, si bien en tiempos anteriores estas características de cada pueblo —costumbres, creencias, idiomas— eran necesarias para la vida de la humanidad, no es menos cierto que hoy en día constituyen el obstáculo principal para la marcha de lo que reconocemos como ideal, la unión fraternal de todos los pueblos? Y, por consiguiente, el sostenimiento y defensa de cualquier nacionalidad, sea rusa, alemana, francesa o anglo sajona, determina el sostén y defensa correspondiente no sólo de las nacionalidades húngaras, polaca e irlandesa, sino también de la vascongada, provenzal y otras; no sirve para la armonía y unión entre los hombres, sino para apartarlos y dividirlos.

Resulta que el patriotismo real (excluyendo la forma imaginaria), el patriotismo que conocemos todos, que tiene tanta influencia sobre la mayoría de la gente hoy en día, y hace sufrir tanto a la humanidad, no es la aspiración de beneficios espirituales para nuestro pueblo únicamente, sino un sentimiento muy definido, de preferencia para nuestro propio pueblo o Estado sobre todos los otros pueblos o Estados, y por consiguiente encierra el deseo de poder conseguir para dicho pueblo o Estado las mayores ventajas y poder posibles; y esto se consigue solamente a costa de las ventajas y poder de los demás pueblos o Estados.

Parece entonces claro y evidente que el patriotismo, como sentimiento, es malo y perjudicial, y como doctrina es contraproducente. Porque es claro, que si cada pueblo y cada Estado se considera el mejor de los pueblos y Estados, todos viven en una ilusión grosera y perniciosa.

Debería esperarse que lo perjudicial e irracional del patriotismo fuera evidente a todos. Pero es un hecho sorprendente que hombres cultos e ilustrados no solamente lo desconozcan, sino que se opongan a toda exposición de lo dañoso y perjudicial del patriotismo, con el mayor ardor, aun cuando no tengan base racional para hacerlo, y persistan en glorificarlo como benéfico y elevado.

¿Qué significa eso?

Una sola explicación de este hecho sorprendente se me presenta.

Todo el progreso humano, desde los tiempos más remotos hasta nuestros días, puede considerarse como un movimiento de la conciencia, tanto en los individuos como en las colectividades, desde las ideas inferiores hacia las más elevadas. Todo el camino recorrido por los individuos como por las colectividades, puede compararse a una serie de escalones, desde los más bajos, al nivel de la vida animal, hasta los más altos que ha alcanzado la conciencia humana en un momento dado de la historia.

Cada hombre, como cada grupo homogéneo, Nación e Estado, siempre ha subido y sube esta escalera de las ideas. Unos, en la humanidad, siguen avanzando, otros, quedan muy atrás, y otros —la mayoría— evolucionan siempre en una situación media entre los más avanzados y los más atrasados. Pero todos, en cualquier escalón que se hallen, siguen avanzando inevitablemente desde las ideas inferiores hacia las superiores. Y siempre, en cualquier momento, tanto los individuos como los grupos —los más avanzados, los intermedios y los atrasados— quedan en tres diferentes relaciones con los tres grados de ideas, en las cuales evolucionan.

De un lado, para los individuos y para los grupos distintos, están las ideas del pasado, convertidas para ellos en absurdos e imposibles, como, por ejemplo, en nuestro mundo cristiano las ideas del canibalismo, del saqueo universal, el rapto de las mujeres y otras costumbres de las cuales no queda más que el recuerdo; y del otro lado, las ideas del presente, implantadas en la mente de los hombres por la educación, por el ejemplo y por la actividad de todo su ambiente; ideas bajo cuya influencia viven en un tiempo dado; verbigracia, en nuestros días, las ideas de la propiedad, de la organización del Estado, del comercio, el comercio, la utilización de los animales domésticos, etc. Existen además las ideas del futuro, de las cuales algunas se aproximan a su realización y obligan a los individuos a cambiar su método de vivir, y a luchar contra los métodos viejos; tales ideas son en nuestro mundo, aquellas de la emancipación de los trabajadores, de la igualdad de las mujeres, del desuso de la carne, etc. Pero hay otros que no han empezado a luchar todavía contra las formas más antiguas de la vida, aunque están reconocidas, y éstas son, en nuestro tiempo las ideas (que llamamos ideales), de la abolición de la violencia, del sistema comunal de la propiedad, de una religión universal y de una fraternidad general de los hombres.

Por consiguiente, todo hombre y todo grupo homogéneo de hombres, en cualquiera nivel que se hallen, teniendo detrás de ellos las ideas caducas del pasado, y delante las ideas del futuro, están siempre en un estado de lucha entre las ideas moribundas del presente y las ideas del futuro que brotan a la vida. Generalmente sucede que, cuando una idea que ha sido útil y aún necesaria en el pasado, llega a ser superflua, cede el lugar, después de una lucha más o menos prolongada, a otra idea que hasta entonces había sido un ideal, y que de esta manera llega a ser una idea del presente.

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