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Javier Ugarte Pérez - Placer que nunca muere: Sobre la regulación del homoerotismo en occidente

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Javier Ugarte Pérez Placer que nunca muere: Sobre la regulación del homoerotismo en occidente
  • Libro:
    Placer que nunca muere: Sobre la regulación del homoerotismo en occidente
  • Autor:
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    Editorial Egales
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  • Año:
    2017
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Placer que nunca muere: Sobre la regulación del homoerotismo en occidente: resumen, descripción y anotación

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Las autoridades occidentales han reprimido el homoerotismo desde el Bajo Imperio romano con el fin de estimular el matrimonio y una natalidad reglada. El hecho se enmarca en una cultura donde priman matrimonios entre un varón y una mujer, herencia bilateral (ambos progenitores transmiten el patrimonio a sus descendientes) y Estados que se expandían económica y territorialmente. El problema es que tales patrones generan un remanente de mujeres solteras; con el fin de reducir su número, los gobernantes crearon mecanismos para obligar a casarse a los varones ajenos a la milicia y al celibato religioso. En cambio, las polis griegas aceptaban el homoerotismo porque padecían un algo «exceso demográfico»; similar sucede en los Estados actuales, que han abandonado la expansión territorial y la explotación bruta de recursos a favor de un desarrollo tecnológico que requiere población estable y cualificada, más que incrementos demográficos.

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ÍNDICE

El amor no tiene esta o aquella forma,

no puede detenerse en criatura alguna;

todas son por igual viles y soñadoras.

Placer que nunca muere

beso que nunca muere,

solo en ti misma encuentro, tierra mía.

Los fantasmas del deseo

LUIS CERNUDA

Para Santiago G.C .

PRÓLOGO

Placer que nunca muere nació como artículo (largo) para ser publicado en una revista de antropología, historia o sociología, sin excluir otras especializadas en temas que cruzan varios campos, caso de la sexualidad. El proyecto consistía en sintetizar, con la mayor concisión posible, lecturas y reflexiones acumuladas durante la década y media previa a su redacción; pese a ello resultaba necesario aportar algunos datos demográficos o señalar acontecimientos que asentaran la argumentación. Tal obligación hizo imposible mantener el proyecto de reunir las ideas en un artículo para derivar hacia la de libro (breve); he aquí el resultado. Se trata de un esfuerzo ambicioso por los aspectos que aborda, su enfoque interdisciplinar y, sobre todo, por lo que pretende: explicar las razones que han llevado a los poderes occidentales a perseguir el homoerotismo.

Sin embargo, no existe correspondencia entre la tesis que el trabajo intenta fundamentar y las pruebas recopiladas para sostenerla; dicho con otras palabras: cabría esperar cientos de páginas saturadas de informaciones y datos para confiar en la solidez del estudio. El autor responde a tal objeción afirmando que en alguno de sus escritos previos (como en Las circunstancias obligaban) intentó asentar aspectos parciales aquí tratados y que, paralelamente, sobre algunos periodos (caso la Alta Edad Media) se dispone de pocos datos socioeconómicos. Por otro lado, el nivel de análisis impide justificar todas las afirmaciones que se realizan porque, de pretenderlo, cada frase debería concluir con la cita de una obra referencial. El problema es que tal exigencia imposibilitaría realizar estudios generalistas, pero estos tienen la ventaja de relacionar hechos que, bajo otra perspectiva, permanecerían inconexos. Con el objetivo señalado, Placer que nunca muere arranca con el estudio de fuentes griegas, romanas e israelitas en un recorrido que llega hasta la actualidad y muestra cómo la represión del homoerotismo se produce pese a que, en sus orígenes grecorromanos, tal forma de sexo y afecto se encontraba integrada en la sociedad, especialmente en el caso de la relación entre adultos y muchachos (pederastía).

A partir de lo expuesto se comprende que la ambición de este trabajo podría convertirse en una tumba donde quedara sepultada la carrera profesional de quien persigue méritos que le procuraran, por ejemplo, una cátedra universitaria o un puesto de responsabilidad en la academia. Sin embargo, el autor se considera a resguardo de tales riesgos; por ese motivo debe justificar la publicación de un estudio que no persigue más beneficio que conocer el tema que aborda. A falta de mejor argumento, afirma haber escrito estas páginas con la finalidad de estimular la investigación de varios aspectos de contenido antropológico, sociológico e histórico; confía en tal posibilidad, incluso, aunque la tesis que defiende se mostrara equivocada en un futuro. Entre los campos que podrían ser mejor investigados se encuentra, por ejemplo, la unión entre la acumulación de excedentes y la preferencia por los matrimonios entre un varón y una mujer (monoginia); la relación entre la expansión territorial y un impulso a la actividad reproductora de la población o la conexión entre la capacidad femenina para heredar en igualdad de condiciones que los varones y —gracias al mayor grado de autonomía que sus recursos les permiten— un homoerotismo más frecuente que en otras culturas; simultáneamente sufren mayor penalización por su práctica que las mujeres de otros lugares. Así, el texto podría ser «bueno para pensar», de igual manera que los ancianos de las tribus consideradas primitivas señalan lo que es «bueno para comer»; decida pues el lector si es de su gusto el plato que se le ofrece o, al menos, le ayuda a preservar su salud aunque los componentes que paladea le resulten inusuales.

Finalmente al autor le gustaría agradecer la opinión y comentarios de personas cercanas que le han ayudado a mejorar el contenido del trabajo desde su campo de especialización; es el caso de Ana Isabel Carrasco, Antonio Garda, Francisco Molina, José Antonio Nieto y a sus editoras, cuidadosas lectoras de todo lo que cae en sus manos. Su gratitud a tod@s ell@s y sus disculpas por las inexactitudes o generalizaciones excesivas que estas páginas puedan contener, de las que es único responsable.

1. PUNTOS DE PARTIDA

El matrimonio es una institución que asegura la gratificación sexual y afectiva, contribuye al nacimiento y crianza de nuevos individuos, regula la filiación y ordena la transmisión del patrimonio a la descendencia; por añadidura facilita un reparto de tareas entre esposos y una alianza de sus familias. Por ese conjunto de razones, el matrimonio se encuentra presente en comunidades que han superado la mera supervivencia teniendo como base el sistema de caza y recolección de alimentos (que caracteriza a un nomadismo propio de hordas) y, en su lugar, se sostienen sobre técnicas agropecuarias. Una definición aceptada por los antropólogos para describir la institución, tal como se presenta en la mayoría de las sociedades, sería la siguiente: «El matrimonio es una unión sexual socialmente legitimada, que se inicia con una notificación pública y que se emprende con cierta idea de permanencia; se asume con un contrato de matrimonio más o menos explícito, que fija derechos y obligaciones recíprocos entre los esposos, y entre los esposos y los futuros hijos» (Stephens, 2003: 96). A lo largo del planeta solo existe una excepción documentada respecto a esta regla, la formada por los Na de China, una minúscula sociedad de hermanos que no convirtió la unión estable en fórmula para organizar la sociedad y las experiencias personales de sus integrantes (Hua, 2001).

En relación con este vínculo sexual y afectivo los pueblos de origen indoeuropeo, que abarcan un amplísimo territorio que se extiende desde, por ejemplo, las costas portuguesas hasta el golfo de Bengala, comparten un tipo de unión que posee tres características: monoginia (a la que habitualmente se conoce como monogamia),[] Por su parte, la monoginia alude al hecho de que el matrimonio se establece entre un varón y una mujer que, en el caso de los grupos favorecidos y hasta el siglo XX, eran elegidos para el enlace por los respectivos progenitores dentro de su estamento o clase social.

El historiador Pierre Guichard contrapone las sociedades orientales y occidentales. En su estudio resalta como occidentales —y, en gran parte, indoeuropeas— cuatro características: monoginia, bilinealidad (es decir, importa tanto la filiación por línea paterna como materna, por lo que la herencia es bilateral), exogamia familiar (que excluye a los primos como cónyuges preferidos) y reconocimiento de cierta relevancia social a la mujer (1977: 19).[] El divorcio resulta difícil cuando el marido se encuentra obligado a restituir a su esposa los bienes que esta aporta al hogar por ganancia propia o herencia, lo que constituye un freno para que los contrayentes disuelvan la unión, ya que en Occidente cuesta tanto fundar un hogar sobre la monoginia como disolverlo. En las dificultades de los contrayentes para romper el matrimonio también influye la desprotección en que quedan los hijos en el caso de que su progenitor contraiga nuevas nupcias y procree.

Por su parte, el también historiador Joseph Morsel destaca como características europeas —generadas a lo largo de la Edad Media— la desparentalización y la localización espacial (2007). El primer aspecto alude a una pérdida de importancia de las relaciones consanguíneas a la hora de determinar el papel social, lo que conllevó la reducción de la familia a los allegados en primer grado; por ello, el individuo se veía liberado de ciertas obligaciones respecto a parientes lejanos, pero también de su apoyo. El segundo proceso, complementario al anterior, fue la radicación en un espacio donde se crearon comunidades de individuos que compartían un territorio hacia el que sentían afecto (amor al terruño y a la patria). La espacialización dificultaba más los desplazamientos individuales de carácter temporal (peregrinaje, vagabundeo), que la emigración de un individuo o una familia con el fin de radicarse en un nuevo suelo; se trata de estar localizable en un domicilio, más que de morir en la tierra donde se nace.

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