Numerosos amigos, en general ajenos al mundo académico y todos buenos lectores con ojo crítico, han leído esta obra total o parcialmente; sus comentarios y ánimos para acabarla y publicarla han sido de gran ayuda. Son muchos para citarlos a todos, pero les quedo muy agradecido. Merecen un agradecimiento más expreso los economistas que han tenido la paciencia de hacer una lectura más detallada, discutir hipótesis y sugerir mejoras: los profesores César Nebot (Universidad de Murcia) y Jorge Calero (Universidad Autónoma de Barcelona), y el gestor de proyectos Miguel Cornejo. Los errores que hayan escapado a su escrutinio son de mi responsabilidad.
Escribí la mayor parte de este ensayo aprovechando el confinamiento forzado por la pandemia del covid-19 durante el año 2020, que tanta gente empleó en tareas creativas. Fue un ejemplo fortuito del modo en que un acontecimiento natural, probable pero inesperado (un «cisne negro»), puede cambiar radicalmente no solo las condiciones de la economía, provocando una crisis profunda y para muchos desgraciadamente ruinosa (mortal demasiadas veces), sino también ofrecer una oportunidad inesperada de hacer algo productivo, que no por casualidad es uno de los temas de esta investigación.
I NTRODUCCIÓN
L AS FOBIAS INTELECTUALES AL CAPITALISMO
Este libro nace de mi interés y preocupación por la economía, y más en concreto por su relación con el mundo de las ideas. La primera es muy común, pero la segunda es una preocupación alentada por mi experiencia de profesor de Filosofía sorprendido por la escasa atención que la filosofía otorga a la economía en general, pero también por la escasa importancia que suele darse a las ideas extraeconómicas en el ámbito de la economía. Parece que se tratara de dos mundos separados por completo, cuando todos sabemos que no es así y que, si la economía importa, es porque influye en todo lo demás. Pero también la economía es influida por ese todo lo demás, que incluye la vida social, la política, las creencias, las ideas, la ciencia y el conjunto de la cultura. Así pues, ¿por qué la economía es considerada tan importante y, sin embargo, la filosofía se ocupa tan poco de ella? Y más aún, ¿por qué es tan habitual que la filosofía de la economía suela ser utópica o negativa?
Pondré un ejemplo concreto que fue decisivo para escribir este libro. Una mañana del accidentado curso 2019-2020, justo los días en que estalló la pandemia del covid-19 que iba a devastar la economía mundial, entré en el aula para impartir mi clase. El anterior docente había dejado la gran pizarra abarrotada de esquemas de su curso de Introducción a la Economía, para el grupo de mayores de cincuenta y cinco años. Era un descuido fastidioso, pero había dejado una pizarra interesante: en el ángulo inferior derecho figuraba escrita la siguiente proposición, enmarcada y subrayada:
La libertad económica acaba con las demás libertades.
No sé si hace falta decir que no era tanto una proposición a debate como una conclusión cerrada. El mensaje en cuestión no era insólito ni raro, sino más bien convencionalmente tópico. Venía a recordar que el anticapitalismo, ya sea sofisticado o pedestre e ignorante —como suele serlo—, se ha apoderado del mundo de las ciencias sociales y humanidades, incluyendo las secciones de cultura de los medios de comunicación conservadores.
En muchas universidades, con la excepción obligada de las facultades de economía —y no todas— y escuelas de negocios, el pensamiento sobre economía lleva tiempo anclado en la repetición de un conjunto de prejuicios, lugares comunes y simples falacias típicas de la corrección política más de moda. Se basan en la negación de hechos tan evidentes como que el sistema económico llamado capitalismo funciona mucho mejor en la satisfacción de necesidades materiales, pese a todos sus problemas y defectos, que cualquier otro sistema alternativo, anterior o contemporáneo.
La fobia al capitalismo es, como todas las fobias, profundamente emotiva e irracional. Los abundantes y cotidianos motivos que la economía real proporciona a la indignación, la protesta y la propuesta de reformas sensatas no son, sin embargo, la esencia de esta fobia. Más bien consiste en el rechazo de la totalidad del sistema. Reúne el ancestral miedo a la pobreza con la envidia de la riqueza ajena y el deseo de más riqueza para uno mismo, tan inconfesable como presente en la trayectoria de tantos líderes populistas ansiosos de convertir naciones enteras en propiedad personal. También es una forma de conservadurismo inmovilista y de miedo a la libertad personal y a la sociedad plural, a menudo tachada de