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1. Autorretrato con pluma turbante, 36,5 x 25 cm. El Louvre, París.
Miguel Ángel
El nombre “Miguel Ángel” se ha convertido en sinónimo de “genio”. En primer lugar, porque sus talentos abarcaban la escultura, la pintura, la arquitectura, la ingeniería de armas de guerra e incluso la poesía, al punto de convertirse en la personificación del pensamiento original y de las estéticas vanguardistas. En segundo lugar, Miguel Ángel es el artista por medio del cual el humanismo encontró su máxima expresión.
En el Renacimiento, el humanismo, más que una doctrina era una postura y un estilo de pensamiento. El centro era el Hombre, no las ideas abstractas e intelectuales. Las cuestiones clave eran: ¿De dónde proviene el Hombre? ¿A dónde pertenece en el Universo? ¿Qué es, en definitiva, el Hombre? ¿Es la perfección de este mundo? Las respuestas nunca fueron definitivas ni dogmáticas, sino que estaban abiertas al análisis, el debate y la investigación. El humanismo podía transformarse del cristianismo al paganismo, de lo secular a cualquier doctrina.
El humanismo echó sus primeras raíces en Florencia bajo el liderazgo de neoplatonistas como Marsilio Ficino, Pico della Mirandola y Leonardo da Vinci. De allí se extendió por toda Europa. La poderosa creatividad, expresividad e intensidad de las obras de Miguel Ángel ilustra bellamente la concepción humanista del mundo. Para comprender mejor al artista, debemos comenzar con un análisis de su vida.
Niñez
El fin del siglo XV señaló el comienzo de una nueva era. Décadas de plaga, guerra y hambruna habían precipitado a Europa a un período de cambio radical. Los modos de pensar estaban cambiando. Los valores medievales fueron rechazados a medida que las personas con una profunda necesidad de cambio social comenzaron a cuidar sus economías prósperas y una serie de nuevas tecnologías. Lorenzo de Medici, François I y otros grandes europeos sostenían que el arte era tan importante como la guerra. Además, la imprenta hizo que la cultura estuviera al alcance de una mayor cantidad de personas. Fue durante estos tiempos revolucionarios que un funcionario inferior del estado proveniente de la nobleza menor de Florencia fue designado gobernador local (podestà) de la diócesis de Arezzo. Su nombre era Lodovico di Leonardo Buonarroti Simoni y se estableció en la ciudad de Caprese. Su segundo hijo, Miguel Ángel, nació un domingo 6 de marzo de 1475.
Al cabo de dos mandatos como gobernador local, él y la familia se mudaron a su casa solariega en Settignano, en las afueras de Florencia. Cuando su esposa murió en 1482, tuvo que criar solo a sus cinco hijos. En ese entonces, Miguel Ángel sólo tenía seis años. Desprovisto de su madre, se convirtió en un niño callado, insolente y terco. Al poco tiempo de ser enviado a vivir con la familia de un picapedrero, encauzó su frustración hacia la extracción de rocas de la cantera cercana junto a los niños de su familia adoptiva. Con ellos, Miguel Ángel aprendió a utilizar las herramientas y adquirió algunas de las habilidades que más tarde aplicaría a sus obras maestras. “Si hay algo bueno en mí, le dijo un día a su amigo Giorgio Vasari, proviene de haber nacido en el entorno sutil de la campiña de Arezzo, y, de la leche de mi nodriza, extraje el martillo y el cincel que utilizo para hacer mis estatuas”, en palabras de Robert Coughlan. Años más tarde, Miguel Ángel vería esta experiencia como la fuente verdadera de su arte.
Miguel Ángel había de recorrer un camino que se apartaba notablemente del de sus hermanos, quienes se iniciaron en el negocio de la seda. Se destacó debido a su inteligencia y sensibilidad sutiles. Su padre lo mandó a estudiar bajo la dirección de Francesco d’Urbino, un destacado gramático que abrió los ojos de Miguel Ángel a las bellezas del arte renacentista. Sin embargo, él siempre se inclinó más por el dibujo que por los estudios clásicos y rápidamente entabló amistad con un compañero de estudios de más edad, Francesco Granacci, quien también era alumno del pintor Domenico Ghirlandaio. Sorprendido por la ambición y el ímpetu de Miguel Ángel, Granacci lo convenció de iniciarse también en el arte e incluso ayudó a convencer a su padre, quien pensaba que el “trabajo manual” era impropio para el hijo de un funcionario del estado florentino. Miguel Ángel se mantuvo firme y su padre finalmente cedió, aprovechando un parentesco lejano con los Medici para inscribirlo en el taller (bottega) de Ghirlandaio como “aprendiz o sirviente”. Aunque le enfurecía la idea ser el sirviente de alguien, se mantuvo callado. De todas maneras, Miguel Ángel ingresó al taller de Ghirlandaio a los 13 años el 1 ro de abril de 1488. Era su primer paso formal hacia convertirse en el pintor más importante que haya producido el Renacimiento.
El factor Medici
El taller de Domenico Ghirlandaio prestaba sus servicios estrictamente a los florentinos adinerados. Miguel Ángel tenía un talento especial para los frescos y sus pinturas se encuentran entre las primeras en mostrar una influencia renacentista. Trabajó en la Capilla Sixtina junto a Botticelli, Rosselli y Pinturicchio bajo la dirección de Perugi y fue decorador personal de Lorenzo de Medici. En las clases de dibujo y pintura en el taller, el talento de Miguel Ángel pronto lo apartó de sus coetáneos. Por iniciativa propia, realizó una versión en color de una obra de Schoen. Ghirlandaio pronto se percató de que contaba con un genio en sus manos y lo hizo estudiar Giotto, Masaccio y Santo Spirito. Miguel Ángel pasó en total tres años en el taller copiando a maestros como Donatello y Jacopo della Quercia, aguzando la vista a medida que avanzaba. Allí, tomó total conciencia de su propia agudeza visual, su modo de pensar analítico y su olfato certero para los colores. También contrajo enemigos en el taller, ya que muchos eran envidiosos, y su nariz llevaba la cicatriz de un golpe propinado por el celoso y violento Torrigiani, a quien debemos la Villa Romana.
Aunque conoció a Lorenzo de Medici por medio de Ghirlandaio, Miguel Ángel siempre negaba que su maestro le hubiera enseñado algo de valor o que influyera en él de algún modo. Lleno de ambición, Miguel Ángel estaba seguro de su talento excepcional y le agradaba considerarlo el único motivo de su éxito.
Era una buena época para los artistas. Lorenzo de Medici, también conocido como “Il Magnifico”, fue un patrono del arte y la literatura quien, dentro de su propio palacio, fundó una escuela dirigida por Bertoldo, alumno de Donatello, en ese entonces prominente en el mundo artístico de Florencia. Los artistas jóvenes más prometedores acudieron aquí a estudiar escultura. Por medio de ésta, Miguel Ángel conoció a la familia Medici y le causó gran impresión la fabulosa colección de obras esculpidas que poseía. La escuela marcó un gran avance en su educación artística y lo llevó a una relación laboral de por vida con la familia Medici.