La historiala cuentan los vencedores. La máxima, repetida hasta el cansancio, parece determinar los hechos que llegan hasta nosotros desde el pasado. A esta idea le sumo la injusta mención de la participación femenina en los hechos y en los relatos, condición que busca revertirse de unas décadas a esta parte, mostrándonos con rigurosidad el incuestionable lugar de la mujer en el mundo. Ahora bien, ¿qué podemos decir sobre las mujeres que nos cuentan historias? ¿Qué han tenido que vencer para escribir sobre los procesos históricos?
Daniela Senés, admirando los pasos de destacadas estudiosas del pasado —Lucía Gálvez, por nombrar una—, se atrevió a romper una campana de cristal uniendo la pasión, el rigor histórico y una manera de comunicar glamorosa que llega hasta nosotros en este libro. Estamos ante una mirada femenina de la historia que pincela el contexto de los hechos duros con la sensibilidad de las emociones y la cultura gastronómica. Esta es la propuesta del banquete presentado en Historia a la carta.
La autora nos invita a realizar un viaje original y divertido, un paseo por la Historia a través de un menú variado en el que profundiza aspectos únicos de la vida de Nelson Mandela, Lady Di o Agatha Christie, entre otros referentes de la cultura y la política del siglo XX. Además, Daniela entendió que la multiplicidad de miradas enriquece y sumó la pluma de su socia y amiga, Silvina Blanco, quien complementó la obra desde la ruidosa batería culinaria.
Daniela Senés irrumpe entre las mujeres que aman contar la Historia con su impronta distinguida e inquisidora. Pero también es una mujer que abre caminos explorando nuevas formas de conocer el pasado, atreviéndose a darle a su pasión un formato empresarial y exitoso. Esa pasión, materializada en este libro audaz y elegante, está presente en cada página e invita a los lectores a sumergirse en las vidas de personajes de relevancia indiscutible.
La elección de los nombres y sus historias corre por cuenta de la escritora, que nos deja cultura, arte y política en nueve platos plenos de detalles sorprendentes, de escenarios que permiten acercarnos desde un lugar innovador a los procesos de la historia mundial. Esta vez, la Historia la cuenta una mujer con una indiscutible trayectoria académica que sabe que no es necesario vencer a nadie para hablar del pasado.
Las mesas son grandes protagonistas de la Historia; en ellas se forjaron carreras, se decidieron guerras y se consumaron treguas; han sido testigos de grandes amores y han presenciado sus ocasos. Los platos que servimos en una mesa nos animan a relajarnos y a sumergirnos en charlas con otros comensales. La comida es absolutamente necesaria, pero más allá de alimentarnos, nos convoca. Los sabores nos transportan en el tiempo y nos regresan a lugares añorados. Son puentes para reencuentros con seres que ya no están, pero que son evocados a través de aromas y sabores familiares. En pocas palabras, podemos medir la vida en bocados amargos o dulces. A su vez, cada plato tiene una historia propia para contar. Hay recetas secretas, otras fueron fruto de accidentes fortuitos, hay especialidades que cobraron fama por ser las preferidas de algunos protagonistas o porque fueron servidas en momentos decisivos.
De una forma u otra, todos tejemos nuestra propia historia en una mesa. Algunos de mis recuerdos más emotivos se forjaron alrededor de cabellos de ángel amasados a mano y de la mejor polenta que probé jamás, la que mi bisabuela preparaba en una olla de cobre que había sobrevivido al bombardeo de Trieste. Seguramente habrá polentas más sabrosas, pero no volverá a haber otra igual porque la mía venía acompañada del relato de la vida de mi familia en la Italia de posguerra, aquella que, un día, decidieron dejar.
Historias como aquella me impulsaron a otras costas, a vivir en Gales en un colegio internacional, donde fui espectadora y protagonista de las nuevas historias que se desplegaban ante mí. Por ejemplo, cuando los estudiantes exigimos que no se sirvieran productos sudafricanos en nuestras mesas, en solidaridad con el pedido internacional por la liberación de Nelson Mandela.
Más adelante, cuando elegí dedicarme a contar la Historia, maridé mi carrera en Relaciones Internacionales con la docencia. Trabajé en Buenos Aires, en St. Catherine’s Moorlands School, hasta que me sumé a una organización educativa internacional, la Organización del Bachillerato Internacional. Desde allí tuve la oportunidad de trabajar en los cinco continentes, de conocer la Historia de primera mano y de volcar mi experiencia como formadora de profesores en cinco libros publicados en el Reino Unido. A fines de 2018, cuando me desempeñaba como examinadora en jefe de la Organización, sentí que era hora de ir en busca de una nueva mesa. Añoraba las experiencias de mi infancia y el calor de los platos que cuentan la historia.
History After Office puso la mesa por primera vez en mayo de 2019. Silvina Blanco, mi gran amiga y socia, diseña las vivencias alrededor de comidas de tres pasos que me ayudan a contar la Historia. Todos quienes se sientan a nuestras mesas disfrutan del maridaje que proponemos entre la historia, las artes y la gastronomía. Creemos que comer como esos personajes contribuye a acercarnos a ellos, a sus fortalezas y debilidades.
Mientras yo cuento acerca de la carrera militar de Napoleón, Silvina sirve los platos que Bonaparte, por cábala, comía antes de cada batalla. Cuando abordo la vida del presidente más joven de los Estados Unidos, el primero nacido en el siglo XX y el primero de religión católica en el país, ella pone sobre la mesa los platos que revolucionaron la Casa Blanca durante la presidencia Kennedy. No faltan en nuestras mesas aquellas pequeñas anécdotas que nos revelan el costado humano de los protagonistas. Así, mientras intentamos descubrir a las personas que los habitan, disfrutamos de recrear un clima propicio para viajar por el tiempo.