ABDELMUMIN AYA
JOSÉ MANUEL MARTÍN PORTALES
EL DIOS DE LA PERPLEJIDAD
Herder
Diseño de la cubierta: Claudio Bado
© 2010, Abdelmumin Aya y José Manuel Martín Portales
© 2010, Herder Editorial, S. L., Barcelona
© 2013, de la presente edición, Herder Editorial, S. L., Barcelona
Maquetación electrónica: produccioneditorial.com
ISBN: 978-84-254-3037-4
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Índice
Prólogo
Los autores de esta obra tienen varias cosas en común: ambos son creyentes, uno musulmán y otro cristiano; ambos aman la palabra esencial y por ello son poetas; y los dos son hijos de Andalucía, una tierra de luz en la que convivieron antaño cristianos y musulmanes y en la que ahora vuelven a convivir. ¿Convivir? ¿O fue y sigue siendo una mera yuxtaposición en sorda guerra? Este libro es brecha para los muros que se yerguen entre las dos comunidades y puente para que se transite entre ellas.
En estas páginas dos voces logran hacerse una para balbucear juntas aquello que no puede ser dicho ni hablado. Dos plumas escriben una sola grafía para apuntar hacia una Profundidad en la que toda palabra se desvanece. Ha llegado el tiempo de que el diálogo entre cristianos y musulmanes ya no sea una cuestión etológica («ciencia sobre el comportamiento animal», mayormente en torno a la defensa del territorio) para convertirse en un asunto teológico, más allá de los territorios construidos por las respectivas teologías. Estas páginas son un atisbo de que ya es tiempo de ello.
No puede distinguirse qué página, párrafo o línea corresponde a cada autor porque han dejado su autoría en manos de Quien les ha dado la palabra, la página en blanco y la tinta para dibujar con ellas cenefas del Misterio. No hay protagonismo alguno porque el único protagonista es la indagación y la fe compartidas hacia la Hondura que continuamente van abriendo la mente y el corazón más allá de sí mismos, acallando a una razón que, silente, es capaz de recibir sentidos que no le pertenecen.
Noventa y nueve densos y breves capítulos ofrecidos por dos creyentes. Esta cifra hace referencia a los noventa y nueve nombres de Allâh que recoge el Corán, dejando el número cien más allá del lenguaje humano y también para que el lector lo complete, porque ese último Nombre no-revelado es irrepetible para cada cual. Noventa y nueve meditaciones de temas que van apareciendo al hilo de una reflexión compartida de la que los autores nos han dejado su sedimentación final. Límpida, diáfana, esencial. Sin adornos y por ello tan preñada de belleza.
Estas reflexiones se abisman en el Dios de la perplejidad para hacernos partícipes de la convicción de sus autores de que cuando se pretende acceder a Él por el camino de la razón conquistadora, Dios desaparece. Pero cuando la razón sabe descalzarse y aceptar sus límites, y es capaz de entregarse, entonces se va desvelando el Misterio, no como un enigma ni como un límite, sino como el fondo sustentador del acto mismo del pensar.
Quien se adentre en la lectura de este libro verá aparecer una deslumbrante luz que no resuelve las perplejidades de la fe que un cristiano y un musulmán comparten. Quien se mantenga firme página tras página compartirá con ellos la aventura de preguntarse lo que todo creyente se ha preguntado alguna vez. Y encontrará como respuesta la profundización de la pregunta hasta su raíz, ahí donde el interrogante se acalla para dejar paso a la adoración del Misterio que no se puede inquirir. Sólo se puede recibir.
Necesitamos obras como ésta, que nos sitúen en un lugar que nos despertenece. Al despertenecernos somos convocados al Lugar de donde surge toda Revelación: el acto de donación que brota continuamente de Dios y al que sólo se accede por la entrega (en lenguaje cristiano) y por la sumisión (en lenguaje islámico, que es lo que significa la misma palabra «islam»). Así, la teología no deviene una construcción de un sistema de pensamiento en la que secuestrar a Dios sino una deconstrucción permanente de todo sistema para abrirse al Dios siempre mayor, oculto en la misma capacidad de pensar, de inquirir e indagar que ha dado a los humanos para encontrarlo.
Javier Melloni
Introducción
El profeta Mu h ammad invocaba
a Dios diciendo: «¡Oh, Allâh,
aumenta mi perplejidad en Ti!»
(Allâhumma, çidnî fîka ta h ayyuran).
La Revelación es la palabra de lo que ocurre en el abismo. La conciencia se planta ante él y el profeta le habla cara a cara. Luego, transmite lo que experimenta como una palabra frágil. Por eso, lo que comprendamos se nos dará a partir de lo que no comprendamos.
Existen niveles de perplejidad en la Revelación. Todo lo que expresa la palabra profética es Revelación, pero no todo tiene la virtud de sacar al profeta de donde está y llevarle a un hábitat desconocido. Nos fijaremos particularmente en los aspectos más desconcertantes de la Revelación. En el diálogo que hemos mantenido, nuestra metodología fue poner en comunión algunos versículos revelados de cada una de nuestras tradiciones —el islam y el cristianismo—, sin explicarlos desde lo ya sabido, sino abriéndonos a la posibilidad de una lucidez compartida. Dentro de todas las tradiciones religiosas existen determinadas palabras difíciles de comprender, a veces incluso escandalosas. Se trataba de comprobar si esos elementos desconcertantes de las distintas Revelaciones apuntaban hacia una misma dirección, si eran una misma palabra, y si esa palabra podía ser entendida sólo en el diálogo. El objetivo era saber si Dios se había dicho a sí mismo una y otra vez sin haber sido comprendido porque no habíamos sabido escuchar al otro. Dios espera a nacer en silencio del diálogo entre los hombres. Porque sólo el diálogo fabrica inocencia.
En la hermenéutica que suele hacerse se pregunta a la realidad sobre el misterio. Nosotros hacemos al contrario: preguntamos al misterio sobre la realidad. Como respuesta obtenemos el silencio que sigue a toda perplejidad. Esperamos compartir el silencio de Dios. Vamos desde lo que se sabe a lo que no se sabe. Vamos hacia la perplejidad y no hacia la certeza. No se trata de encontrar respuestas sino de fabricar preguntas. La pregunta es tu riqueza recuperada. Te ha sido devuelta tu pregunta y ésta es la perplejidad que te permite reinventarte. Sólo así logramos abrir el futuro y no ofrecernos como clausura de futuro. Las teologías desactivan el futuro; el misterio de la Revelación se resiste a convertirse en una verdad. Únicamente cuando sostienes la perplejidad por la existencia, ésta no se fractura, ni te aleja de sí. Sabemos ahora una cosa: sólo puedes habitar el mundo que no comprendes. Y, tan sólo, si no lo comprendes junto a otros. La potencialidad de la conciencia está en un no-saber compartido. Dios dice: «Si me buscas, olvida tu lámpara. Apaga las antorchas. Yo soy la oscuridad que debéis compartir. Hazte, con los que son como tú, pájaro ciego».
EL DIOS DE LA PERPLEJIDAD
Existe lo que es nombrado. Pero el silencio es una forma distinta de nombrar las cosas. Hablamos del silencio como tiempo abierto en el que las cosas no están completas. Un silencio real sólo puede decirse de lo que todavía no es. Hay un magma de sentido en el silencio. El silencio no es una argucia de Dios. Nos escandaliza su silencio. Pero gracias al silencio te mantienes en la existencia imperceptible. El modo de estar de Dios se transforma en nuestro horizonte. Y luego se nos convierte en coraza. No reaccionamos al ruido, sino que actuamos desde el silencio. Satán es el ruido.
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