CHRISTIANE ZSCHIRNT. Nació en 1965 en Bremen (Alemania); estudió Filología Inglesa, Historia del Arte y Filología Alemana en Hamburgo. Se doctoró en Zúrich. Imparte clases en la Universidad de Hamburgo. En otoño de 2001 publicó el libro Shakespeare-ABC y en 2004, Libros.
1
OBRAS QUE DESCRIBEN EL MUNDO
La Biblia (800 a. C.-100 d. C.)
Al principio Dios creó la luz y la oscuridad. Ése fue el primer día. El segundo, separó el cielo de las aguas. El tercer día creó los mares y la tierra e hizo crecer las plantas. El cuarto día creó las estrellas, el Sol y la Luna. El quinto día llenó el mar de peces y el cielo de aves. El sexto día pobló la tierra con animales y con hombres. La creación había concluido y el séptimo día descansó. Pero la Biblia no se hizo en seis días. Es una obra que se ha gestado a lo largo de mil años de transmisión, transcripción y selección de diferentes textos.
Estamos tan acostumbrados a considerar la Biblia como un libro único, incluso el único libro, que resulta difícil aclarar que en esencia se trata de una biblioteca, se compone de «libros». Las obras individuales fueron redactadas entre el año 800 a. C. y el año 100 d. C. en tres lenguas: arameo, hebreo y griego. Provenían de los más diversos «autores», desde hombres cultísimos con poder y autoridad hasta gentes comunes del pueblo, desde reyes hasta pastores de cabras. Más tarde, entre los siglos II y IV d. C., fue cuando las primeras autoridades de la Iglesia tomaron estos libros y los reunieron en una colección obligatoria. Durante un extenso periodo de tiempo, se habían separado los escritos confirmados de aquellos contra los que había objeciones. Así se creó el «canon bíblico» (canon: medida, regla, en griego): el conjunto imprescindible de las «escrituras sagradas». Hasta el presente constituye la colección de textos a través de la cual se da a conocer la palabra de Dios de acuerdo con la concepción cristiana. La Biblia era (y todavía lo es para muchos en la actualidad) una obra universal inagotable: contiene todo el saber del cristianismo. Durante siglos se ha podido acudir a ella en busca de consejo, con la seguridad de obtener siempre una respuesta para afrontar cualquier circunstancia de la vida, se tratase de algún asunto histórico, de la vida cotidiana o de las grandes cuestiones de la fe. Por esta razón, la Biblia ha sido, a lo largo de siglos, un libro que contenía el mundo entero.
Su largo periodo de gestación, la confluencia de diversas culturas y lenguas, y la mezcla de autores hacen de la Biblia un libro con infinitas facetas: comienza con la emocionante historia de la creación, en la que Dios crea el universo de la nada (por cierto, dos veces seguidas, puesto que a la primera narración le sigue en Génesis 2.4 un segundo relato que proviene de otra fuente más antigua). Luego uno lee acerca de una mujer que atrajo toda la miseria sobre la humanidad cuando comió del árbol del conocimiento. Con ese acto, ella impuso el pecado sobre todos los seres humanos que, como castigo, se convirtieron en mortales. Pero algo bueno tuvo este asunto: la humanidad ya no ha de permanecer en el desconocimiento. En vez de estar todo el día en el Edén comiendo fruta, puede ahora acometer una obra tan grandiosa como la Biblia.
La historia de la creación contiene imágenes maravillosas que todo aquel que haya crecido en la tradición cristiana conoce: el Paraíso, la serpiente, el arca de Noé, la torre de Babel. Los textos de la Biblia ofrecen la mejor muestra de todos los estilos: el lenguaje sencillo de los libros de los Reyes, pero también la poesía exquisita de la lírica amorosa del Cantar de los Cantares de Salomón. Hallamos la historia del harén en el libro de Ester, con ecos totalmente mundanos, o el mandato de veneración que supone la narración sobre el piadoso Job, objeto de una apuesta entre Dios y el diablo. Encontramos un vuelo de altura intelectual en el Evangelio según San Juan (que comienza así: «Al principio existía la palabra. La palabra estaba junto a Dios, y la palabra era Dios») y una enigmática visión del mismo apóstol sobre el fin del mundo: el Apocalipsis.
La Biblia está integrada por el Antiguo Testamento, que narra la historia de un pueblo (Israel), y el Nuevo Testamento, que cuenta el derrotero de un hombre (Jesús). El Antiguo Testamento no es solamente la parte más voluminosa de la Biblia Cristina, sino también la escritura sagrada de los judíos. Tras la historia de la creación y del principio del mundo, el Antiguo Testamento prosigue con la historia del origen del pueblo de Israel. Dios establece una alianza con Abraham y le nombra padre fundador del pueblo elegido. Como signo de esta alianza, todos los descendientes varones habrán de ser circuncidados. Jacob, nieto de Abraham, engendra doce hijos de los que descienden las doce tribus de Israel. El Antiguo Testamento relata la historia de ese pueblo y sus continuos tratos con Dios: su marcha arriba y abajo por los territorios del antiguo Oriente entre los ríos Éufrates y Nilo, la esclavitud en Egipto, la proclamación de los Diez Mandamientos entregados a Moisés en el monte Sinaí y la paulatina revelación del Señor a través de milagros, sueños y fenómenos naturales, así como la propia historia de Israel.
Mientras que los sucesos del Antiguo Testamento se producen durante un periodo que abarca un milenio y medio, los acontecimientos que relata el Nuevo Testamento transcurren durante el relativamente breve lapso de cien años. El Nuevo Testamento narra el nacimiento, pero sobre todo la muerte y las repercusiones de la vida de Jesús. El núcleo de esta segunda parte de la Biblia está compuesto por los cuatro primeros libros: los cuatro evangelios («buena nueva»), y se considera a cuatro discípulos de Jesús como sus autores: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. La parte más extensa del Nuevo Testamento son las veintidós «cartas». Se trata de textos educativos redactados para ser leídos en las primeras comunidades cristianas y que, junto a la enseñanza del cristianismo, contienen indicaciones para la vida cotidiana. La mayoría de estas misivas fueron escritas por San Pablo, el primer misionero del cristianismo. Pablo se llamaba originariamente Saulo y era judío. Participó en la persecución de los cristianos. Pero, tras una experiencia decisiva en la que se le apareció Jesús, se hizo bautizar y tomó, en adelante, el nombre de Pablo. Se convirtió en el principal heraldo del cristianismo y fue el primer teólogo cristiano. En el siglo I d. C. viajó por los países del Este del mediterráneo hasta Italia y fundó comunidades cristianas en todas partes.
El nombre de la Biblia proviene del griego biblia, «libros», plural de biblion, «libro», que a su vez deriva del nombre de la ciudad fenicia Byblos de la que procedía el material sobre el que se escribía en la antigüedad. Se trataba del papiro (origen de la palabra papel), realizado a partir de la planta de caña del mismo nombre. Las primeras versiones del Antiguo Testamento se escribieron en papiros que se conservaban en rollos. Desde el siglo IV hasta la Edad Media se utilizó el pergamino, fabricado con pieles de animales, que se conserva mucho mejor.
Ningún otro libro ha influido tanto en la cultura e historia de Europa como la Biblia. Los conocimientos que transmite la Biblia conforman el mayor sustrato común del mundo occidental, aunque también hayan servido para provocar enfrentamientos durante siglos sobre los temas compartidos: judíos contra cristianos, la Iglesia Oriental contra la Occidental, católicos contra protestantes. La Biblia ha sido utilizada para justificar algunos de los derroteros más funestos del mundo, pero también ha sido la inspiración de los logros más grandiosos en el campo artístico y literario.