UNA CRISIS ESPIRITUAL condujo a Tolstói (1828-1910) a un cristianismo sin dogma, basado en el amor y la no resistencia al mal. Siempre comprometido en la búsqueda de un paradigma de justicia, el artista extraería de aquella crisis un ideal de vida —pobreza voluntaria, trabajo manual, ascetismo— que le llevaría, en 1888, a ceder sus posesiones a su familia y, más tarde, los derechos de sus últimas obras al dominio público.
SUBJETIVIDAD Y SED DE VERDAD se dan la mano en este Evangelio abreviado, la traducción de los cuatro evangelios que Tolstói realizó para revelar el verdadero mensaje de Cristo, que, en su opinión, tras mil ochocientos años de manipulaciones y tergiversaciones, la exégesis eclesiástica había ocultado. Por primera vez el lector en español tiene acceso a la que fue, según el escritor ruso, la obra más importante de su vida.
Lev Nikoláievich Tolstói
El Evangelio abreviado
ePub r1.0
Titivillus 06.12.16
Título original: Krátkoye izlozhenie yevánguelia
Lev Nikoláievich Tolstói, 1894
Traducción: Iván García Sala
Introducción: Iván García Sala
Epílogo: Luis M. Valdés Villanueva
Editor digital: Titivillus
Digitalizador: romantug
Corrección de erratas: Titivillus
ePub base r1.2
IVÁN GARCÍA SALA
Introducción
LA CRISIS ESPIRITUAL DE TOLSTÓI
En 1855, durante la defensa de la ciudad de Sevastópol frente al asedio de las tropas inglesas, completamente inmerso en el ambiente militar, dedicando su tiempo libre al juego y a la redacción de sus primeras obras literarias, Juventud y Relatos de Sevastópol, Lev Tolstói escribe en su Diario:
Ayer una conversación sobre lo divino y la fe me llevó hasta una idea grande, inmensa, a cuya realización me siento capaz de consagrar mi vida. Esta idea es la de fundar una nueva religión acorde con el desarrollo de la humanidad: la religión de Cristo pero despojada de la fe y de los misterios, una religión práctica que no prometa la felicidad futura, sino que dé a los hombres la felicidad en la tierra. Actuar conscientemente para la unión de los hombres por medio de la religión, ése es el fundamento de una idea que, espero, me apasionará.
Esta idea, que en el Diario aparece como un fogonazo entre las anotaciones sobre las deudas contraídas en el juego y las reflexiones para perfeccionarse moral e intelectualmente, volverá y se concretará al cabo de veintiún años, después de una profunda crisis espiritual.
Por entonces, a la edad de cincuenta y ocho años, Tolstói ha conseguido los objetivos que se había propuesto en su juventud: la gloria literaria, la prosperidad económica y la felicidad familiar. Pero estos hitos personales no consiguen acallar su preocupación por comprender el sentido de la vida y la muerte y por hallar la verdadera felicidad individual y la de todos los hombres. Estas preocupaciones, que irrumpen por primera vez en su infancia, cuando su hermano Nikolái le cuenta que, en un bastoncillo verde enterrado cerca del camino de Yásnaya Poliana, había escrito el secreto de la felicidad humana, en la primera mitad de su vida se concretarán en acciones y actividades altruistas diversas, inspiradas en los ideales de la Ilustración. Así, en un primer momento, mejora las condiciones de vida de sus siervos, sus casas, sus técnicas agrícolas y les construye y organiza una escuela; más tarde, les propone la libertad. También en distintos periodos de su vida se dedicará con profunda pasión a la pedagogía, enseñando a los niños de su escuela, investigando los métodos pedagógicos europeos y escribiendo tratados y artículos. Para completar su propia formación y ampliar la de sus alumnos estudia griego antiguo, literatura clásica, física, ciencias naturales, astronomía y redacta también artículos de divulgación científica. Sin embargo, a partir de la crisis espiritual que sufre en 1876, el fundamento de su búsqueda interior y de sus acciones altruistas es la religión, terreno que ya no abandonará hasta el final de su vida.
La crisis espiritual de 1876, que lo llevará al borde del suicidio, es desencadenada por el miedo a la muerte, que ya de niño había experimentado vivamente cuando fallecieron sus padres y que en esos momentos se agudiza por la muerte de algunos familiares. Halla la salida a la crisis cuando constata la abnegación y paz con que los muzhiks aceptan la muerte; atribuye esta actitud de los campesinos a su fe religiosa. Para entender esta actitud, vuelve, pues, al redil de los fieles ortodoxos; sin embargo, poco tiempo después, constatando que la Iglesia, en lugar de difundir el verdadero mensaje de Cristo, ha manipulado y tergiversado las palabras evangélicas para construir un edificio ideológico que justifica y propicia las ansias y deseos mundanos, abandona este camino y continúa la búsqueda espiritual siguiendo la ruta que le marca la razón.
Esta ruta incluye el estudio del cristianismo, del judaísmo, del islam, de la filosofía griega clásica y también del taoísmo, el confucianismo y el budismo, cuyos principios le influirán decisivamente; también el aprendizaje del hebreo y del griego para poder leer el texto bíblico en original; el estudio de los Padres de la Iglesia; el contacto y discusión con filósofos, monjes, miembros de sectas diversas, ermitaños, santones y peregrinos. De esta investigación extrae unas constantes éticas y morales universales, que constituyen, según él, la verdad más allá de credos y dogmas, y que son el único camino para hallar el ansiado sentido de la vida y dar la felicidad a los hombres. A partir de estas conclusiones crea, como había intuido y deseado veinte años atrás, una religión, un sistema de pensamiento y forma de vida: el tolstoísmo. La evolución y concreción de todo este proceso se refleja en un amplio conjunto de obras: Mi confesión (empezado en 1879 y publicado en 1882), Crítica de la teología dogmática (1880), Mi religión (1882), Cuál es mi fe (1884), El reino de Dios está en nosotros (1893) y la novela Resurrección (1898), entre otras. Toda esta actividad será seguida de cerca y refutada por la Iglesia, que, finalmente, lo excomulgará en 1901.
Convencido de que las constantes éticas que ha descubierto en las religiones que estudia constituyen también el núcleo de la enseñanza de Cristo, entre 1880 y 1881 hace una personalísima exégesis de los Evangelios comparando las ediciones de Tischendorf y Griesbach, las traducciones a diversas lenguas y los comentarios de los Padres. A partir de esta labor hermenéutica, muy cuestionable desde el punto de vista filológico, reescribe y armoniza libremente los Evangelios para revelar cuál fue el verdadero mensaje de Jesús. El resultado se plasma en La concordia y traducción de los cuatro Evangelios, publicada por primera vez en Ginebra entre 1892 y 1894 y en Rusia entre 1907 y 1908. Esta obra contiene la subjetivísima traducción tolstoiana de los Evangelios junto al texto original griego, la traducción al ruso de la Biblia sinodal y comentarios del propio Tolstói.
En 1881, cuando La concordia aún estaba en forma manuscrita, uno de los discípulos de Tolstói, V. I. Alekséiev, copió lo que era propiamente la traducción tolstoiana, prescindiendo del texto griego, de la traducción sinodal y de los comentarios. A Tolstói le gustó la simplificación de Alekséiev (al fin y al cabo, pretendía que su texto llegara a todo tipo de lector, no sólo a los representantes de la Iglesia y de la intelectualidad, que eran los que podían comparar su versión con los textos canónicos y entender los comentarios que él hacía en la