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Exit homo ludens
Ahora se abre una puerta. Nada es ya lo que era.
Sin embargo, percibe con demasiada claridad que tiene lagunas. Son habilidades, nombres y conocimientos que le faltan, de esos que «un escritor con contrato» debe poseer. Es cierto que puede felicitarse por el hecho de que su modestia, aprendida con tanto esfuerzo, sea «la más importante del país», una broma que casi ha tomado prestada de Strindberg, pero ¿para qué le sirve? Está convencido de que prácticamente todos los demás carecen de defectos, cosa que, no obstante, lo llena de determinación. Cree saber en qué consiste su sustancia interior, tiene algo que contar, pero alrededor de eso… ¡lagunas!
No es hasta mucho tiempo después que esa idea deja de perseguirle. Comprende que casi todos los demás tienen tantas lagunas como él, y eso lo consuela.
Lee, pero ahora de otra manera.
Antes leía a los americanos del realismo social, como Dos Passos y Steinbeck, o a los estilistas clínicos de Suecia, como Söderberg y Dagerman. Ahora prefiere Pale Fire de Nabokov o The Naked Lunch de Burroughs. Se pierde en el mundo formal de la novela. Un invierno con Finnegans Wake, el equivalente en el arte de la novela al callejón sin salida de la música clásica contemporánea de Occidente, no le aporta muchas respuestas. Pero la brújula sigue girando. Un día, en una visita a casa de su madre, encuentra por casualidad aquella redacción que hizo para su graduado escolar. Lleva el ilustrativo título El campo deportivo y la vida que hay allí. La lee y descubre con espanto que escribía igual a los quince años que ahora. Teme que las redacciones de primaria sean aún mejores. ¿Qué era lo que le había dicho su madre? «Que escribía bien»; ¿o no era algo así como que poseía unas cualidades singulares? Pero ¿adónde apunta la curva ahora? ¿Hacia abajo? Teme no ser a veces él quien escribe. «No ser más que un eco». ¿En qué consiste realmente lo que es él?
Empieza a leer las sagas islandesas, de nuevo.
Al mismo tiempo, lleva una vida ascética. Afectado por su úlcera, o más bien por su abuso de las aspirinas, por el que ahora lo han operado, se ve obligado a una época de abstinencia total de alcohol. Ni una gota hasta mediados de los años sesenta. La ascesis le parece algo normal.
Luego recordará esos años y se asombrará. Y es que le resultaba muy sencillo. ¿Cómo es posible que eso que un día sería tan difícil haya sido tan fácil?
Está en pleno inicio de la década de los sesenta, una década lúdica que más tarde se transformaría en política. El homo ludens se convierte en homo politicus. Aunque detrás se encuentra la misma gente.
La mayoría de las personas con las que se relaciona tienen muy poco de almas estetas y cultivadas, son fundamentalmente vulgares, les encantan los cómics y la música pop, aunque todo de una manera sofisticada que exige cierta brillantez. El espíritu de los tiempos va a resoplar con mayor vulgaridad si cabe. La palabra «contaminado» es la que está más en boga. Como todo aquello concuerda con algo dentro de su propia mente bastante contaminada ya de por sí, está encantado. Se pregunta ¿por qué se reúne todo el mundo justo aquí en Uppsala? ¿Es en realidad aquí dónde se halla la gran cantera de la literatura? Algunos nombres, como Sara Lidman, ya los conocía. Pero ¿de dónde son? De Missenträsk y de Luleå. Y ¿de dónde sale su propia generación?
Los hijos de la provincia tal vez se hayan citado en la fuente de Uppsala para la pelea, como dice la canción de Olrog.
El contrato de su primera novela, ese contrato dorado de mil coronas que le reportaba una fortuna insignificante, constituía la entrada a un nuevo mundo.
Termina su licenciatura en 1960 y enseguida continúa con su tesina en Literatura Comparada, que no acaba hasta seis años más tarde. Una carrera académica no entra en sus planes. El futuro como profesor de literatura en algún lugar de provincias al estilo de Skövde no lo atrae mucho, pero la beca de doctorando de novecientas coronas al mes le permite dedicarse a escribir novelas. Estira al máximo el trabajo con la tesina, convirtiéndose así en un entusiasta parásito universitario; cuando esa cuerda de salvamento luego se rompe, llevará publicadas cuatro novelas, hecho ante el que el mundo de la investigación universitaria guardará un misericordioso silencio. El círculo de amistades se ha renovado por completo. Björn Håkansson, Torsten Ekbom y Leif Nylén fundan una revista llamada Rondo; consigue que le publiquen un par de artículos que él denomina ensayos, cosa que le hace sentirse parte de esa guerrilla subversiva que va a derrocar a la clase cultural dominante, que se encuentra en Estocolmo.
Aunque no lo comprende, está buscando los códigos secretos de la vida cultural, más enigmáticos incluso que los ritos de la Nueva Orden de los Templarios.
Juega al tenis con Leif Nylén, antes de que este se convierta en el legendario batería de Blå Tåget, el grupo de pop progre que a la luz de la historia se convertirá en el único resultado permanente de la fascinación por el concretismo, el arte pop y el teatro situacionista que hubo durante aquellos años. Los dos acaban de ser padres, sus mujeres, en cierto modo, los mantienen, y por ello los tienen atados en corto. Llama a la puerta de la casa de su amigo y le pregunta a la esposa de este «si Leif puede salir a jugar al tenis». Así, a ella no le queda más remedio que acceder. Como de niño no tenía ningún amigo a cuya casa pudiera ir a llamar a la puerta y preguntar si podía «salir a jugar», se trata de una experiencia nueva.
Hace la regresión encantado. Los primeros años de los sesenta son una época favorable para los niños atados en corto a quienes ahora se les permite salir a jugar.
Hay cinco kilómetros hasta la cancha de tenis y los niños, que ahora andan sueltos, solo disponen de una bicicleta, pero con la ayuda de una resolución de problemas aprendida en las clases de matemáticas del instituto se inventan un método. Uno de ellos recorre doscientos metros en bici, la aparca, sigue a pie, el otro que ahora ha cogido la bici lo pasa, y así sucesivamente. Él calcula minuto a minuto el beneficio temporal.
No existe ningún conflicto entre lo infantil y los ensayos sobre Burroughs.
El grupo de resistencia subterráneo de Uppsala, que pronto saldrá a la superficie, tiene vástagos en Gotemburgo, el otro centro de la joven literatura que hay en el país, con Agneta Pleijel, Carin Mannheimer, Jan Stolpe, Göran O Eriksson y Lars-Olof Franzén. También, de alguna manera, en Lund, pero solo de forma marginal en Estocolmo, posiblemente en la persona de Bengt Emil Johnson, quien es de Dalecarlia y «por eso concretista», muy influenciado por la nueva poesía brasileña, así como por Tristan Tzara. La capital, no obstante, posee unas armas letales, esto es, las secciones culturales de los grandes periódicos, con las que defender las murallas de su fortaleza. Se encuentra en territorio conocido. La lucha contra los holmienses, hoy igual que ayer.
Todos los talentos ocupan sus posiciones, dispuestos para el asalto, las escaleras de asedio preparadas.
Durante esos primeros años de los sesenta, en Uppsala hay toda una serie de intelectuales muy jóvenes, o para expresarlo en términos deportivos, «docenas de rookies».
Lars Gustafsson, Madeleine Gustafsson, Leif Zern, Torsten Ekbom, Björn Håkansson, Tore Frängsmyr, Jan Stenkvist, Lars Bäckström, Kerstin Ekman, todos se hallan allí. Dedicados, quizá, en mayor o menor grado a sus estudios, pero «todos con otras ideas en mente».
En la práctica, uno también puede servirse de la sección cultural del diario Uppsala Nya Tidning para ganarse la vida. Esas páginas están en manos de un tal Hugo Wortselius, redactor jefe de cultura, que no solo es un excelente crítico de cine, aunque por supuesto completamente ignorado (¡un periódico de provincias!), sino también un incansable idealista del que dicen que por la noche, rendido, suele quedarse dormido encima de su máquina de escribir, de modo que las teclas se le marcan en la frente. La historia se ha convertido en una leyenda urbana. La Verruga es su apodo, cuida a sus jóvenes vástagos con amor y generosidad. Artículo pequeño sesenta coronas, artículo largo ciento veinte.