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Ernest Hemingway - París era una fiesta

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Ernest Hemingway París era una fiesta
  • Libro:
    París era una fiesta
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1964
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París era una fiesta: resumen, descripción y anotación

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París era una fiesta el primer escrito de Hemingway que vio la luz - photo 1

París era una fiesta, el primer escrito de Hemingway que vio la luz póstumamente, despliega el mítico panorama de la ciudad de París, la capital de la literatura americana hacia 1920. La obra es una mezcla fascinante de paisajes líricos y agudamente personales, con otros más contundentes y anecdóticos en torno a sus años de juventud en aquel encantado lugar en el que fue «muy pobre pero muy feliz», en un tiempo de ilusión entre dos épocas de atrocidad.

Diario del hombre y del escritor, crónica de una época y una generación irrepetibles, este texto alinea en sus páginas a figuras como Gertrude Stein, Ezra Pound, Scott Fitzgerald o Ford Madox Ford. El París cruel y adorable, poblado por la extraordinaria fauna de la «generación perdida» y sus precursores, el ideal de juventud para Hemingway, protagoniza este vivaz testamento tan entremezclado de realidad, deseo y remembranza que Manuel Leguineche prologa sin escatimar entusiasmo.

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Ernest Hemingway

París era una fiesta

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Si tienes la suerte de haber vivido en París cuando joven,

luego París te acompañará,

vayas adonde vayas, todo el resto de tu vida,

ya que París es una fiesta que nos sigue.

De una carta de Ernest Hemingway a un amigo (1950).

Prólogo

Su amigo Charles Ritz, el dueño del hotel del mismo nombre en París, descubrió en un sótano situado bajo la cocina dos polvorientas maletas con papeles, notas, borradores, viejos libros, recortes de periódico. Pertenecían a Hemingway. Veintiocho años después Hem, o Papa, o Tatie, o Ernesto recibió los olvidados materiales. A partir de aquí, según algunos de sus biógrafos, se puso a escribir París era una fiesta, con los apuntes de aquella feliz época de entreguerras. Para otros A Moveable Feast, que es el título original de las memorias parisienses, estaba en el telar Hemingway sin que hubiera necesitado de notas o reminiscencias escritas.

Este es uno de tantos misterios en torno a la obra. Mary Welsh, ex periodista de Time y última esposa de Hemingway, aseguró que Ernesto, como me pidió que le llamara cuando lo conocí en una corrida de toros en Calahorra (Rioja), había puesto la palabra «fin» meses antes de su suicidio. Pero Gianfranco Ivancich, un invitado y amigo de la familia, hermano de Adriana, de la que el suicida estaba enamorado, y que se alojó en su casa un día después de su muerte, encontró sobre el carro de la máquina de escribir un folio que correspondía a París era una fiesta. Este titulo se utiliza hoy para todas las ocasiones, «Madrid era una fiesta», «El estadio era una fiesta» o, hasta como leí una vez, «la fiesta era una fiesta».

Mary Welsh tomó el título del libro de la carta de Hemingway a un amigo en 1950: «Si tienes la suerte de haber vivido en París cuando joven, luego París te acompañará, vayas adonde vayas, todo el resto de tu vida, ya que París es una fiesta que nos sigue [“a moveable feast”].» La excitación de la posguerra, la recuperación de los traumas que sufrió con sus múltiples heridas en Fossalta, donde servía en ambulancias, el reposo del guerrero, las delicias de Capua, de la gastronomía francesa, el amor por Hadley, su primera esposa, a la que tanto echaría luego de menos, la práctica de los deportes (boxeo, pesca, esquí), la afición a las apuestas en los hipódromos, la galería de amigos, todo está aquí palpitante, vivo, elegíaco, cargado de infinita nostalgia. El manuscrito de París era una fiesta pasó por turbulentas fases, entre una corrida y un disparo contra un elefante. Los cambios de residencia, tan frecuentes, la parte final agónica, con electrochoques en la Clínica Mayo y un delirio generalizado, complicaron la terminación del libro, Mary puso orden en el caos porque Hemingway no era ya capaz de escribir. Un párrafo destinado a la toma de posesión del presidente Kennedy le había costado todo un día de dolorosa redacción.

Pero el mejor Hemingway está en París era una fiesta. Aunque la estructura aparece confusa y desordenada, quedan el estilo, la frescura, el sentido del humor, los diálogos rápidos e intencionados, la descripción de caracteres (tan cruel para con Ford Madox Ford, por ejemplo), un tempo de felicidad conyugal (hasta que aparece Pauline al final del libro), una ciudad a la altura de sus sueños, caprichos y hedonismos… «París —decía su amiga-enemiga Gertrude Stein— es donde está el siglo xx.» Para el crítico Frank Kermode, en estás páginas el viejo Hemingway escribe sobre el joven pero «con la prosa del segundo, del joven». Es su mejor prosa desde hace por lo menos cuarenta años.

«Fui muy pobre y muy feliz» en el París de la que un garajista llamó «la generación perdida». Mentirá, al menos en la primera parte de la frase. Hemingway aprovecha literariamente el narcisismo de la miseria. Hadley Richardson, de San Luis (el novelista sentía una clara predisposición hacia las chicas de San Luis), recibía anualmente una pensión de tres mil dólares, mas los ocho mil que le tocaron de una herencia. Hem trabajaba como corresponsal del Toronto Star, cubrió desde la pesca en Vigo hasta los efectos de la inflación en Alemania, y cobraba, algo, de las revistas literarias que publicaba entre otros su querida amiga Sylvia Beach, dueña de la librería Shakespeare & Company. Francia como puente hacia Italia, España (Pamplona en San Fermín o Valencia en ferias), hacia África o Key West. En París, escribió Henry James, tan admirado por Hadley, hasta el aire está lleno de estilo. Pero no eran tan pobres como aseguraba Ernesto. En algún momento confiesa con remordimiento que se acercó a Hadley con una mezcla de amor e interés.

Hemingway llega a París con cartas de recomendación de Sherwood Anderson (al que luego tratará muy mal) para Gertrude Stein, Sylvia Beach y Ezra Pound, al que adora. «Sabéis que he nacido para disfrutar de la vida —escribe a sus padres— pero Dios se olvidó del dinero.» La preocupación por las finanzas, los medios de subsistencia, es una obsesión en estas páginas. Exagera. Pero la lucha por la vida, mientras centenares de expatriados malvivían en la orilla izquierda y el Barrio Latino queda bien, induce a la piedad, invita al aplauso. Hem corrió la voz de que boxeaba por diez francos el asalto y que cazaba pichones en los parques públicos para tener algo que llevarse a la boca. La realidad es que no se privaba de nada por muchas que sean sus quejas. La vida era barata. Se calcula que entre 1922 y 1927 unos 35.000 estadounidenses se instalaron en la Ciudad Luz atraídos por la leyenda bohemia y el sentido de libertad y la baratura de los precios. Por un dólar recibías, cuando Hemingway llego a París, nada menos que quince francos. París, a la que Hem llamó su «querida», bullía de talentos literarios que bebían y se intercambiaban textos. Por allí circulaban Joyce, Pound, Dos Passos o Scott Fitzgerald al que devuelve admiración por paternalismo. «Eres —le dijo Scott Fitzgerald— el primero y el último norteamericano al que quiero conocer en Europa.» El autor de El viejo y el mar confiesa que siente un complejo de superioridad hacia Scott, que ya para entonces había publicado con éxito, entre otros, El gran Gatsby. Zelda Fitzgerald no lo soportaba. «Lo odiaba —señala Aubrey Dillon-Malone— porque era igual que Hemingway.»

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