Obra cumbre, junto a Ana Karenina, de Lev Tolstói y de la narrativa del siglo XIX, Guerra y paz constituye un vasto fresco histórico y épico. Con la campaña napoleónica contra Rusia como trasfondo —Austerliz, Borodino o el incendio de Moscú— entre los años 1805 y 1813, se nos cuenta la historia de dos familias de la nobleza rusa, los Bolkonski y los Rostov, protagonistas de un mundo que empieza a escenificar su propia desaparición.
Pocas veces tenemos la oportunidad de leer una versión distinta de un clásico indiscutible. Hasta ahora, todas las traducciones de Guerra y paz se basaban en la edición canónica de 1873. Fue en 1983 cuando la Academia Soviética de Ciencias publicó lo que ellos llamaron la «edición original», la primera versión que Tolstói escribió en 1866 y que ahora publicamos por primera vez en castellano, en la espléndida traducción de Gala Arias Rubio.
Lev Tolstói
Guerra y paz
ePUB v1.0
lázaro03.03.12
Para preparar esta edición se han utilizado textos publicados por E. E. Zaidenshnur en 94 tomos de «Herencia literaria», materiales manuscritos de los tomos 13-16 de la edición conmemorativa de 90 tomos de las obras completas de Lev Tolstói y también de la edición, en vida de Tolstói, de la novela, publicada en 4 tomos en el año 1873.
Lev Tolstói (Yásnaia Poliana, 1828-Astapovo, 1910) es uno de los más destacados narradores de todos los tiempos. Hijo de un terrateniente de la vieja nobleza rusa, quedó huérfano a los nueve años y tuvo tutores franceses y alemanes hasta que ingresó en la Universidad de Kazan, donde estudió lenguas y leyes. En 1851 ingresó en el ejército y dio a conocer su ciclo autobiográfico, compuesto por las obras Infancia, Adolescencia y Juventud. En 1862 se casó con Sonia Andréievna Bers y durante los siguientes quince años formó una numerosa familia, administró sus propiedades y escribió sus dos obras maestras: Guerra y paz y Ana Karenina. Finalmente, a los ochenta y dos años, cada vez más atormentado por las contradicciones entre su riqueza y su ideología, Tolstói, acompañado por su médico y la menor de sus hijas, se escapó de su casa en mitad de la noche. Tres días más tarde cayó enfermo de neumonía y, el 20 de noviembre de 1910, murió en una remota estación de ferrocarril. Además de las citadas obras, de entre su vasta producción cabe destacar Confesión, La muerte de Ivan Ilich, La sonata a Kreutzer o Resurrección.
Título original: Voina i mir
Autor: Lev Tolstói
Año de publicación: 1869
Traducción: Gala Arias Rubio
Imagen de portada: The First Sight of Moscow, de Laslett
ISBN: 978-84-397-1031-8
Mondadori - Cuarta edición, mayo de 2008
I
—E NTONCES qué, príncipe, Génova y Lucca se han convertido en nada más que propiedades de la familia Bonaparte. No, a partir de ahora le digo que si no me dice que estamos en guerra y si se permite atenuar todas las infamias y todas las atrocidades de este Anticristo (pues segura estoy de que él es el Anticristo) ya no le conoceré, ya no le consideraré amigo mío y ya no será mi fiel servidor como usted se llama a sí mismo. En fin, le saludo, le saludo. De sobra me doy cuenta de que le estoy asustando, siéntese y conversemos.
La que así hablaba en julio del año 1805 era la conocida Anna Pávlovna Scherer, dama de honor y allegada de la emperatriz María Fédorovna, cuando salía al encuentro del solemne y majestuoso príncipe Vasili, el primero en llegar a su velada. Anna Pávlovna llevaba unos días acatarrada, tenía «gripe» («gripe» era entonces una palabra nueva y de raro uso), y esa era la causa por la que no cumplía con sus funciones y permanecía en casa. En las notitas que había distribuido por la mañana un criado de gala, se podía leer sin distinción alguna:
Si no tiene usted conde (o príncipe) nada mejor que hacer y si el hecho de pasar la tarde con una pobre enferma no le asusta, estaría encantada de recibirle hoy entre las 7 y las 10.
A NNA S CHERER
—¡Qué duro ataque! —contestó sin sentirse intimidado por tal recibimiento y sonriendo vagamente el príncipe, que había entrado con una expresión luminosa en su astuto rostro y vistiendo un uniforme cortesano bordado, medias de seda, zapatos y cubierto de condecoraciones.
Se expresaba en el correcto francés con el que no solo hablaban sino que incluso pensaban nuestros abuelos, y con esa entonación suave y protectora propia de un hombre relevante. Se acercó a Anna Pávlovna y la besó en la mano al tiempo que le presentaba la perfumada y resplandeciente blancura, incluso entre los cabellos grises, de su calva y se sentó tranquilamente en el diván.
—Antes de nada, dígame, ¿cómo se encuentra, mi querida amiga? Tranquilice a su amigo —dijo él sin cambiar su tono de voz, que traslucía, tras el empalago y el interés, la indiferencia e incluso la burla.
—¿Cómo pretende que me encuentre bien, mientras sufro interiormente? ¿Es que se puede estar en paz en los tiempos que corren, cuando se tiene algo de sensibilidad? —dijo Anna Pávlovna—. Confío en que se quede toda la tarde aquí.
—¿Y la fiesta en la embajada de Inglaterra? Hoy es miércoles y no puedo faltar —dijo el príncipe—; mi hija vendrá a por mí y me llevará.
—Pensaba que la fiesta de hoy se había aplazado. Le confieso que todas estas fiestas y fuegos artificiales se me están haciendo difíciles de soportar.
—Si hubieran sabido que eso era lo que usted quería, la fiesta se habría aplazado —dijo el príncipe, que regularmente, como un reloj de cuerda, decía cosas que ni siquiera él mismo pretendía que se creyeran.
—No me atormente. Bueno, entonces, ¿qué es lo que se ha decidido con motivo del despacho de Novosíltsev? Usted conoce el caso.
—¿Qué le puedo decir? —dijo el príncipe Vasili fría y tediosamente—. ¿Qué han decidido? Han decidido que Bonaparte ha quemado sus naves y parece ser que nosotros estamos a punto de quemar las nuestras.
El príncipe Vasili, hablara tanto de cosas inteligentes como de banalidades, con palabras indiferentes o animadas, las decía con tal tono que parecía haberlas repetido mil veces, como un actor representando una antigua obra, como si las palabras no provinieran de su entendimiento y como si el que las dijera no fuera una mente, un corazón, sino una memoria con labios.
Anna Pávlovna Scherer, por el contrario, a pesar de sus cuarenta años, estaba llena de una animación y un ímpetu que con la práctica casi había conseguido mantener dentro de los límites de lo adecuado y la premeditación. A cada minuto estaba preparada para decir algo excesivo, pero aunque estuviera a punto de desbordarla, ese exceso no lograba abrirse camino. No era agraciada, pero el entusiasmo característico de su mirada y la animación de su sonrisa que expresaban su pasión por lo ideal le otorgaban lo que solemos llamar interés. Por las palabras y la expresión del príncipe Vasili se evidenciaba que en el círculo en el que ambos se movían ya hacía tiempo que había establecido el reconocimiento general de Anna Pávlovna como una apasionada, agradable y bondadosa patriota que en ocasiones se inmiscuía en asuntos ajenos y que con frecuencia llegaba a extremos, pero que agradaba por la sinceridad y la vehemencia de sus sentimientos. Ese entusiasmo suyo la había hecho muy popular e incluso cuando no tenía ganas de serio, para no frustrar la animación de la gente que la conocía, se volvía entusiasta. La sonrisa contenida que jugueteaba en el rostro de Anna Pávlovna, a pesar de no ir acorde con sus decrépitos rasgos, expresaba, como en los niños malcriados, un total conocimiento de su encantador defecto, que no quería, no podía y no creía necesario enmendar.