Jitomir, 3 de junio
P or la mañana en el tren, he ido a buscar una guerrera y unas botas. Duermo con Jukov y Topolnik, está sucio, por la mañana el sol me da en los ojos, los vagones están mugrientos. Jukov filiforme, Topolnik voraz, y toda la gente de la redacción es increíblemente sucia.
Té malo en escudillas prestadas. He enviado cartas a casa, paquetes a Yug-Rosta, una entrevista con Pollak, operación para tomar Novogrado, la disciplina se relaja en el ejército polaco, la propaganda de los guardias blancos polacos, folletos en papel de fumar, las cerillas, los judíos, los comisarios, esto es necio, odioso, impotente, nulo y extraordinariamente poco convincente. Una cita de Mijailov sacada de la prensa polaca.
La cocina en el tren, los gruesos soldados de rostros inyectados en sangre, de almas grises, un calor sofocante, en la cocina, la sémola, mediodía, el sudor, las lavanderas de gruesas piernas, esas buenas mujeres apáticas —las estaciones— describir a los soldados y a las mujeres de gruesas piernas, ahítas, dormidas.
El amor en la cocina.
Tras el almuerzo, llegada a Jitomir. Una ciudad blanca, no dormida sino herida, asustada. Busco rastros de la cultura polaca. Mujeres bien vestidas, con medias blancas. La iglesia católica.
Me baño en el Teterev cerca de Nuska, un sucio riachuelo, en el baño, los viejos judíos de largas piernas flacas, cubiertas de pelos blancos. Los jóvenes judíos. Las mujeres lavan la ropa en el Teterev. Una familia, una mujer guapa, el marido que cuida al niño.
El mercado de Jitomir, un viejo zapatero, el azulete, la tiza, los cordones.
Los edificios de las sinagogas, de una arquitectura antigua, cómo me conmueve el alma todo esto.
Un cristal de reloj: 1.200 rublos. El mercado. Un pequeño judío filósofo. Tienda inverosímil: Dickens, escobas y zapatillas doradas. Su filosofía: todo el mundo pretende combatir por la justicia, pero todo el mundo saquea. Excelentes palabras, su barbita, charlamos, el té y tres pasteles de manzana cuestan 750 rublos. La vieja interesante, malvada, sagaz, tranquila. Qué ávidos se muestran todos en cuanto se trata de dinero. Describir el mercado, los cestos de frutas, las cerezas, el interior de la taberna. Conversación con una rusa que ha venido a pedir un barreño. El sudor, el té adulterado, me como la vida a mordiscos, adiós, muertos.
El yerno Podolski, intelectual extenuado, cuenta algo sobre los sindicatos, sobre su servicio militar con Budenny, por supuesto soy ruso, mi madre es judía, entonces ¿por qué?
El pogrom de Jitomir, organizado por los polacos y además, evidentemente, por los cosacos.
Tras la primera aparición de nuestra vanguardia, los polacos han entrado en la ciudad y se han quedado tres días, pogrom antijudío, han cortado barbas —eso es habitual—, robado a 45 judíos en el mercado, se los han llevado al matadero, torturas, lenguas cortadas, aullidos que llenaban la plaza. Han quemado 6 edificios, el de Koniushowski en la plaza de la catedral —investigo sobre los que atentaron salvar sus vidas—, las ametralladoras, el portero en cuyos brazos una madre tiró a su hijo desde una ventana en llamas —abatidos a bayonetazos, el cura puso una escalera contra la pared trasera y así los salvó.
El sabat comienza, dejamos al suegro para dirigirnos a casa del zaddik. No he entendido su nombre. Un cuadro impresionante para mí, a pesar de que el declive y la total decadencia sean absolutamente evidentes. El zaddik, su silueta enjuta, de anchos hombros. Su hijo —un muchacho aristocrático en caftán—, se distinguía un interior pequeño burgués, pero amplio. Todo muy como Dios manda, su mujer, una judía ordinaria, incluso modern style.
Los rostros de los viejos judíos.
Conversaciones en una esquina a propósito del alto coste de la vida.
Me enredo con el libro de oraciones. Podolski me corrige.
Una lamparilla de noche a guisa de vela.
Soy feliz, los rostros inmensos, las narices ganchudas, las barbas negras canosas, esto me hace reflexionar mucho, adiós, muertos. El rostro del zaddik, sus lentes niqueladas:
—¿De dónde viene usted, joven?
—De Odessa.
—¿Cómo es la vida allí?
—La gente está viva.
—Mientras que aquí, es el horror.
Una breve conversación.
Me voy, totalmente impresionado.
Podolski, pálido y triste, me da su dirección, una velada maravillosa. Camino, reflexiono sobre todo esto, sobre las calles silenciosas, extranjeras, Kondratiev con una judía morenita, pobre comandante con su gorra caucasiana, no tiene ningún éxito.
Después, por la noche, el tren, los eslóganes pintarrajeados del comunismo (contraste con lo que he visto entre los viejos judíos).
El martillear de las máquinas, tenemos nuestra propia estación eléctrica, nuestros propios diarios, proyectan un filme, el tren resplandece, ruge, los soldados mofletudos hacen cola ante las lavanderas (durante dos días).
Jitomir, 4 de junio
P or la mañana, envío de paquetes a Yug-Rosta, información sobre el pogrom de Jitomir en mi casa, a Oreshnikov, a Narbut.
Leo a Hamsum. Sobelman me cuenta el tema de su novela.
Nuevo manuscrito de Job, un anciano que vive desde hace siglos, sus alumnos se lo han robado para simular la ascensión, un extranjero aburrido, la revolución rusa.
Schulz, esto es lo esencial, la lujuria, el comunismo es cuando robamos manzanas a sus propietarios, Schulz discurre, su calvicie, las manzanas escondidas, el comunismo, la postura de Dostoievski, hay algo ahí, hay que imaginarlo, esa inagotable lujuria, Schulz en las calles de Berdichev.
Jelemskaia que ha tenido una pleuresía, diarrea, se ha puesto completamente amarilla, su caftán mugriento, una crema de manzanas. ¿Qué haces aquí, Jelemskaia? Deberías casarte, un marido, un despacho técnico, un ingeniero, un aborto o un primer hijo, eso era tu vida, tu madre, te bañabas una vez por semana, era tu novela, Jelemskaia, y así es como tienes que vivir y adaptarte a la revolución.
Apertura de un club comunista en la redacción. Ahí está el proletariado, esas judías y esos judíos increíblemente pusilánimes, surgidos de su sótano. Tribu lastimosa, horrible, camina. Describir después el concierto, las mujeres que cantan canciones de la Pequeña Rusia.
Baño en el Teterev. Kiperman, nuestra búsqueda de víveres. ¿Cómo es Kiperman? Qué imbécil soy, he malgastado el dinero. Oscila como un junco, con una gran nariz, está nervioso, quizá loco, pero ha llevado a cabo una estafa, cómo retrasa el pago, dirige el club. Describir su pantalón, su nariz, su forma de hablar sin prisa, sus sufrimientos en la cárcel, es un hombre terrible ese Kiperman.
La noche en la calle. La caza de las mujeres. Cuatro avenidas, cuatro etapas: primer contacto, conversación, nacimiento del deseo, el Teterev abajo, un viejo enfermero que dice que los comisarios tienen de todo, incluso vino, pero es bienintencionado.
Yo y la redacción ucraniana.
Gujin, de quien Jelemskaia se ha quejado hoy, se buscan algo mejor. Estoy cansado. Y de pronto, la soledad, la vida pasa ante mí, pero qué significa.
Jitomir, 5 de junio
H e recibido en el tren unas botas y una guerrera. Al alba voy a Novogrado. Un camión marca Thornicroft. Se lo han tomado todo a Denikin. Salida del sol en el patio de un monasterio o escuela. He dormido en el camión. A las 11 Novogrado. Después otro Thornicroft. Un puente de desviación. La ciudad está más viva, las ruinas parecen normales. Cojo mi maleta. El estado mayor se ha ido a Korets. Una judía ha dado a luz, en la clínica por supuesto. Un hombre filiforme, de nariz ganchuda, pide trabajo, me sigue por todas partes con mi maleta. Le prometo que volveré mañana. Novogrado-Zviaguel.
En el camión, un abastecedor con gorra blanca, un judío y Morgan, algo encorvado. Esperamos a Morgan que ha ido a la farmacia, su hermano pequeño tiene una blenorragia. El camión viene de Fastov. Dos gruesos conductores. Salimos como una flecha, es un verdadero chófer ruso, tenemos el corazón en la garganta. El centeno madura, los correos galopan, los infelices, enormes camiones cubiertos de polvo, rollizos muchachos polacos, medio desnudos, de cabellos muy rubios, los prisioneros, las narices polacas.