LAURA RESTREPO (Bogotá, 1950) publicó en 1986 su primer libro, Historia de un entusiasmo (Aguilar, 2005), al que siguieron La Isla de la Pasión (1989; Alfaguara, 2005 y 2014), Leopardo al sol (1993; Alfaguara, 2005 y 2014), Dulce compañía (1995; Alfaguara, 2005 y 2015), La novia oscura (1999; Alfaguara, 2005 y 2015), La multitud errante (2001; Alfaguara, 2016), Olor a rosas invisibles (2002; Alfaguara, 2008), Delirio (Premio Alfaguara 2004), Demasiados héroes (Alfaguara, 2009 y 2015), Hot sur (2013), Pecado (Alfaguara, 2016), Los Divinos (Alfaguara, 2018) y Canción de antiguos amantes (Alfaguara, 2022). Sus novelas han sido traducidas a más de veinticinco idiomas y han merecido varias distinciones, entre las que se cuentan, además del ya mencionado, el Premio Sor Juana Inés de la Cruz de novela escrita por mujeres; el Prix France Culture, premio de la crítica francesa a la mejor novela extranjera publicada en Francia en 1998; el Premio Arzobispo Juan de San Clemente 2003, y el Premio Grinzane Cavour 2006 a la mejor novela extranjera publicada en Italia. Fue becaria de la Fundación Guggenheim en 2006 y es profesora emérita de la Universidad de Cornell, en Estados Unidos.
«Siempre habrá un mar para lavar el alma»,
escribió desde la prisión el turco Álvaro Fayad.
A su memoria
Título original: Historia de un entusiasmo
Laura Restrepo, 1998
Publicado originalmente: Historia de una traición, 1986
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
Publicado originalmente en 1986 con el título «Historia de una traición», y reeditado en 1998 con el título actual, este libro cuenta los pormenores del primer proceso de negociación de paz entre el gobierno colombiano y las guerrillas insurgentes, en particular con el M-19, que tuvo lugar en el año 1984 y que se recibió con un entusiasmo tan grande como la desilusión ulterior, cuando todo se desplomó.
«Recién aparecido se dijo que era un libro subjetivo, parcial, que pasaba por alto incontables errores de los rebeldes y que se negaba a reconocer las razones de la contraparte. Todo eso debe ser cierto. No está escrito con la neutralidad periodística que tanta se alaba. Pero si con honestidad, con documentación estricta, testimonios auténticos, vivencia de los hechos y profundo respeto por estos».
Laura Restrepo
Historia de un entusiasmo
ePub r1.0
Titivillus 01.06.2022
Divulguen inmediatamente a la opinión pública
que estamos clamando por el cese al fuego… Si no cesa
inmediatamente el fuego habrá una hecatombe.
ALFONSO REYES ECHANDÍA
Presidente de la Corte Suprema de Justicia
La paz es como la felicidad, no
se tiene sino por momentitos.
Uno no sabe que la tuvo sino
cuando ya pasó.
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
Si preguntan dónde fue todo eso, díganles que fue
debajo de este cielo. Si preguntan cómo fue todo, eso, díganles que fue para que todos seamos hermanos y
para que cada uno haga lo que le dé la gana.
EL LIBRO DE LOS INDIOS KOGI
Belisario
De un lado de la mesa de juego está la guerrilla. No es la primera vez que entra a discutir la posibilidad de la paz con el gobierno de turno, y hace ya tres años que las diferentes agrupaciones, bajo diversas fórmulas, levantan la consigna de la amnistía. Son, pues, ellos, los alzados en armas, los que han barajado y repartido las cartas.
El jugador ubicado al otro lado de la mesa es el presidente de la República, Belisario Betancur. Tampoco es el primer presidente que se mete con el tema. De hecho, lo heredó de su antecesor, Julio César Turbay Ayala, quien, después de un agitado amanecer en su palacio, cuando fue despertado a morterazos por una guerrilla que exigía la paz, tuvo que presentarle al país un par de proyectos de amnistía, buscando que actuaran como válvula de escape para la recalentada caldera en que se había convertido el país, donde bullían las detenciones y los allanamientos, los consejos verbales de guerra, la tortura, las desapariciones y la impunidad para los grupos paramilitares. Sin embargo, la propuesta de amnistía de Turbay fue tan burda que nunca fue tenida en cuenta, ni por los militares ni por los guerrilleros, ni siquiera por el propio gobierno que a pesar suyo se veía obligado a sacársela de la manga.
De esta caricatura de amnistía quedó, sin embargo, una semilla. Surgió una primera Comisión de Paz, sugerida y después encabezada por el ex presidente Carlos Lleras Restrepo, quien tomó la iniciativa para entablar conversaciones con los guerrilleros del M-19 , cuya plana mayor estaba casi toda recluida en la cárcel de La Picota. Esta comisión, aunque no llegó a concretar acuerdos, sí contribuyó a crear el clima necesario para que en las elecciones presidenciales de 1982, la paz fuera el eje obligado de todas las candidaturas. De ellas, la que triunfó fue la de Belisario Betancur, quien, una vez electo, retomó el tema de la paz de ese incipiente punto de partida y puso el pie en el acelerador.
¿Quién era ese hombre que desde la presidencia se animaba a agarrar por los cuernos al toro bravo de la guerra y que se jugaba su prestigio en una delicada operación política que incluía una amnistía operante, una tregua entre los guerrilleros y el ejército y alentadoras promesas de paz? ¿Cómo lo veían los colombianos en el momento en que se jugó el todo por el todo a esta carta, o sea entre marzo y agosto de 1984? Una imagen congelada en ese preciso momento lo mostraría así:
Conservador por convicción y por ataduras orgánicas al partido del mismo signo, tenía sin embargo Belisario Betancur cierta aureola de independencia. En un país donde los políticos tradicionales, desde el momento mismo en que nacen, salen liberales o conservadores, como quien sale hombre o mujer, Betancur se daba el lujo de permitirse un margen de maniobra que lo colocaba un tanto por encima de su propio partido. Unos centímetros solamente, pero eso ya era toda una novedad. A través de su larga carrera política, que incluía tres candidaturas previas frustradas, había ido centrando su discurso en la necesidad de un gobierno de carácter nacional y no partidista, discurso que machacó hasta que en el 82 logró vendérselo a los votantes, de tal manera que la mayoría que se inclinó a su favor provino no sólo del conservatismo, sino también del liberalismo, del populismo y aun de la izquierda.
Al llegar a la presidencia, Betancur, con su sólido empaque de antioqueño emprendedor, logró con los colombianos lo que no había logrado ninguno de los que lo habían precedido en palacio: que lo quisieran y que le creyeran. En un país envenenado contra los políticos y acostumbrado a confiar más en el diablo que en ellos, consiguió que la gente lo considerara bueno y honesto; a pesar de estarse enfrentando a un pueblo resabiadamente abstencionista y marcado por la orfandad política, se las arregló para recuperar el poder para un partido minoritario, presentando una imagen acogedora y paternal. Un patriarca: eso era para los colombianos Belisario, sin el «Betancur», porque así era como le decía la gente; primero porque alguien con tan inverosímil apelativo no necesitaba apellido, y segundo porque a los abuelos se los llama así cariñosamente.
Cierta magia en el trato con las masas, sumada desde luego a un manejo hábil y científico de los medios de comunicación, ayudaron a que se produjera el fenómeno. En los momentos más difíciles el presidente aparecía en televisión, y bastaba su voz de confesor de cabecera, sus gestos de Papá Noel y su tono campechano, para que sus compatriotas se sintieran invadidos por un cierto efecto tranquilizador.