Ana Requena Aguilar (Madrid, 1984) es periodista. Fue parte del equipo fundador de eldiario.es en 2012, medio en el que trabaja desde entonces y en el que actualmente ejerce como redactora jefa de género. Como parte de eldiario.es, en 2014 lanzó el blog Micromachismos para hablar y denunciar machismos cotidianos, una iniciativa que le ha valido varios reconocimientos, como el Premio de Comunicación no Sexista 2015 de la Asociación de Mujeres Periodistas de Cataluña. Ha recibido otros galardones, como el Premio Pilar Blanco a la información sociolaboral, el Premio Rosa Roja al compromiso feminista, o el Premio 8M por su contribución a la huelga feminista de 2018 con el movimiento Las periodistas paramos. Es autora de varios ensayos más especializados en el tema. Este es su último libro.
Ana Requena Aguilar, 2020
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
Notas
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Los últimos años han sido los de la ruptura del silencio: en todo el mundo miles de mujeres han compartido sus experiencias de violencia y acoso sexual. Pero ese discurso, necesario, debe ir acompañado de otro: el del placer de las mujeres. Frente al terror sexual, el feminismo pone sobre la mesa el deseo, la autonomía sexual, el derecho de las mujeres a ser sujetos del sexo y del placer y no solo objetos. El camino no es fácil: la sexualidad ha sido una de las armas del patriarcado para disciplinar a las mujeres. Por eso, ahora más que nunca, necesitamos afianzar un relato feminista que nos permita combatir los estereotipos que aún nos lastran, reconstruir el deseo y la forma en que nos relacionamos, y conquistar el derecho al placer. Quizá por eso un juguete sexual como el Satisfyer está causando furor y sirviendo para que las mujeres rompan el tabú sobre su masturbación. Pero hay que hablar también de la otra parte: en muchas ocasiones cuando las mujeres ejercen su derecho al deseo encuentran la hostilidad masculina. El ghosting, el desprecio, la espera injustificada, la venganza, la insatisfacción o el sexo sin ápice de cuidados son algunas de las reacciones que encontramos. ¿Qué ha cambiado entonces?, ¿y qué podemos hacer?
Ana Requena Aguilar
Feminismo vibrante
ePub r1.0
Titivillus 08-01-2022
FEMINISMO VIBRANTE.
SI NO HAY PLACER, NO ES NUESTRA REVOLUCIÓN
Ana Requena Aguilar
Los últimos años han sido los de la ruptura del silencio: en todo el mundo miles de mujeres han compartido sus experiencias de violencia y acoso sexual. Pero ese discurso, necesario, debe ir acompañado de otro: el del placer de las mujeres. Frente al terror sexual, el feminismo pone sobre la mesa el deseo, la autonomía sexual, el derecho de las mujeres a ser sujetos del sexo y del placer y no solo objetos. El camino no es fácil: la sexualidad ha sido una de las armas del patriarcado para disciplinar a las mujeres. Por eso, ahora más que nunca, necesitamos afianzar un relato feminista que nos permita combatir los estereotipos que aún nos lastran, reconstruir el deseo y la forma en que nos relacionamos, y conquistar el derecho al placer. Quizá por eso un juguete sexual como el Satisfyer está causando furor y sirviendo para que las mujeres rompan el tabú sobre su masturbación. Pero hay que hablar también de la otra parte: en muchas ocasiones, cuando las mujeres ejercen su derecho al deseo encuentran la hostilidad masculina. El ghosting, el desprecio, la espera injustificada, la venganza, la insatisfacción o el sexo sin ápice de cuidados son algunas de las reacciones que encontramos. ¿Qué ha cambiado entonces? y ¿qué podemos hacer?
A Fina y Ana, mis abuelas
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Introducción: la maleta
E ste libro empieza con una maleta. Es de color violeta, mediana, de 67 por 46,5 centímetros, no sé cuántos de profundidad. La he comprado adrede para este viaje. Es agosto y he decidido irme ocho días a París, sola y sin expectativa de tener mucha compañía en la ciudad. Tengo 34 años, pero en solo cuatro meses, en medio del otoño madrileño, cumpliré los 35. En uno de los libros que he leído hace poco dicen que es la edad del desconsuelo, y la verdad es que en este momento me parece una definición muy acertada. Tengo los billetes y la reserva de un apartamento en Montmartre, pero me falta una maleta. Paseo por Madrid cuando la veo en el escaparate: morada y, por lo tanto, perfecta. La lleno con ropa y con libros y, dentro de la bolsa de aseo, meto mi pequeño vibrador de viaje. También es morado.
París resulta ser justo lo que necesitaba. Me da aire y espacio. Estoy a solas conmigo misma mucho rato y eso, para una madre de un niño que entonces aún no ha cumplido los cuatro años, es una sustancia casi extraña que pruebas como si estuvieras a punto de ingerir un alucinógeno. Me masturbo mucho, me masturbo muchísimo. Me masturbo cuando me despierto, o antes de acostarme. Me masturbo en el sofá del salón, que tiene vistas al Sacré-Coeur. Me masturbo en cualquier momento inesperado del día, cuando vuelvo de pasear por el Boulevard Saint Germain, cuando siento que me aburro o mientras se cuecen los macarrones, cuando estoy escribiendo y necesito un parón o cuando pienso en sexo y mi cuerpo se desborda. El pequeño vibrador morado y alargado ocupa su sitio sobre la mesita de noche, resiste mis embates, una pila le basta para seguir zumbando. Soy madre, sí, y estoy sola de viaje y no echo de menos y me masturbo y deseo tener sexo; me imagino a amantes encima de mí, debajo de mí, detrás de mí, delante de mí. Soy el epítome del pecado, de lo que está mal, de lo que no cuadra en una mujer, al menos en la buena mujer que un día se inventaron y que está ahí, en las profundidades, para confrontar nuestras pequeñas liberaciones.
El último día, no sé bien cómo, acabo en una fiesta al lado del canal de Saint-Martin en la que la gente se menea y baila y hay quien termina por quitarse la ropa. Estamos en un bar de vinos, hemos cerrado la puerta y ponemos música atronadora mientras los dueños abren botellas y nos sirven vasos sin preguntar. Me he masturbado ese día, eso seguro, me masturbo todos los días con mi pequeño vibrador, pero aun así quiero más. No conozco a casi nadie pero las manos y los besos se reparten generosos y sin más preguntas que el asentimiento de quienes dan y reciben. Así que bailo y me arrimo y dejo escurrir mi cuerpo y sus fluidos.
A la mañana siguiente hago la maleta y me dispongo a coger un vuelo con resaca. No importa porque me noto eufórica, a punto de estallar, es una de esas veces en las que mi cuerpo me parece un instrumento sensual que puede, también, vibrar y emitir melodías. Ya en el avión ocupo mi sitio —ventanilla, menos mal— y apoyo la cabeza contra el fuselaje. Dos horas y media después, frente a una cinta de equipajes del aeropuerto Madrid-Barajas, espero mi maleta. Y espero y espero y espero. La cinta no se mueve y los que nos hemos arremolinado allí empezamos a perder la paciencia. Pasa media hora y después otra. Empiezan los rumores. «Parece que están revisando una maleta con algo sospechoso», oigo a mi lado. Entonces me viene una idea a la cabeza, se me aparece de repente, como esas pequeñas bombillas de los dibujos animados. Pero no puede ser, ¿de verdad será eso? Pienso en mi vibrador, mi pequeño amigo, en la bolsa de aseo. ¿Se habrá encendido en mitad del vuelo? ¿Será ese el problema de seguridad que nos tiene ahí esperando? La respuesta es sí.