Andreas Malacorda.
AGRADECIMIENTOS
De tanto amar y andar salen los libros
y si no tienen besos o regiones
y si no tienen hombre a manos llenas,
si no tienen mujer en cada gota,
hambre, deseo, cólera, caminos,
no sirven para escudo ni campana:
están sin ojos y no podrán abrirlos,
tendrán la boca muerta del precepto.
PABLO NERUDA ,
Memorial de la Isla Negra .
En los altiplanos andinos de Bolivia, las comunidades aymara y quechua me acogieron calurosamente y con generosidad. En el delta del Níger, en la sierra de Chocotán en Guatemala, en las sabanas de Malí, en las tierras bajas de Etiopía, en el corazón de los bosques de Madhya Pradesh, en las costas de Orissa a orillas del golfo de Bengala, y también en Nueva York, en Gaza-City, en La Paz, en Caracas, en Jerusalén, en Bayamo en el Oriente cubano, en Madrid, en El Cairo, en Lima, en Nueva Delhi, en Selenge, en Peshawar y en muchos otros lugares del planeta, mujeres y hombres de condiciones, estatus sociales, culturas, religiones y opiniones políticas diferentes me hablaron con la mayor franqueza, contestaron a mis preguntas y compartieron conmigo sus saberes, sus angustias y sus esperanzas.
Mi libro se ha nutrido en abundancia de todos esos encuentros.
Como siempre, con una atención crítica rigurosa, un talento de editor impresionante y una amistad sin tacha, Olivier Bétourné fue el asiduo acompañante en cada etapa de elaboración de este libro. Con una gran exigencia analítica y teórica, Erica Deuber-Ziegler releyó todas y cada una de las líneas que escribí. Dominique Ziegler releyó también las pruebas. Les debo gran cantidad de ideas, intuiciones e hipótesis fecundas.
El diálogo con mis colaboradores próximos, Christophe Golay, Sally-Ann Way y Claire Mahon, su erudición y sus recursos documentales, fueron indispensables para mí. Ingrid Bucher también me aportó su ayuda.
Arlette Sallin se hizo cargo de las versiones sucesivas del texto con una minuciosa competencia. También me vi favorecido por los juiciosos consejos y el amistoso apoyo de Sabine Ibach, de Mary Kling y de Gloria Guiterrez.
Manuel Fernández-Cuesta me sugirió la redacción de un nuevo prefacio. Y supervisó con una amistosa e indesmayable atención la elaboración de la edición española. Sus consejos y su amistad han sido preciosos para mí.
Jordi Terré realizó una traducción de una excepcional calidad, que refleja cada matiz de mi pensamiento y domina de forma admirable una eventualidad narrativa de gran complejidad.
Mi reconocimiento para todas y todos, más allá de lo que las palabras pueden expresar.
PREFACIO
El día era frío. Un sol tímido atravesaba las nubes. Pennsylvania Avenue estaba abarrotada de gente. Ante la fachada occidental del Capitolio, se había levantado un estrado decorado con los colores de la bandera estadounidense.
Un hombre esbelto de cuarenta y ocho años, con la tez morena y la mirada clara, vestido con un abrigo azul oscuro, se colocó en el centro del estrado.
El presidente de la Corte Suprema leyó la fórmula del juramento.
Barack Obama la repitió.
A su lado, estaban su mujer Michelle y sus dos hijas pequeñas, Sasha y Malia.
El bisabuelo de Michelle se llamaba Dolphus Shields. Había nacido esclavo en una plantación de algodón de Carolina del Sur, en 1859.
Entre la inmensa muchedumbre que se apretujaba delante del Capitolio y a lo largo de toda la Pennsylvania Avenue, había mucha gente con lágrimas en los ojos. Era el martes 20 de enero de 2009.
Desde la primera publicación de este libro en septiembre de 2008, la elección de Barack Obama como el 44o presidente de Estados Unidos ha constituido el acontecimiento sin duda más sorprendente que ha sucedido en nuestro planeta. Fruto, ante todo, del desvelo y la movilización de la memoria herida de decenas de millones de descendientes de africanos deportados y de personas procedentes de otras minorías, esta victoria provocó en el mundo entero, pero sobre todo en el hemisferio sur, una viva esperanza.
Esperanza en la actualidad desvanecida.
Los agentes de los servicios de seguridad estadounidenses siguen torturando a sus prisioneros en la mayor prisión militar del mundo, en Bagram, Afganistán. No han dejado de estar vigentes las «Comisiones militares» y se niega a los detenidos, «combatientes hostiles» o simples sospechosos, la aplicación de las Convenciones de Ginebra.
La abogada neoyorquina Tina Forster, que se ocupa en Bagram, por cuenta de la International Justice Network, de tres detenidos —dos yemenitas y un tunecino—, confirma: «No existe ninguna diferencia entre las administraciones Obama y Bush».
Obama está llevando a cabo dos guerras simultáneas... ¡y recibe el Premio Nobel de la Paz!
En el gueto de Gaza, donde se amontona en 365 km2 un millón y medio de palestinos, la desnutrición y las epidemias causan estragos. El bloqueo israelí priva a los hospitales de medicamentos. Tras las matanzas y los bombardeos israelíes de enero de 2009, no es posible llevar a cabo ninguna reconstrucción. El castigo colectivo infligido a la población civil sitiada impide la llegada de materiales de construcción. En la Cisjordania y el Jerusalén Este ocupados, el robo de tierras, de agua y de casas palestinas continúa su marcha sin impedimentos.
Comisionado por las Naciones Unidas, el juez surafricano Richard Goldstone investigó durante seis meses la agresión israelí contra el gueto de Gaza de enero de 2009: un total de mil cuatrocientos muertos palestinos y más de seis mil mutilados y abrasados entre los cuales se encontraban numerosas mujeres y niños. Y llegó a la conclusión de que se trataba de crímenes de guerra cometidos por el gobierno israelí (pero también por el gobierno de Hamás). Solicitó el traslado de los culpables a la Corte Penal Internacional. En el Consejo de Seguridad y en el Consejo de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, Estados Unidos rebatió vigorosamente las conclusiones del informe Goldstone.