A mis padres, Hipólito y Julia
A mi compañera, Marga
AGRADECIMIENTOS
Quiero expresar mi gratitud, en primer lugar, a Ricardo García Cárcel, catedrático de Historia Moderna de la Universidad Autónoma de Barcelona, que fue quien me propuso recuperar la memoria de las mujeres que adquirieron un especial protagonismo en la vida de Ignacio de Loyola y contribuyeron a impulsar la incipiente Compañía de Jesús. Durante la elaboración de este libro, en todo el largo pero apasionante camino, he contado con sus orientaciones y sugerencias, su confianza y su amistad. Mil gracias, una vez más.
A Doris Moreno Martínez le agradezco sus recomendaciones de artículos y libros y el haberme indicado la importancia de determinados aspectos históricos de la Compañía y de los primeros jesuitas, en las múltiples ocasiones en que hemos hablado sobre estos temas, y que después he intentado reflejar en el libro. Doy también las gracias a José Luis Betrán Moya y a Bernat Hernández por proporcionarme valioso material bibliográfico. De todos ellos he recibido sobradas muestras de amabilidad en mis visitas a la UAB, y además me han brindado la oportunidad de asistir a los encuentros de trabajo que han organizado en el marco del seminario ToleranciaS, donde he aprendido mucho sobre la Historia cultural y social de la Edad Moderna. En este mismo sentido, también doy las gracias especialmente a Eliseo Serrano Martín (Universidad de Zaragoza) y a Manuel Peña Díaz (Universidad de Córdoba).
Asimismo, en estos años he coincidido y compartido buenos momentos en la UAB con Sergi Grau, Eduardo Descalzo, Gisela Pagès, María Aguilera y Carlos Blanco, mientras realizaban sus respectivas tesis doctorales.
Aprovecho para dejar constancia de la deuda que contraje hace tiempo con Cristina Segura Graiño, catedrática de Historia Medieval de la Universidad Complutense y pionera en la investigación de la Historia de las Mujeres en España, por su prólogo a mi anterior libro, Historia de la violencia contra las mujeres (Cátedra, 2008), y por sus aportaciones en la presentación que se hizo del mismo en Madrid. Mientras indagaba en las vidas de las protagonistas de esta nueva obra, he tenido muchas veces presentes sus comentarios y su generosidad. También agradezco a Mary Nash, catedrática de Historia Contemporánea de la Universidad de Barcelona, sus sugerencias para investigaciones futuras con motivo de aquella otra presentación barcelonesa.
Guardo un grato recuerdo de las personas que, en el viaje relámpago a los archivos guipuzcoanos en octubre de 2010, atendieron con suma celeridad y gentileza mis, por entonces, vagas peticiones, tanto en el Archivo Municipal de Azpeitia como en el Archivo Histórico de Loyola o en el Archivo General de Gipuzkoa (Tolosa), y en particular de Ramón Martín Suquía, director del Archivo Histórico de Protocolos de Gipuzkoa (Oñate), quien, además, demostró ser un gran conocedor de la intrincada vida de Ignacio de Loyola.
No puedo dejar de mencionar a los muchos amigos y amigas que me han prestado su apoyo de diferentes maneras y se han interesado por mis «avances» en el libro. Sería imposible nombrarlos a todos, pero debo inexcusablemente manifestar mi agradecimiento a Constancia Alcaraz, porque sin su ayuda no estaría tan documentada la resistencia de las beatas franciscanas de Azpeitia frente a las agresiones de los Loyola; a Manuel Ranz, por su interés en las corrientes de religiosidad del siglo XVI, que me ha llevado a hacerme muchas preguntas, y a Isabel Olavide, por aportar sus «contrapuntos»; a José Gárriz, por sus comentarios, seguramente demasiado benévolos, tras la lectura del capítulo más vasco; a Salvador Solé, entusiasta cervantista, por regalarme su Erasmo y España, de cuyo provecho doy en el libro buena cuenta; a Úa Matthíasdóttir y Jaume Rovira, por explicarme con detalle su personal y crítico itinerario ignaciano en Roma e ir tras las huellas de Isabel de Josa; y a Ana Llena, Jorge Moreno, Elena Segura y Toni Oller, porque, a pesar de la aparente lejanía, siempre han estado muy cerca.
Al editor de este libro, Raúl García, quiero agradecerle su decidida implicación a la hora de poner en marcha la edición de este proyecto.
Para terminar, he reservado un especial agradecimiento a Marga Fortuny, con quien he compartido horas y horas de conversación sobre todos y cada uno de los capítulos del libro. Sus preguntas y comentarios, también a partir de la lectura del manuscrito, me han ayudado a afinar, en la medida de mis posibilidades, algunas explicaciones e interpretaciones, y con su constante ayuda ha sido más fácil llegar hasta el final. A ella y a mis padres he dedicado este libro.
Antonio Gil Ambrona, 2017
Ilustración de cubierta: Hans Memling, San Juan y las santas mujeres (siglo XV), Capilla Real de Granada
Editor digital: Titivillus
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[1] Su verdadero nombre, Íñigo de Loyola, lo mantuvo en sus cartas en castellano hasta 1543. Sin embargo, el 16 de diciembre de 1531 aparece, por primera vez, como «Ignatius de Loyola, Pampilonensis» —«Ignacio», en latín, acompañado del gentilicio «pamplonés»— en el registro de estudiantes del Rectorado de la Universidad de París. Así es como firmará también en su primera carta latina conocida (2 de diciembre de 1538), mientras que consta con ese mismo nombre en diversos documentos latinos redactados entre 1534 y 1540. Véase Paul Dudon, Sant Ignace de Loyola, París, 1934, pág. 360, n. 11.
[2] La revista Manresa, 66 (1994),dedicó un dosier a «La mujer y la espiritualidad ignaciana», en el que aparecen dos artículos que, a pesar de su título, no profundizan en esa línea: Santiago Thio, «Ignacio, padre espiritual de mujeres», págs. 417-436; Rogelio García Mateo, «Mujeres en la vida de Ignacio de Loyola», págs. 339-353. Algo distintos son los estudios de los jesuitas James W. Reites, «Ignatius and Ministry with Women», The Way, suplemento, 74 (verano, 1992), págs. 7-19, y José Martínez de la Escalera, «Mujeres jesuíticas y mujeres jesuitas», en José Adriano de Freitas Carvalho (ed.), A Companhia de Jesus na Península Ibérica nos sécs. XVI e XVII: espiritualidade e cultura, 2 vols., Oporto, Centro Inter-Universitário da História da Espiritualidade da Universidade do Porto, 2005, págs. 369-383. Una revisión más reciente del tema, desde fuera de la Compañía de Jesús, la realizó Javier Burrieza Sánchez, «La percepción jesuítica de la mujer (siglos XVI-XVIII)», IH, 25 (2005), páginas 85-116. Un análisis de la participación activa y las aportaciones de las mujeres en el proyecto jesuítico, desde una perspectiva feminista, es el ya clásico estudio de la historiadora Olwen Hufton, «Altruism and reciprocity: the early Jesuits and their female patrons», Renaissance Studies, 15.3 (2001), págs. 321-353.
[3] Esta obra de Hugo Rahner fue publicada originariamente en alemán (Friburgo-Baden-Viena, 1955), y posteriormente traducida al inglés (Nueva York, 1960), al francés (París, 1964) y al italiano (Milán, 1968).
[4] Hugo Rahner, Ignace de Loyola: correspondance avec les femmes de son temps, 2 vols., París, Desclée de Brouwer, 1964, vol. 1, pág. 315.
[5] Véanse los comentarios críticos al respecto, de O. Hufton, art. cit., págs. 321-353. Son ya numerosos los estudios dedicados en parte o totalmente a la activa participación de mujeres en las fundaciones de los colegios jesuitas hispanos, entre ellos: Evaristo Rivera Vázquez, Galicia y los jesuitas: sus colegios y enseñanzas en los siglos XVI al XVIII, La Coruña, Fundación Barrié, 1989; Justo García Sánchez, Los jesuitas en Asturias, Oviedo, Instituto de Estudios Asturianos, 1991; Javier Burrieza Sánchez, «La recompensa de la eternidad: los fundadores de los colegios de la Compañía de Jesús en el ámbito vallisoletano»,