APÉNDICE
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LÁGRIMAS Y SALMOS EN LA MUERTE DE MÓNICA (387), MADRE DE AGUSTÍN DE HIPONA
A la par que le cerraba los ojos, una tristeza inmensa se agolpaba en mi corazón e iba revolviéndose en lágrimas. Simultáneamente, mis ojos, ante la orden tajante de mi espíritu, reabsorbían su fuente hasta secarla. Era una lucha que me hacía mucho mal. Al rendir ella el último suspiro, Adeodato rompió a llorar a gritos. Pero acabó por serenarse, calmado por todos nosotros. Así pues, del mismo modo, lo que en mí había de pueril y que resolvía en llanto quedaba reprimido por la voz adulta, por la voz de la mente.
Pensábamos que no era conveniente celebrar aquel funeral entre lamentos, lágrimas y gemidos, porque con tales extremos se deplora de ordinario cierta especie de miseria de los que mueren, algo así como su extinción total. Pero ella no se moría miserablemente ni moría totalmente. Estábamos plenamente seguros de ello por el testimonio de sus costumbres y por su fe no fingida, que son la mayor garantía de seguridad.
Pero entonces ¿qué es lo que tanto me dolía interiormente, sino la herida reciente provocada por el repentino desgarro de aquella costumbre tan dulce y tan querida de la convivencia? Es cierto que me sentía reconfortado con el testimonio que me había brindado durante su última enfermedad: como respuesta cariñosa a mis atenciones por ella, me llamaba piadoso. Con grandes muestras de cariño, recordaba que nunca había oído de mis labios la menor pulla o expresión dura ni ofensiva contra ella.
Pero, Dios mío, que nos has creado, ¿qué era este respeto y honor que yo le había guardado en comparación de la esclavitud a que ella se había sometido por mí? Por eso, al verme abandonado de aquel gran consuelo que su persona me proporcionaba, sentía el alma herida y mi vida casi despedazada. Esa vida que había llegado a ser una sola con la suya.
Después de calmar el llanto del niño, Evodio tomó el salterio y entonó un salmo. Toda la casa le respondía: Voy a cantar tu bondad y tu justicia, Señor. Enterados de lo que ocurría, se dieron cita allí muchos hermanos y piadosas mujeres. Mientras los encargados se ocupaban de los funerales, yo me retiré a un lugar donde oportunamente pudiera hablar con los amigos, que no habían estimado conveniente dejarme solo. Hablaba con ellos sobre temas relativos a las circunstancias. Con el bálsamo de la verdad iba mitigando mi tormento, conocido por ti, pero ignorado por ellos. Me escuchaban con toda educación y me consideraban insensible al dolor.
Pero yo reprendía a tus oídos, donde ninguno de ellos podía oírme, mi debilidad de sentimientos, a la vez que trataba de bloquear aquella oleada de tristeza. Esta cedía un poquito, pero luego volvía con empuje aunque no se resolviera en lágrimas ni me alterara el semblante. Bien sabía yo la pena que sofocaba en mi corazón. Y como me desagradaba muchísimo que estos achaques humanos tuvieran tanto poder sobre mí, cosa que es forzoso que ocurra debido tanto al orden natural de las cosas como a nuestra propia condición, me dolía de mi dolor con otro nuevo dolor, y una tristeza redoblada me iba consumiendo.
Tras levantar el cadáver, lo acompañamos, y luego volvimos sin llorar. Ni siquiera en aquellas oraciones que te dirigimos cuando se ofrecía por ella el sacrificio de nuestro rescate, con el cadáver al pie de la tumba y antes de su inhumación, según costumbre de allí, ni siquiera en esas oraciones, repito, lloré, sino que toda la jornada me invadió una profunda tristeza interior. Mentalmente desconcertado, te pedía, como me era posible, que curases mi dolor. Pero tú no lo hacías, según creo, para que fijara en mi memoria, al menos con esta única prueba, la fuerza vinculante de la costumbre incluso para un alma que ya se alimenta de la palabra no falaz…
Y en la soledad de mi lecho me vinieron a la memoria aquellos versos tan acertados de tu Ambrosio, que dicen así:
Dios, que hiciste con mano poderosa
la máquina del mundo primorosa
por cuya providencia soberana
el día se engalana
con luz resplandeciente, y le da entrada
a la noche callada
que repara los miembros fatigados
para que, por el sueño confortados,
vuelvan a su ejercicio laborioso.
Asimismo, las almas angustiadas
con cuidados, disgustos, sutilezas
mediante el sueño miran aliviadas
sus penas, aflicciones y tristezas.
(San Agustín, Confesiones [ed. de J. Cosgaya, 5.ª ed.], Madrid, BAC, 2000, págs. 300-202).
PREPARACIÓN PARA LA MUERTE: EJEMPLO DEL REY FERNANDO I DE CASTILLA Y LEÓN (27 DE DICIEMBRE DE 1065)
El capìtulo de como el rey don Fernando seyendo cierto del dia del su finamiento, partio los sus regnos et las tierras a sus fijos et dio su parte a las fijas.
Este rey don Fernando el Magno, pues que el sancto confessor sant Esidro le dixo el dia de su finamiento yl fizo cierto dend en aquel aparecimento que se lo mostro, dalli adelante ouo mayormientre cuedado de desembargar su alma de sus peccados pora enuiarla limpia al su criador Dios, et guisar por que los regnos et la tierra que Dios le diera a mantener después de su uida non fincasse en periglo. Temiendo que después de su muerte que aurie contienda et pelea entre sus fijos, partioles el regno en su uida festa guisa:
Los fijos et la fijas eran estos: don Sancho, don Alfonsso, don Garcia, donna Vrraca, donna Eluira; pues el rey don Fernando en la partida que fizo de los regnos, dio a don Sancho, que era el mayor, desde el rio Pisuerga a alla, Castiella et Naiera con quanto que es aquende Ebro; dio a don Alffonso, que era el mediano, Leon et Asturias et Tresmiera fasta el rio Oue, et Astorga et una partida del Campo de los godos, esto es de Campos, et Beriz fasta Villa Hux que es en mont Ezebrero; dio a donna Vrraca, que era la mayor hermana, de tierra de Leon la çibdad de Çamora con todos sus términos, et la meatad dell infantadgo; dio a donna Eluira, la hermana menor, Toro con sus terminos et la otra meatat dell inffantadgo; dio a don Garcia, que era ell hermano menor, tod el regno de Gallizia con aquello que el mismo ganara del regno de Portugal.
Quando el rey don Fernando esta partida fizo de su tierra entre sus fijos, ell infant don Sancho, que era el mayor hermano, non lo touo por bien; antes le peso, e dixo a su padre que lo non podie fazer, ca los godos antiguamientre fizieran su postura entresi que nunca fuesse partido el imperio de Espanna, mas que siempre fuesse todo de su señor, et que por esta razón non lo deuie partir nin podíe, pues que Dios lo auie ayuntado en el lo mas dello. Et el rey don Fernando dixo estonces que lo non dexarie de fazer por esso. Dixol estonces don Sancho: «vos fazet lo que quisieredes, mas yo non lo otorgo». Et finco assi esta partida entredicha de parte del rey don Sancho. Et empos esto a pocos días enfermo el rey don Fernando, et fizosse luego levar a Leon.
Et entro en la cibdad sábado XXIIII días andados de deziembre, et fue como solie, los ynoios fitos, et aoro los cuerpos de los sanctos pidiéndoles mercet por la su alma que los angeles la leuassen. Et en quella misma noche vigilia de Nauidad souo el rey a los matines cantando con los clérigos esso que el podie, maguer que era enfermo. Quando fue de dia llamo los obispos, et cantaronle la missa muy altamientre, et fizo el su confession general de quanto se acordaua fasta aquel dia en que era et muy complidamientre, et recibió el cuerpo de Nuestro Sennor Jhesu Cristo. Et allí mando llamar a Roy Diaz el Çid que era y, et comendol sus fijos et sus fijas que los conseiasse bien et touiesse con ellos do mester les fuesse. Et fizo allí yurar a sus fijos que non fuesen unos contra otros, et que uisquiesse cada uno en paz en lo suyo, ca assaz les dexaua en que; et a sus hermanas que les non tomassen nada de lo que les el daua, mas que las guardasen. Et prometieronle allí todos que assi lo complirien, el Cid lo quel mandaua, et los fijos otro tal, sinon don Sancho que lo non otorgo tod aquello paladinamientre por la razon de la partida de los regnos. Sobresso mando el rey a todos sus fijos que se guiassen por el conseio del Çid Roy Diaz, et non le saliessen de mandado