Siglo XXI
Paul Strathern
Hemingway
en 90 minutos
Traducción: Sandra Chaparro Martínez
La imagen de Hemingway como tipo duro no goza de gran estima en la cultura actual, pero su prosa resulta tan fresca hoy como cuando le convirtió en un revolucionario del estilo a principios del siglo xx . Junto a Fitzgerald y Faulkner parece encarnar algo esencialmente norteamericano: contribuyó a crear una literatura típicamente estadounidense que alcanzó la madurez de golpe. Puede que Norteamérica deba volver a incorporar a su psique la idea de Hemingway de la «gracia bajo presión», la capacidad de enfrentarse al destino con heroica fortaleza.
En Hemingway en 90 minutos Paul Strathern nos ofrece un relato tan conciso como experto sobre la vida y obra de Ernest Hemingway, explicando su influencia sobre la literatura y la lucha de la humanidad por entender su lugar en el mundo. El libro incluye asimismo una cronología de su vida y época, así como lecturas recomendadas para quienes quieran saber más.
«90 minutos» es una colección compuesta por breves e iluminadoras introducciones a los más destacados filósofos, científicos y literatos de todos los tiempos. De lectura amena y accesible, permiten a cualquier lector interesado adentrarse tanto en el pensamiento, los descubrimientos y la obra de cada figura analizada como en su influencia posterior en el curso de la historia.
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RAG
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Título original
Hemingway in 90 minutes
© Paul Strathern, 2005
© Siglo XXI de España Editores, S. A., 2017
para lengua española
Sector Foresta, 1
28760 Tres Cantos
Madrid - España
Tel.: 918 061 996
Fax: 918 044 028
www.sigloxxieditores.com
ISBN: 978-84-323-1850-4
Introducción
A los 18 años Hemingway conducía una ambulancia de la Cruz Roja en el norte de Italia durante la Primera Guerra Mundial. En el verano de 1918 los austriacos lanzaron un ataque para intentar cruzar el río Piave, al norte de Venecia, y los italianos plantaron piezas de artillería pesada en la orilla occidental del río. La Cruz Roja pidió voluntarios para llevar las cantinas de los pueblos cercanos a los frentes. Hemingway se presentó enseguida y lo destinaron al pueblo de Fossalta, que se encontraba bajo asedio y cerca del río.
La noche del 8 de julio hacía calor y no lucía la luna. Ocultándose en la oscuridad, Hemingway cogió su bicicleta y se dispuso a entregar paquetes de cigarrillos, chocolatinas y la última remesa de postales enviadas por las familias a los hombres de las trincheras. Aparcó su bicicleta tras el muro del puesto de mando, se ajustó bien el casco, se agachó y empezó a correr hacia las trincheras por campo abierto. No era la primera vez que Hemingway realizaba entregas en el frente y los italianos se alegraron de verle; su italiano con acento yankee les hacía reír.
Justo después de la medianoche, los austriacos dispararon un proyectil de mortero cargado de metralla hacia las trincheras italianas. Hemingway y los italianos se tensaron al escuchar el delatador sonido del disparo, seguido por el ominoso y repetitivo ruido del proyectil, que recorría el cielo nocturno sobre tierra de nadie dibujando un largo arco y luego descendiendo. El proyectil estalló al impactar. En palabras de Hemingway:
[…] Hubo un fogonazo, como cuando se abre la puerta de un alto horno, y un rugido que empezó siendo blanco y se hizo rojo mientras avanzaba, avanzaba en ráfagas de viento […] El suelo se abrió y ante mi cabeza había un leño astillado. Oí llorar a alguien cuando recibí una sacudida en la cabeza; creí que alguien gritaba.
Cuando recobró la consciencia, Hemingway se arrastró hacia uno de los italianos malheridos. Logró ponerse en pie, aunque tenía metralla en ambas piernas, y echarse al herido sobre los hombros al modo de los bomberos. Luego, quiso arrastrarle los últimos 100 metros que quedaban hasta el puesto de mando. Pero cuando había recorrido la mitad del trayecto se encontró en medio de una ráfaga de metralleta que hirió su rodilla y pie derechos:
Cuando entró la bala de metralleta fue como si una bola de nieve helada me hiciera un corte en la pierna. En todo caso me tumbó, pero me levanté de nuevo y llevé a mi herido al refugio. Al llegar me desmayé.
No recordaba nada de lo ocurrido entre el momento en el que resultó herido por las metralletas y su desvanecimiento al final de su asombroso periplo. Creía haber actuado por puro instinto. Los italianos del puesto de mando estaban convencidos de que iba a morir. Como tenía el uniforme rasgado y empapado en la sangre del hombre al que había ayudado, creyeron que había recibido un balazo en el pecho. Al final le tumbaron en una camilla y lo dejaron en un cobertizo sin tejado junto a otros soldados italianos heridos o agonizantes. Veía a lo alto, en el cielo nocturno, la débil luz de las estrellas y los fuegos artificiales de los morteros explotando. Empezó a rezar convencido de que había llegado su hora.
Poco después concedieron a Hemingway la Medalla de Plata al Valor Militar, una condecoración italiana otorgada a quien
dio vivas muestras de valor y capacidad de sacrificio. Gravemente herido por numerosos pedazos de metralla procedentes de un mortero enemigo, con admirable espíritu fraternal, y antes de ponerse él mismo a salvo, prestó su generosa ayuda a los soldados italianos que habían recibido heridas más graves que la suya en la misma explosión. No permitió que lo trasladaran a otro sitio hasta comprobar que sus compañeros habían sido evacuados.
Existen serias dudas sobre la segunda parte de la hazaña de Hemingway. Con metralla en ambas piernas, ¿cómo hubiera podido llevar a un soldado italiano herido esos 100 metros, sobre todo tras recibir una ráfaga de metralleta? Sin embargo, le concedieron esta distinción por su «generosa ayuda» y su valor altruista basándose, presumiblemente, en el testimonio de algún oficial presente.
También se ha sugerido que Hemingway no recibió ninguna ráfaga de metralleta y que esta parte de la historia es mero ornato. Por otro lado puede que sí hubiera disparos, y que el traspié que diera al notarlo moviera la metralla en su pierna, dando lugar a la sensación de que tenía «una bola de nieve helada» en la rodilla derecha. Nunca lo sabremos con certeza. Sin embargo las pruebas y el carácter del que hizo gala después indican que Hemingway era muy capaz de actos de valor de este tipo. Desafortunadamente también era un gran mentiroso. Nunca le bastaba con un solo acto de valor, siempre tenía que hacer más y mejores cosas que los demás. No resulta sorprendente que la gente empezara a no creer nada de lo que decía.
Poco después de llegar al hospital de Milán Hemingway escribió a casa «para que lo sepáis por mí y no por los periódicos». Menciona expresamente una radiografía que muestra una bala en su rodilla e incluye suficientes detalles médicos como para hacernos pensar que era verdad lo que contaba. Pero hace otras afirmaciones que resultan menos creíbles, como su innecesario anuncio de que «soy el primer norteamericano herido en Italia». (No era verdad y él lo sabía.) En una segunda carta habla de las «227 heridas de metralla que tengo» (de nuevo una exactitud innecesaria). Le embarga una jovial bravuconería y cuenta a su gente: