Sergio Gaspar Mosqueda
La muerte me pela los dientes
El Día de Muertos en México
Copyright 2022 Sergio Gaspar Mosqueda
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Diseño de portada: Sergio Gaspar Mosqueda
México, marzo del 2022
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Tabla de contenido
Introducción
La muerte ha sido un tema recurrente para los artistas de México, a tal grado que desde el 19 de junio del 2007 hay en la ciudad de Aguascalientes un museo dedicado a ella, en el Centro Cultural Universitario. Es el llamado Museo Nacional de la Muerte, en el cual se resguardan las obras artísticas y populares de Latinoamérica referentes a la Parca, que el maestro grabador Octavio Bajonero Gil reunió a lo largo de medio siglo. Hay desde objetos prehispánicos de Mesoamérica hasta obras más recientes; por supuesto, tiene primordial importancia lo hecho en México.
Entre las obras nacionales no podían faltar grabados de José Guadalupe Posada ni la plástica de Francisco Toledo. Para mayor información, visita:
https://museonacionaldelamuerte.uaa.mx/
Es cierto, en todo el mundo ha habido desde siempre algo que podemos llamar arte mortuorio, pero ¿cuál es la singularidad de la visión mexicana del fin de la existencia? La carcajada, se dice, es el modo nacional de encarar a la Ciriquiciaca, pero también el desafío. Son muy del mexicano estas frases: “Si me han de matar mañana, que me maten de una vez” o “Yo también me sé morir” [del corrido “La Valentina”, de autor anónimo]. Pero también hay menosprecio en la actitud vital, o mortal, del mexicano: “La vida no vale nada” [verso de “Caminos de Guanajuato”, de José Alfredo Jiménez].
La perspectiva con que se observa el fenómeno de la muerte depende de las raíces de la gente. Así, por ejemplo, el culto que los antiguos mexicanos le tenían, evidenciaba que vida y muerte eran una unidad indisoluble. Es decir, el morir no significaba el fin de la existencia, sino un viaje que llevaba a los occisos a un lugar mucho mejor que éste. En el México prehispánico, se colocaba comida al lado de los cadáveres para que no padecieran hambre en su viaje al más allá, y esto tiene mucho que ver con la conformación de la ofrenda a los difuntos que colocamos actualmente.
Muchas culturas hacen rituales en los que conmemoran a sus muertos, pero el Día de Muertos se festeja solamente en México, en Centroamérica y en algunas comunidades hispanohablantes de los Estados Unidos, además de en Brasil, donde se le denomina Dia dos Finados . En general se trata de verdaderas fiestas en las que lo primordial es la creencia en el más allá y la alegría por la posibilidad de que las almas de los seres queridos vuelvan a la tierra. Esto, afirmaría cualquier tanatólogo, ayuda a los seres humanos a vivir sin el terror constante al fin de su existencia, que puede ocurrir en cualquier instante. Hay que decir que un tanatólogo es un médico especializado en todo lo referente a la muerte. Pueden ayudar tanto a los pacientes desahuciados como a sus familiares a sobrellevar el trauma del fallecimiento.
De hecho, los textos religiosos tienen entre sus objetivos primordiales hacer perder ese miedo. Y por ello en la Biblia se compara más de cincuenta veces a la muerte con un sueño, del que habremos de despertar el día del Juicio Final.
Este libro pretende acercar al lector a una de las tradiciones más importantes de nuestro país. El colorido y la alegría que se observan en nuestro Día de Muertos, nos hacen una nación muy especial. Tanto es así, que la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) declaró en el 2003 que esta festividad, propiamente indígena, era una Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad.
La gastronomía, la literatura, la pintura y la música participan en esta tradición. A lo largo de los años, la fiesta a los muertos ha conservado sus aspectos básicos, pero ha ido agregando nuevos elementos.
Invitamos al lector a acompañarnos en este recorrido por las diversas maneras de festejar el Día de Muertos que existen en México. Haremos un alto en distintas zonas de la república para conocer el modo en que las tradiciones indígenas se han mezclado con diversos elementos de otras culturas. Adelante, ¡sea usted bienvenido!... Al fin que la calaca ¡nos pela los dientes!
Orígenes del Día de Muertos
De la cultura náhuatl se conservan algunos poemas que ilustran el sentir con respecto a la muerte en la época prehispánica. Como ejemplo tenemos estos versos del rey poeta Netzahualcóyotl:
[…] Somos mortales […],
todos habremos de irnos,
todos habremos de morir en la tierra. […]
Como una pintura
nos iremos borrando.
Como una flor
nos iremos secando
aquí sobre la tierra. […]
Meditadlo, señores águilas y tigres,
aunque fuerais de jade,
aunque fuerais de oro,
también allá iréis
al lugar de los descarnados.
Tendremos que desaparecer,
nadie habrá de quedar.
Este poema evidencia el dolor por la muerte, vista como el fin de todo cuanto constituye el ser, pero, en términos generales, tanto en México como en Mesoamérica, vida y muerte se complementaban, por lo que no podían entenderse la una sin la otra.
En la cultura prehispánica el tema de la muerte aparece representado como la eterna lucha entre el día y la noche. Para los aztecas esta dupla podía personificarse a través de Quetzalcóatl, el Ser Supremo o Tloque Nahuaque (“dueño del cerca y del junto”), y Tezcatlipoca, la parte destructiva del mismo Quetzalcóatl.
Las antiguas culturas prehispánicas vinculaban la fiesta de Día de Muertos con el calendario agrícola. En esa fecha se iniciaba la recolección de la cosecha del maíz, de la calabaza, del garbanzo y del frijol. Dichos productos eran parte de la ofrenda a los muertos.
La celebración comenzaba en el noveno mes del calendario azteca y era uno de los elementos básicos en la religión de los antiguos mexicanos. Con la llegada de los españoles, la conmemoración del Día de Muertos se mezcló con la celebración de Todos los Santos y los Fieles Difuntos, es decir, los antiguos mexicanos ajustaron su devoción al calendario cristiano.
El Día de Muertos desde la perspectiva católica debía ser un acto de oración y de luto, y tenía una connotación moral: en el infierno estaban las almas de los pecadores, en tanto que los buenos habían ido al cielo a gozar de la gloria al lado del Señor.
Por lo contrario, la celebración indígena era una fiesta colorida, llena de sabores, de música, de olores, aun con el dolor que significaba el recuerdo del deceso de algún ser querido. Y en cuanto al destino de las almas, los indígenas creían que estaba relacionado con el tipo de muerte que se había tenido y no con el comportamiento en vida. Así, según hubieran muerto ahogadas, en el parto, en la guerra, etcétera, las personas viajaban a uno de los siete infiernos, que no eran propiamente lugares de castigo, o a cualquiera de los 13 cielos, en los que la vida continuaría de múltiples maneras.
Hablaremos de algunos de los diferentes destinos de las almas, empezando por el más conocido, el Mictlán. Ahí iban las personas que sucumbían de manera natural. Éste era el primer reino de los muertos y estaba ubicado en el noveno piso del inframundo; en este sitio gobernaban los dioses de la muerte, Mictlantecutli y Mictlantecíhuatl; era oscuro, sin ventanas y las almas de los muertos se quedaban encerradas ahí.
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