Fernández Cordero, Laura
Amor y anarquismo: Experiencias pioneras que pensaron y ejercieron la libertad sexual.- 1ª ed.- Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2017.
Libro digital, EPUB.- (Hacer historia)
Digitalización Pirata: thekat
ISBN 978-987-629-776-9
1. Estudios de género.
CDD 305.4
© 2017, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.
Diseño e ilustración de portada: Pablo Font
Digitalización: Departamento de Producción Editorial de Siglo XXI Editores Argentina
Primera edición en formato digital: septiembre de 2017
Hecho el depósito que marca la ley 11.723
ISBN edición digital (ePub): 978-987-629-776-9
A María del Carmen Cordero y a la memoria de Carlos Fernández
La escritura es esto: la ciencia de los goces del lenguaje, su kamasutra (de esta ciencia no hay más que un tratado: la escritura misma).
Roland Barthes, El placer del texto
Introducción
Una sensibilidad libertaria para el activismo contemporáneo
Sobre los espacios en blanco de un libro guardado en una vieja biblioteca anarquista, alguien dibujó en lápiz un carro que estalla en pedazos, una muchedumbre en movimiento y un hombre vestido con harapos, armado con una bomba encendida. El anarquismo suele convocar ese tipo de imágenes, de estallido o de explosión. Sin embargo, con apenas una primera exploración del mundo libertario surgen otras imágenes acaso tan potentes e incendiarias: su pretensión de revolucionar las formas de amar y las relaciones entre los sexos. Fiel a su vocación de discutir todas las formas de autoridad, el anarquismo debatía al mismo tiempo sobre el amor libre y la huelga general, sobre la emancipación de la mujer y la lucha de clases, sobre las vicisitudes de un atentado y la destrucción del matrimonio burgués. Esos debates, que se dieron en la prensa anarquista argentina entre 1880 y 1930, fueron durante años el material a partir del cual escribí mi tesis de doctorado. Ahora forman parte de este libro, que busca ir más allá de las lecturas académicas y acompañar los candentes debates actuales en torno a los derechos de las mujeres, la identidad de género, las sexualidades y las diversas formas de familia. ¿Por qué leer hoy aquellos viejos debates anarquistas? ¿Qué pueden decirnos después de un siglo de crítica y deconstrucción de los supuestos centrales de la modernidad? Con sus ideas heredadas del Iluminismo e hijas díscolas de la Revolución Francesa, ¿no habría que dejar atrás su prédica ingenua e intransigente? ¿O apenas recordarlos como un capítulo chispeante en la historia política local?
El anarquismo dejó en evidencia la politicidad del sexo antes de los escozores que provocó Sigmund Freud, antes de los ensayos soviéticos, antes de la libertad erótica sesentista, antes de la quema de corpiños, antes de que se escribiera la historia de la sexualidad misma. Se sumó muy temprano a la tematización de la emancipación de las mujeres y el amor libre, y discutió esas ideas como ninguna otra expresión de izquierda: con mayor intensidad y con la convicción de que la emancipación humana no sería nada sin la emancipación sexual. Quienes eran anarquistas fueron capaces de percibir el compromiso de la diferencia entre los sexos en la disposición de las jerarquías sociales y denunciaron la subordinación de la mujer como otras tantas injusticias. En esos años, mientras la medicina local apenas se disponía a observar y clasificar el comportamiento sexual –en consonancia con la prolífica sexología europea–, el anarquismo ya editaba folletos y organizaba conferencias sobre el tema. Sin eufemismos, un aviso en el periódico La Protesta Humana anunciaba, entre otras iniciativas públicas, una conferencia titulada “Las relaciones sexuales”… en 1897. Las voces que asumían que esta temática merecía ser debatida tuvieron como escenario lo que llamaban “el concierto de la prensa anarquista” o “el campo de la propaganda”: un conjunto denso y heterogéneo de periódicos, revistas, folletos, hojas sueltas y libros. En esta investigación, procuré reponer los debates que se daban de manera simultánea en varios soportes, pero presté más atención a los periódicos por sobre otros materiales, como las revistas, dada su capacidad para contener mayor diversidad de emisores y un nivel de polémica mucho más alto.
Al tiempo que destinaba sus afanes a una batalla contra el capitalismo en general, contra el Estado en todas sus expresiones y contra el clero, el anarquismo se caracterizó por denunciar la institución del matrimonio civil y religioso. Consideraba hipócrita la unión de un hombre y una mujer por conveniencia económica. Al contrario, proponía el amor libre, que, en su versión más sencilla, suponía un lazo por afecto y afinidad mutua. Ese tipo de relación exigía la emancipación de la mujer, tópico infaltable en su ideario.
Si bien en la escena local coincidieron con librepensadores, feministas y socialistas que, en distintas versiones, apuntaban contra el mundo afectivo establecido, los debates entre varones y mujeres anarquistas fueron los más tempranos y los más radicales. Por eso, este libro elige profundizar en esos episodios en lugar de hacer un ejercicio comparativo con otras expresiones políticas del momento o con anarquismos de otras zonas geográficas. Un contexto muy dinámico, de gran intercambio cultural e idiomático y con los aires de renovación que supone un nuevo mundo, dio lugar a un anarquismo que, sin ser por completo original, desarrolló una intensidad particular. Aquí, afrontaron la necesidad de pensar la subjetividad revolucionaria que los definiría, y ese desafío surgió no tanto del cuerpo doctrinario, ni de los discursos canónicos, sino de las polémicas que –por medio de la prensa periódica– provocaron el despliegue de inquietantes cuestionamientos: ¿el mejor de los oradores es también un padre? En la fábrica, ¿una joven es obrera o mercancía? ¿Amar es poseer? ¿Las mujeres desean como los hombres? ¿Las mujeres desean? ¿A quién pertenecen los niños y las niñas de los amores libres? ¿Cómo se organizan colectivamente las relaciones íntimas?
Leer en el presente aquellos debates permite que nos acerquemos a un momento en la historia de las izquierdas y los movimientos radicales en que la sexualidad no se fusionaba con las lógicas del derecho; un momento en que “ciudadanía sexual” se oiría como una aberración, y, sobre todo, uno en que se sostenía que la emancipación humana no sería tal sin la emancipación sexual.
Los obstáculos que el anarquismo encontró al optar por ese camino son, también, muy significativos. Hubo quienes confiaron a ciegas en una idea de liberación absoluta, en la bondad de la naturaleza, en el poder benéfico de la racionalidad. Hubo quienes creyeron que para combatir la autoridad bastaba con denunciarla y resistirla. Les resultó muy difícil desoír el imperativo heterosexual e imposible pensar identidades por fuera de la dicotomía hombre-mujer. Plantearon un combate personal y colectivo que obligaba a reinventar los lazos con amantes, amigos, compañeras, padres. Anunciaron que aun lo íntimo merecía su rebelión y descubrieron lo que significaba llevar la revolución sexual a la casa familiar. No sin temor, vislumbraron que podía gestarse una sociedad futura, y que, a veces por un instante, ya se hacía presente trastocándolo todo.