Andrew Graham-Yooll - Memoria del miedo
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- Libro:Memoria del miedo
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2006
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Para los que vi morir,
para mis colegas,
para mis cuatro hijos
(Inés, Luis, Isabel y Matías),
para los que sobrevivieron,
para que nada se olvide.
Título original: Memoria del miedo
Andrew Graham-Yooll, 2006
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
La Argentina del siglo XXI es otro país. Es lo que queremos creer. El país de la década de los setenta quedó allá lejos. Fue el país que confirmó lo que los argentinos no queríamos saber: que éramos una sociedad violenta y dividida. A raíz de las sucesivas crisis políticas retrocedimos rápidamente desde los altos niveles de cultura alcanzados en generaciones anteriores. Esto último, la decadencia cultural, quizá más que el estado de violencia, no lo deseamos ver de forma alguna. Negamos. Hoy, el país es otro, más pobre, con una administración constitucional que llamamos democrática que, aún con sus fallas, nos enorgullece. Otros aspectos de la otredad no nos quedan muy claros.
En fin, todavía somos también el mismo país que recibió a Juan Perón, aquel amigo de Francisco Franco al que expulsamos en 1955, y lo vivó a su regreso de España en junio de 1973, y lo lloró, entre puteadas porque se fue demasiado rápido, cuando murió en julio del año siguiente. Somos los que respiramos con alivio cuando en marzo de 1976 los militares, conquistadores de todo por falta de resistencia, metieron presa a la viuda de Perón, presidenta de segunda mano. Los argentinos pasamos a ser «derechos y humanos», ofendidos porque el mundo nos decía sanguinarios apañadores de criminales en el poder. Realmente no era deseable reconocer que los militares, respaldados por la indiferencia pública, torturaban hasta la muerte a jovenzuelos en nombre de un terror de estado, los «desaparecían». Como demostración de nuestras bondades triunfamos en la Copa Mundial de Fútbol en 1978 y lo celebramos, «derechos y humanos», junto a los dictadores, quienes celebraban la victoria porque los hacía aceptables frente a la sociedad mundial. La dictadura instauró una economía de ostentación, debida a una moneda falsamente fuerte, con la que los ciudadanos salieron al mundo a comprar todo lo que la anterior economía cerrada y una moneda devaluada les habían negado. Fue la era del «deme dos», instalada para facilitar la importación de productos en detrimento de la industria local. Finalmente en 1981 el desempleo masivo nos impulsó a marchar contra los dictadores, pero de inmediato celebramos con el general Leopoldo Fortunato Galtieri la invasión a las islas Malvinas en abril del 82, y tres meses después, ante la derrota, vilipendiamos a los incompetentes comandantes de la picana que no supieron organizar el asalto a un baldío. Para no tener que pensar en el fracaso dimos la espalda a miles de jóvenes, a su regreso de la batalla de Malvinas, maltrechos y desilusionados.
Celebramos el retorno a la democracia, en diciembre de 1983; que nos hizo sentir que pudimos elegir algo. Pero no celebramos lo que realmente nos hizo grandes en el mundo, los juicios a los dictadores en 1985, experiencia única en el derecho internacional en tiempos de paz; y rechazamos a Raúl Alfonsín por no evitar la hiperinflación del 89. Celebramos la recuperación financiera del país con Carlos Menem a partir del 91. Ingresamos al «primer mundo». Reelegimos a Menem con más del cuarenta y ocho por ciento en 1995, pero no hay un solo argentino que recuerde haberlo votado. Celebramos la partida de Menem con la llegada democrática de Fernando de la Rúa. Pero en 2001, lo repudiamos a todo «cacerolazo». En medio de una profunda crisis bancaria cantamos marchas patrióticas por el impago de la deuda pública, declarado por un minipresidente que apenas duró una semana. En enero de 2002, repudiamos la devaluación del peso argentino, protestamos contra el gobierno que devaluó y lamentamos el quebranto nacional.
Por eso, en 2003, celebramos la llegada de un presidente que contaba solo con el veintidós por ciento de los votos y a los seis meses el cincuenta por ciento de los argentinos creyó haber votado a Néstor Kirchner.
El nuevo presidente insultó a casi todos sus opositores y críticos, a gobiernos extranjeros amigos, despidió a aliados políticos por expresar sus desacuerdos, y creó un entorno de «chupaculos» del poder. Reabrió heridas que quedaban de los años setenta, implantó la aceptación de muertos buenos y muertos malos al recordar sus años mozos cuando se sospechaba como parte de una juventud revolucionaria. En diciembre de 2005, anunció que pagaríamos toda la deuda al FMI, que era el siete por ciento de la deuda pública total, porque somos bien machos. La decisión fue celebrada como un acto soberano por todos, los mismos que celebraron el impago de la deuda.
El discurso celebratorio continuará mientras la gran clase media argentina siga pensando con el cerebro en el bolsillo.
Hoy, la Argentina es otro país. Casi seguro que sí.
Memoria del miedo tiene su historia, como cualquier libro. Yo estaba empleado en la redacción de The Guardian, en Londres, cuando el poeta inglés Alan Ross, dueño y director de la revista literaria, London Magazine, me invitó a escribir algo para su publicación y dejar de relatarle en el pub las historias de crueldad cuya memoria me abrumaba día y noche en el exilio londinense. La primera pieza apareció en julio de 1978. Siguieron otras, en el Partisan Review (Boston) y en el New Edinburgh Review (Edimburgo). Roger Omond, colega sudafricano exiliado en Londres que había trabajado con Donald Woods (un periodista fugado, autor de la biografía de Steve Biko) me presentó a su amiga Anne Beech, dueña del sello editorial Junction Books, de Londres. Ella publicó Portrait of an Exile (Retrato de un exilio), en septiembre de 1981.
El libro se reeditó en Nueva York en 1982 como A Matter of Fear (Una cuestión de miedo); y para que nadie diga que los libros no retienen su influencia, a pesar de los cambios en las comunicaciones, un capítulo, el tercero, el de la liberación en junio de 1975 del empresario Jorge Born secuestrado por la guerrilla Montoneros, fue usado por el gobierno de Raúl Alfonsín en la extradición y juicio de Mario Eduardo Firmenich (nunca se supo cuál fue el arreglo político entre Argentina y Brasil para lograr esa extradición por parte del gobierno de Brasilia). Así que fui convocado por el gobierno a declarar como testigo de cargo contra Firmenich y durante el juicio, en noviembre de 1984, tuve numerosos custodios, probablemente para aumentar el impacto publicitario político más que como necesidad de protección personal. El relato de mi viaje desde Londres a Buenos Aires —con escala clandestina en Madrid escoltado por los servicios secretos españoles— para testificar contra Firmenich fue incorporado al libro en sucesivas ediciones como Apéndice al Capítulo Tercero.
En Buenos Aires el libro se publicó por primera vez en 1985, en el sello Sudamericana. En 1986, el sello Eland Books, de Londres, lo reeditó como A State of Fear (Un estado de miedo) y fue elegido como libro del año por el Good Book Guide. El escritor Graham Greene, en la consulta de fin de año en el semanario The Observer, lo elegía también entre los tres o cuatro mejores del año. A Greene y a Dervla Murphy, del Good Book Guide, les debo el éxito de las sucesivas ediciones. También se ha traducido al hebreo y al chino.
Lo que más vergüenza me da siempre es haber sentido el ridículo del miedo una vez más: me dio miedo leer mis propias pruebas de la nueva edición de
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