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AA. VV. - Los fenicios

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AA. VV. Los fenicios
  • Libro:
    Los fenicios
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1985
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Los fenicios: resumen, descripción y anotación

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Bibliografía
  • Arnaud, D., Le Proche Orient ancien, París, Bordas, 1970.
  • Blanco Freijeiro, A., Arte antiguo del Asia Anterior, Sevilla, 1981.
  • Cassin, E.; Bottero, J., y Vercoutter, J., Imperios antiguos de Oriente, volumen II, Madrid, Siglo XXI, 1984.
  • Gabriel-Leroux, J., Civilisations de la Mediterranée, París, Presses Universitaires de France, 1983.
  • García y Bellido, A., Fenicios y cartagineses en Occidente, Madrid, 1942.
  • Garraty, J. A., y Gay P., El mundo antiguo. Barcelona, Bruguera, 1981.
  • Grimberg, C., El alba de la civilización, Barcelona, Daimón, 1982.
  • Parrot, A.; Chebad, M. H., y Moscati, S., Los fenicios. La expansión fenicia, Cartago, Madrid, 1975.
  • Presedo M. J., y otros, Manual de Historia Universal, Madrid, Nájera, 1983.
  • Roldán, J. M., Introducción a la Historia Antigua, Madrid, Itsmo, 1975.
  • Tovar, A.; Röllig, V., y Gamer-Vallert, I., Historia del Antiguo Oriente, Barcelona, Hora, S. A., 1984.

Busto fenicio de procedencia sidonia del siglo VI a C Índice LOS FENICIOS - photo 1

Busto fenicio de procedencia sidonia, del siglo VI a. C.

Índice

LOS FENICIOS

Por Antonio Blanco Freijeiro

Catedrático de Arqueología clásica.
Universidad Complutense de Madrid.
De la Real Academia de la Historia.

Por Carlos González Wagner

Profesor de Historia Antigua.
Universidad Complutense de Madrid.

Por Hermanfrid Schubert

Director del Instituto Alemán de Arqueología de Madrid.

Marinos y mercaderes

Por Antonio Blanco Freijeiro

Catedrático de Arqueología Clásica. Universidad Complutense de Madrid

P UEDE haber sucedido hace cosa de dos mil años: el sacerdote de un santuario griego que explica a unos visitantes las muchas curiosidades acumuladas en aquel lugar en el curso de los siglos, se detiene ante una tabla de bronce, y ahuecando la voz, como suelen hacer cuando la pieza exhibida es digna de un énfasis especial, dice a sus oyentes:

—He aquí, amigos, la relación de las potencias navales que fueron señoras del mar Egeo tras la caída de Troya, y de los años en que cada una ejerció la soberanía: primero, los lidios y los meonios, noventa y dos años; después, los pelasgos, ochenta y cinco; después, los tracios, setenta y nueve; tras éstos, los rodios, veintitrés; seguidamente, los frigios, veinticinco; tras ellos, los chipriotas, treinta y tres; luego, los fenicios, cuarenta y cinco.

De esta guisa nuestro cicerone ha desgranado nombres y cifras y termina su retahíla tras nombrar a los eginetas, que dominaron los mares durante diez años. El privilegio pasó después a Atenas, que lo seguía manteniendo cuando el documento se redactó, y esperaba conservarlo a perpetuidad —pues por algo lo mandó grabar en bronce—, como Inglaterra habría de hacer siglos más tarde

Uno de los componentes del grupo, Diodoro Sículo, toma buena nota de cuanto el hierofante está diciendo: años más adelante dejará constancia de ello en su Biblioteca: de ésta lo tomará Eusebio para su Corografía y sus Cánones, se trata del inventario de las talasocracias, o dominaciones hegemónicas del mar, que tuvieron lugar entre la caída de Troya (1184 a. C.) y la constitución de la Liga Ática (en el 480 a. C.).

¿Quiénes eran aquellos fenicios que tenían la osadía de inmiscuirse en un mar griego que hasta el saco de Troya había estado en manos de la talasocracia cretomicénica?

Para dominar el Egeo hacían falta una flota o una base naval en el Helesponto, la puerta del mar Negro; otra en el centro de las Cicladas, en Naxos o en Delos; dos más a los flancos de Kárpathos; otras dos en los de Ogylos, y quizá alguna más en pasos de alcance más restringido, pero igualmente estratégico, como los estrechos de Eubea.

¿Reunían los fenicios —tan distantes de los griegos que Homero tenía una noción muy vaga de por dónde cata Fenicia— los debidos requisitos para sostener tal talasocracia?

El mismo Homero respondería afirmativamente, pues él conocía muy bien a los mercaderes fenicios y valoraba sus excepcionales dotes de marinos (nausiklytoi) y artífices (polydaidaloi). Con Homero aparece por vez primera en la historia la palabra fenicios para designar a esta rama de los cananeos (así se autodenominaban ellos: cananeos) asentada en la franja costera del Líbano.

En alguna ocasión en vez de fenicios —que en griego quiere decir hombres de la púrpura— Homero los llama sidonios, como oriundos o súbditos de la poderosa Sidón, una de las principales metrópolis de Fenicia.

El concepto de marinos abarcaba en la antigüedad varias acepciones, no todas lisonjeras hoy día, y parece como si los fenicios las hubiesen acaparado todas: exploradores, mercaderes, pescadores, piratas.

Homero cuenta de los fenicios una historia reveladora de su falta de escrúpulos. Es la historia de Eumeo, el porquero de Ulises.

¿Cómo había venido a parar aquel hombre, de noble cuna, a la escarpada Ítaca a ejercer de cuidador de las piaras que constituían la mayor riqueza del señor de la misma? El propio Eumeo la refiere:

Hijo del rey de una isla del Mediterráneo occidental, Syrie —que podría ser una de las Sirtes, frente a las costas de Túnez— fue raptado de muy niño por los mercaderes de un barco fenicio, que acabaron vendiéndolo a Laertes, el padre de Ulises.

La operación fue llevada a cabo a instancias y con la complicidad de una esclava sidonia, a quien Eumeo estaba confiado, y que así pretendía pagar a los raptores del niño el precio de su propia liberación y devolución a su patria.

Mujer en la ventana marfil de Nimrud siglo VIII a C Museo Británico - photo 2

Mujer en la ventana (marfil de Nimrud siglo VIII a. C.)
Museo Británico, Londres.

Jinete fenicio terracota procedente de Jalde siglo VIII a C Museo - photo 3

Jinete fenicio (terracota procedente de Jalde, siglo VIII a. C.)
Museo Nacional, Beirut.

Joyas fenicias procedentes de Sidón siglo V-IV a C Museo Nacional Beirut - photo 4

Joyas fenicias procedentes de Sidón, siglo V-IV a. C.)
Museo Nacional, Beirut.

Por el relato nos enteramos de que el barco permanece fondeado un año en el puerto, hasta que sus tripulantes dan salida a todas las baratijas que llevan a bordo, al tiempo que cargan las mercancías adquiridas a cambio.

El que al final lleva el aviso a la sierva infiel era un astuto mozo que vino a casa ofreciendo un collar de cuentas de oro y ámbar. Las mujeres estaban en el salón ( mégaron ) y con ellas mi madre; todas manosearon el collar, se lo pasaron de una a otra, lo admiraron codiciosas, regatearon el precio. (Odisea XV, 459 ss.).

La escena resultaría familiar a los oyentes de Homero. En efecto, los fenicios eran muy hábiles en la fabricación de esas joyas, que el poeta griego denomina athyrmata, esto es, preciosidades.

Fenicia no constituía un estado unificado, sino un conglomerado de ciudades y villorrios costeros, independientes entre sí, y asentados los unos en islas (Tiro, Arvad), los otros en penínsulas (Biblos, Sidón, Beirut), desde las cuales dominaban un trozo de tierra firme suficiente para abastecerlas de los productos de la agricultura y de la ganadería.

Pero sus verdaderos intereses radicaban en la industria y en el comercio: sobre todo, en el comercio marítimo.

De esta forma vivía y prosperaba desde tiempo inmemorial la casi mítica Biblos, edificada por el dios El en persona. Y si esta pretensión podía ser objeto de debate, no lo era en cambio la de que en ella radicaba uno de los centros más viejos del culto de Astarté, la diosa de los astros, de la navegación y del amor. Las relaciones de Biblos con Egipto, al que suministraba los codiciados troncos de los cedros del Líbano, se remontaban a los orígenes mismos de la historia egipcia.

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