Título original: NO ME JUDAS SATANAS!!, publicado en Popular1 #258, marzo de 1995
César Martín, 1995
Retoque de cubierta: Titivillus
Editor digital: Titivillus
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El Glam vuelve al No Me judas. No el glam-Rock, sino el Glam a secas. Desde aquel tributo de hace unos cuantos meses a las pin-up’s de los años 50, las mujeres legendarias de otra era no habían vuelto a asomarse por estas páginas. Han desfilado últimamente por la sección iconos rockeros (Jimmy Dean y Phil Lynott), encantadoras aberraciones cinematográficas (la Blaxploitation) y marionetas con vida propia (las criaturas de Gerry Anderson). Es un buen momento, pues, para retomar el tema del Glamour y rendirnos a los pies de una de las primeras Diosas de Hollywood, la rubia platino Jean Harlow, una de esas figuras míticas que vuelve a la vida cada cierto tiempo a través de canciones populares y homenajes literarios o cinematográficos, pero que no significa prácticamente nada para la juventud actual, tal vez porque nos dejó hace ya demasiado tiempo (casi sesenta años), antes de que naciese el R’N’R como movimiento, y antes también de que se produjese la revolución del Be-bop. Madonna la citó no hace mucho en su canción “Vogue”, y se disfrazó de Harlow para una de sus sesiones de fotos, pero supongo que eso no ayuda demasiado. La gente oye el nombre de Jean, les suena a algo desconocido, y pasan a otra cosa. Tampoco es que tenga excesiva importancia, a mi desde luego me trae sin cuidado que no se hable de ella: mientras pueda conservar sus películas en lugar seguro, en mi videoteca, el resto me importa bien poco. Aunque no deja de resultar chocante observar cómo cambian las cosas en este mundo, y la poca relevancia que tiene en los 90 una mujer que significó tanto en Hollywood seis décadas atrás.
César Martín
Jean Harlow
NO ME JUDAS SATANAS!! - 258
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Titivillus 23.10.2020
Jean Harlow
Jean Harlow fue una verdadera pionera. Una de las primeras rubias platino de la historia del cine, una de las pocas actrices de su época que se atrevió a plantarles cara a los grandes estudios (MGM… casi nada) y, ante todo, la principal responsable, junto a Mae West, de acabar con muchos tabúes sexuales, mezclando sexo y comedia con toda naturalidad. La gente no estaba acostumbrada en los años 30 a que una sex-symbol se permitiese el lujo de pensar, y que encima se burlase del sexo opuesto, y utilizase expresiones chabacanas. Jean demostró que su belleza física no tenía por qué condicionar su actitud, y en lugar de pasar por este mundo como una muñequita rubia inofensiva, supo escandalizar a los puritanos, indignar a los capos de la industria y establecer unos lazos con sus seguidores que iban más allá de la distante relación estrella-fan.
Su leyenda está rodeada de morbo sexual y tragedia. Jean Harlow puso caliente a los hombres de medio mundo en su día. Tenía por costumbre exhibirse con vestidos ceñidos, sin sujetador, y antes de cada sesión de fotos se mojaba los pechos con hielo y dejaba que sus pezones se endureciesen al máximo. Eso enfurecía a los actores y actrices que no contaban con armas tan efectivas, como Jerry Lewis, que en una ocasión comentó que el público es basura y que sólo acude a los cines atraído por el morbo: “Hace años iban a ver las tetas de Jean Harlow y ahora van a ver las de cualquier otra actriz”. Y la verdad es que no iba muy desencaminado, de hecho, en una película (“China Seas”) Jean traspasó todas las barreras de lo permisible y dejó que sus fans contemplasen uno de sus pechos durante un par de segundos. También posó una vez, en los inicios de su carrera, para una sesión de fotos eróticas —algo nada habitual por aquel entonces—, y consiguió que su presencia en la pantalla se considerase poco menos que diabólica, hasta el punto de que alguno de sus films se censuró en casi toda Europa, exceptuando Alemania, en donde Jean era muy admirada por los nazis a causa de su aspecto tan ario (una cuestión que a ella se le escapaba totalmente de las manos: jamás tuvo inclinaciones políticas, y menos de carácter nacional socialista).
El aspecto trágico de su vida tuvo que ver con el suicidio de su segundo marido, el ejecutivo de MGM Paul Bern, que según las malas lenguas no tenía el pene desarrollado y se mató a causa de su frustración sexual —aunque hay otras teorías— y la muerte tan prematura de Jean, a los 26 años, a causa de una infección en los riñones. Sexo + Tragedia es la combinación que enloquece al populacho (fijaos tan solo en el caso O. J. Simpson), por ello se han escrito todo tipo de mentiras sobre la vida de Jean a lo largo de estas últimas décadas. Biografías llenas de exageraciones y ridiculeces, y hasta fotos falsas que en teoría muestran a la actriz en poses porno. El carroñero Kenneth Anger publicó en el primer volumen de su sensacionalista libro “Hollywood Babylon” la foto de una rubia desnuda que no se parece en nada a Jean, y tuvo los santos cojones de afirmar que era ella, cuando se sabe con seguridad que la actriz sólo hizo una sesión erótica en su vida, y en una línea mucho más “artística” que la cutre-foto de Anger. Pero afortunadamente también hay detalles positivos en esta historia, y es bonito recordar que el mismísimo Leadbelly (uno de los padres del folk, el autor del tema “Where did you sleep last night?” que versionearon Nirvana), homenajeó a la estrella con la canción “Harlow”.
Jean vivió en un Hollywood muy diferente del que conocemos en la actualidad. Se benefició del enorme montaje de los estudios de aquella época, que permitían a las actrices alcanzar el status de leyendas intocables, pero a cambio tuvo que sacrificarse como una auténtica obrera. Jean contaba con un departamento de marketing monumental, el estudio la protegía como a un bebé y tenía a su servicio a los mejores fotógrafos de la Meca del cine, todo un lujo, ya que esa gente no se limitaba a hacer fotos para promocionar películas, su misión era pintar a las actrices como emperatrices, rodearlas de un halo de misterio y fascinación que despertasen el interés del público, y con Jean concretamente crearon retratos que son verdaderas obras de arte. En ese aspecto, por lo tanto, Jean y las grandes actrices de su generación tuvieron suerte. Lo malo es que a cambio tenían que trabajar más duro que cualquier actriz actual. En los años 30, los films no se estrenaban a la vez en toda América, la cosa iba muy lenta: primero una costa, luego la otra, más adelante los estados del centro, etc., y cuando rodaba grandes producciones, Jean estaba obligada a promocionarlas haciendo agobiantes tours por todo el país. Este detalle teóricamente debería haber arruinado su imagen de Diosa inalcanzable, pero no, el público la seguía viendo como una figura lejana, aunque llegasen a estrechar sus manos. Muy distinta era la relación con sus fans más exaltados, ella tenía por costumbre contestar personalmente todas sus cartas y a veces incluso mantenía charlas telefónicas con ellos. Ese comportamiento se salía de los convencionalismos del Hollywood de entonces. Lástima que su carácter abierto y su sencillez no le ahorrasen tantos malos tragos.